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"Tuve una profunda crisis de fe en mi literatura": Héctor Abad

Héctor Abad Faciolince habla de sus dudas literarias como escritor, incluso las que tuvo con ‘La Oculta’, su reciente novela. Confiesa las peleas con sus colegas.

12 de abril de 2015 Por: Alda Mera y Meryt Montiel | Reporteras de El País

Héctor Abad Faciolince habla de sus dudas literarias como escritor, incluso las que tuvo con ‘La Oculta’, su reciente novela. Confiesa las peleas con sus colegas.

El escritor Héctor Abad Faciolince se dará el lujo de relanzar en la Feria del Libro de Bogotá (abril 21 al 4 de mayo próximo) su novela La Oculta, que solo desde noviembre a la fecha, ha vendido más de 17.000 ejemplares. Lea también: Héctor Abad, un coleccionista de libros que quisiera más tiempo para leer

El País lo llamó a Medellín, para sacar a la luz su talante de   periodista polémico al que algunos de sus colegas le tiran piedras y de  escritor que lucha no solo con las palabras,  pues mientras a otros autores les sobran ínfulas, a él con cada libro  le  asaltan las dudas. 

¿Por qué se demoró tanto tiempo en publicar esta novela, La Oculta?

Porque soy un escritor muy pudoroso y publicar un libro es como desnudar una parte de uno mismo y al desnudarse, el pudor aumenta. En ese proceso tuve muchas dudas, la abandoné, pensé que no debía publicarla, que estaba equivocado y  tal vez  no tenía mucho sentido contar esa historia, que podía sonar anacrónica, anticuada. Y volví de nuevo a ella por pura desesperación, porque el año pasado que estuve como profesor visitante en Freie Universität en Berlín, donde tenía dos horas de clase a la semana, empecé otra historia, Memorias de un amante impotente, pero se me perdió el cuaderno y me dije: ‘no puedo quedarme cuatro meses con los brazos cruzados, ¿qué hago?’. Entonces saqué nuevamente la novela.

¿Y cómo hizo para retomarla?

Mi amigo  Santiago Gamboa –escritor que ahora vive en Cali– me aconsejó imprimir la novela y pasarla en limpio otra vez en el computador, para poder obsesionarme de nuevo con una novela que yo había abandonado como diez meses antes. Una amiga  me dijo: coge párrafo por párrafo  y en un cuaderno  haces un pequeño resumen de lo que ocurre en cada uno. Así me di cuenta de que podía otra vez obsesionarme con la historia,  trabajé esos cuatro meses en un estado febril hasta terminar. Y volvía a Colombia con un borrador que  ya les pude mostrar a mis amigos, entre ellos a Carlos Gaviria – fue el último borrador que me leyó– y recibir los comentarios, las correcciones, las sugerencias y también los ánimos para entregarla en noviembre a los editores.

¿Qué queda del escritor de Fragmentos de Amor Furtivo? ¿Cómo se ve hoy?

Uno no siempre es el mismo. Al parecer cada 20 años en el cuerpo no queda ni una molécula ni una célula que esté formada por el mismo material de hace 20 años. Somos una carne hecha con una  materia distinta, pero con la huella genética y la huella de la memoria, que es la máquina impresionante del cuerpo. Anoche (martes) precisamente releí un diario mío de 1985, cuando  todavía no había publicado ningún libro, y es muy raro ver la permanencia de algunas obsesiones, como la de no ser capaz de terminar algo que estoy escribiendo, pero al mismo tiempo noto ahora una angustia menor. En 1985 pensaba que yo no servía para nada y que nunca iba a servir para nada. Ahora no es que crea que sirva para mucho, pero por lo menos sé que soy capaz de terminar algo y que el oficio que escogí, el de escribir, me ha dado todo lo que tengo: muchos amigos, incluso mis parejas se han acercado a mí por la lectura de mis libros, la posibilidad de educar a mis hijos, de vivir de una manera independiente.

Después de un  libro tan exitoso como El Olvido que Seremos, ¿sintió temor de volver a escribir? 

Creo que eso afecta. Cuando un libro es leído y querido por tanta gente, uno tiene miedo de que nunca más pueda repetir algo así o escribir una historia que toque ciertas fibras que ese libro logró tocar en lectores colombianos y de tantos otros países sorpresivamente, de otras lenguas y otras culturas. No me paralicé del todo, sino que publiqué Traiciones de la Memoria, una especie de apéndice de El Olvido que Seremos, con la historia del poema (homónimo). Después, cuando fracasé con una novela que deseché, Antepasados  Futuros, mi desesperación me llevó a buscar en todos mis cuadernos los poemas que había escrito a lo largo de mi vida y saqué después de los  50 años, mi primer libro de poemas. 

¿Y cómo le fue?

Ese libro lo pienso seguir publicando quitándole y añadiéndole poemas nuevos. En septiembre va a salir una segunda edición en España, con la editorial Pretextos, quizás la editorial que publica la mejor poesía en España, con muchos más poemas nuevos.

¿Cómo se decidió a publicar La Oculta?

Yo no podía publicar un libro de narrativa sin estar muy seguro, no de que fuera igual a El Olvido que Seremos, pero que por lo menos yo pudiera mirar a los ojos a los lectores, en las presentaciones sin sentir vergüenza. No del que yo piense que es una obra maestra ni mucho menos –no pienso eso de ninguno de mis libros–  sino un libro que no sea indigno, que tenga sentido para mí, que no me aburra ni me parezca espantoso. Eso para mí es importante. Soy incapaz y no quiero correr el riesgo de que por un contrato, plata o por ese riesgo que tienen los escritores que han ganado un nombre, que les publican todo lo que entregan, publicar basuras que no me gusten.

Muchos escritores trabajan ahora con anticipos... 

Esa es un arma de doble filo. Por un lado, es bueno que los escritores tengan un anticipo y el tiempo para escribir sin tener que pensar en el mercado o en otro trabajo. Pero si la presión económica lleva a escribir un libro cada año y de afán, y a que lo tenga que publicar, le guste o no, creo que sí es un riesgo muy grande de que las cosas puedan salir mal. Los grandes escritores del Siglo XIX escribían muy rápido y por encargo para revistas y periódicos, porque publicaban por entregas. Y de esos hay libros que son maravillas. No prejuzgaría, depende de la personalidad de cada quien.

  ¿Y usted lo ha hecho?

Tuve la suerte de que me hicieron un contrato y tenía que entregar un libro en 2011, pero mi editora Pilar Reyes – empezó como vendedora de libros en Colombia y ahora es la gran editora de libros de Alfaguara en España– jamás me presionó. Ofrecí devolverle ese anticipo porque no tenía ningún libro, siempre un año tras otro me dio más plazo. Pero tuve la fortuna de tener una editora paciente, que confiaba en mí y esperó hasta que yo le entregara un libro que a mí me gustara, que es mi primera condición.

Incluso usted habló de que su vena literaria se había agotado. ¿Cómo reverdeció esa vena?

(Risas). Sí. Tuve una profunda crisis de fe en mi literatura, que en mí son cíclicas. No me han diagnosticado ninguna ciclotimia, pero tengo momentos de euforia  y de euforia creativa, y momentos de depresión en los que me considero fracaso como artista de las palabras y escritor. Pero al mismo tiempo tengo mis mecanismos de defensa, que es escribir varios libros al tiempo para esquivar el desánