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Pirry, el cronista extremo de Colombia, dice que le tiene miedo a todo

Guillermo Prieto Larrota, ‘Pirry’, opina sobre el proceso de paz, el problema de la tierra, el fuero militar y otros temas.

3 de febrero de 2013 Por: Margarita Vidal Garcés | El País

Guillermo Prieto Larrota, ‘Pirry’, opina sobre el proceso de paz, el problema de la tierra, el fuero militar y otros temas.

Desde hace más de una década, este hombre bajito, nervudo y audaz, ha presentado su programa de Tv. Especiales Pirry, en medio de polémicas y aplausos. De cierto repeluz no solo del gobierno de turno y del establecimiento, sino de todos los ismos que componen el resquebrajado ajedrez de la política colombiana, hoy, como nunca, disminuída y desacreditada por sus escandalosas alianzas non sanctas.Se llama Guillermo Prieto Larrota, y nació en Tunja hace 42 años. Ha recorrido el país y el mundo, observando y denunciando entuertos: Paramilitarismo. Maltrato a la mujer, orden público. Los niños en la guerra. Eutanasia. Las Bacrim. Carteles del narcotráfico en México, ablación en Kenia. Pandillas de El Salvador. Favelas en Río, o los riesgos de la cirugía estética, que tuvo un rating de 22.8 puntos cuando la presentadora Jéssica Cediel le contó los desastres que un tegua le había hecho en la “cola”. Aficionado a la adrenalina que descargan en su torrente sanguíneo la aventura y los deportes extremos, ‘Pirry’ ha estado a punto de perder la vida varias veces, como cuando subía al colosal Aconcagua, la montaña más alta de América (6.960m) y al llegar a los 6.000 metros de altura se le llenaron los pulmones de agua. Sus compañeros lo bajaron, trabajosamente, casi muerto, en medio de la noche y el frío, al campamento situado dos mil metros abajo. ‘Pirry’ hace periodismo de investigación, que puede ser serio y divertido a la vez y lo expresa en su lenguaje peculiar y su estilo un tanto bizarro. Y cada semana se salta a la torera el abominable sentido de “lo políticamente correcto” que hemos desarrollado últimamente los colombianos, porque ‘Pirry’ dice verdades.¿Cómo así que usted saltó en paracaídas con su mamá?Fue idea de ella (risa). La gente piensa que uno está loco y que arriesga la vida, pero resulta que no hay nadie más cuidadoso con los requisitos de seguridad, que quienes hacemos deporte extremo. Yo tengo una relación muy fuerte con mi mamá, a pesar de que me castigaba, porque como mi papá siempre estaba trabajando fuera de Tunja, a ella le tocaba hacer de papá y mamá, y tuvo que darme rejo hasta que le salió músculo, pero también me dio mucho amor.Pero ella tiene 66 años, ¿a qué otra aventura la ha llevado?Para recibir este año estuvimos en la Sierra Nevada del Cocuy y escaló el Ritakwa Blanco, de 5.300 metros.¿Sus padres fueron muy normativos?Dos personajes boyacenses, de hogares complicados. Mi mamá era una niña muy cuidada y consentida, con un padre ultra católico. Mi papá era el de la mitad de catorce hermanos, huérfano de padre y madre a los 15 años. El único contacto que mis padres tenían de novios era cuando mi mamá y sus hermanos se sentaban en la fila de adelante en el cine y mi papá se sentaba atrás, a escondidas. Ella sacaba la mano y él se la rozaba ligeramente. Yo creo que mi mamá no solo llegó virgen al matrimonio, sino sin saber nada, de nada, salió de la casa huyendo con mi papá, y mi abuelo los persiguió con un revólver. Las experiencias dejan una impronta, ¿cuál le dejó la zootecnia, la carrera que usted estudió?Una imagen de lo que es la Colombia agropecuaria mucho más real de la que la gente del común tiene, porque tuve la oportunidad de ver en profundidad algo que me resulta muy útil hoy, y que es el problema de la tierra en este país. También me sirvió para entender cómo son las guerras entre los productores de alimentos y los importadores, los intermediarios y su rosca, y para darme cuenta de algunos absurdos de la realidad nacional; por ejemplo, ¡que en un país agropecuario no haya tren!Ha recorrido todos los puntos cardinales. ¿La inequidad en las regiones es tan brutal como la pintan?Definitivamente hay dos Colombia absolutamente separadas y distantes a pesar de estar juntas: la urbana y la rural. El poder económico y el poder político, en un porcentaje altísimo, están concentrados en unas pocas familias que, además, son dueñas de la mayor parte del territorio productivo colombiano. ¿Por qué cree que los intentos de reforma agraria fracasaron?Porque los dueños de esas tierras no están dispuestos a ceder una pulgada. La mayoría son tierras heredadas, y el sentimiento feudal está en el ADN de esa gente. Allí se incrusta, en términos generales, la derecha de este país, para la cual el bienestar de los pobres se da a través de una servidumbre: nosotros les damos trabajo en nuestra propiedad, pero no les vamos a dar tierra. Como recordará estas eran las políticas de Uribe, que tomaron una fuerza aterradora, porque muchos de esos propietarios pasaron de ser terratenientes a los que el gobierno ayudaba y les ponía a su disposición el Ejército, a ser unos terratenientes que tienen, además, vínculos con el narcotráfico –recuerde las historias de Jorge 40- y un ejército paramilitar a su disposición.¿Qué tan grave es esta situación que describe, frente al proceso de paz?Entre esos propietarios hay quienes están dispuestos a hacer lo que sea para entorpecer cualquier política de paz, o cualquier intento que piensen que les puede vulnerar su “derecho natural” como propietarios de la tierra, así sea mandando asesinar a los activistas o saboteando leyes. Como la guerrilla, emplean “todas las formas de lucha”, con tal de no perder sus privilegios.¿Cómo ve el proceso de La Habana?Siento que ninguna de las dos partes, en especial la guerrilla, está siendo clara. Veo la repetición de cosas del pasado y creo que si en realidad quisiéramos la paz, nos sentaríamos y muy pronto la lograríamos, pero esa dilatación de procesos, esa inclusión de condiciones raras, me hace desconfiar totalmente y pensar en procesos anteriores en los que se utilizó la paz como excusa para tomar fuerza, rearmarse y hacer política exterior. Por otra parte, el gobierno tiene una real intención de paz, pero también tiene otra agenda, que es la reelección de Santos, y eso me hace desconfiar.¿Por qué cree que su programa sobre los soldados del ejército colombiano, tuvo tanto impacto?La idea me surgió al ver informes sobre la guerra muy maquillados. En un páramo aislado, después de casi haber pisado una mina, bajo un aguacero torrencial y un viento helado, entrevisté a un soldado que en medio de su humildad decía unas cosas maravillosas: “Yo sé que en este momento en Bogotá hay gente que está con la novia en cine o comiéndose una pizza. Yo nunca he ido a cine, no tengo novia, y no sé qué es una pizza, pero estoy aquí defendiendo que ellos puedan hacerlo ”. Y eso le salió del alma. Le pregunté si tenía miedo y me dijo: “El que diga que no tiene miedo, es un mentiroso, cuando repartieron el miedo alcanzó para todos, pero este es mi trabajo”. Lo más emocionante era que se le notaba que creía firmemente en su profesión y que el sentimiento de estar cumpliendo con un deber era real.¿Cómo analiza usted un Ejército donde se dan opuestos como esos soldados, que son héroes, y quienes perpetraron los mal llamados ‘falsos positivos’?Winston Churchill decía que la primera baja en la guerra es la verdad. Hay un elemento muy importante de humanidad y de verdad, de sentido del deber, tanto entre los soldados como entre los oficiales y suboficiales del Ejército; pero la doble agenda, la degradación del sistema, y la corrupción, permearon muchas realidades colombianas; el ejército no ha sido la excepción. Aquí hay una doble moral, verdades que tapan grandes mentiras, pero yo prefiero pensar que todavía se puede confiar en la gran mayoría del Ejército colombiano. Pero también hay un porcentaje cada vez más importante de corrupción en las Fuerzas Armadas. En cuanto a los falsos positivos, yo soy uno de los que cree que no era una política de Estado. Esa es una de las grandes mentiras vendidas por el otro lado. Pero esa situación se generó dentro de un ambiente de muy escasos valores, caldo de cultivo perfecto para el delito. La política de recompensas, eso de pagar plata por cabeza (así lo niegue el gobierno) en un país donde nos hemos vuelto tan creativos para el crimen, propició que pasara lo que pasó.¿Esa moneda tiene otra cara?Sí, dentro del absurdo con el que hoy se interpreta la ley, y las muchas herramientas de la guerrilla y los grupos extremistas para pelear contra un ejército cada vez más fortalecido, obviamente están la leguleyada, la mentira y la calumnia, y hay muchos militares que están pagando por crímenes que no cometieron. En este escenario terrible hay carruseles de abogados, jueces, y personas ávidas de aprovecharse y demandar al Estado, y hay también un ejército temeroso de entrar en acción si no tiene diez testigos y dos fiscales al frente, lo cual es una gran desventaja militar frente a una subversión y una delincuencia que al momento de pelear no tienen que responderle a nadie. ¿Entonces le parece que restituir el fuero militar era necesario?Creo que en un escenario ideal es necesario, pero como aquí la corrupción lo arrasa todo, lo más probable es que el fuero militar termine siendo, otra vez, una herramienta no para ayudar al pobre soldado que le disparó a un guerrillero en combate y lo quieren empapelar, sino para exonerar a masacradores o a criminales de guerra. Sus programas de denuncia son fuertes, directos, descarnados, políticamente incorrectos.¿Es cierto que no le teme a nada, ni a nadie?Al contrario, ¡le tengo miedo a todo! Un miedo profundo a la violencia y a la capacidad de crueldad del ser humano. Yo voy sin problema a tomarles fotos a leones en África, pero me aterra que la vida de uno pueda llegar a estar en manos de alguien que se cree con derecho a matarlo por sus ideas políticas o porque no piensa como él. Y le tengo miedo a la muerte porque no tengo certeza de lo que hay después. ¿Ha recibido amenazas por sus denuncias?Yo tengo protección del Ministerio del Interior desde hace tres años, a partir de una historia que hicimos sobre los ‘combos’ en Medellín, y lo que advertimos en ese programa se cumplió. Solo recientemente el gobierno dio con alias Valenciano, su cabecilla... Pero, no solo fui amenazado sino que algunos jóvenes hicieron una página de Facebook ofendidísimos porque yo había hecho esas denuncias. Resulta increíble que uno arriesgue la vida para mostrarle al público lo que está pasando en su ciudad, que esa sea la reacción, y que yo no haya podido volver a Medellín.

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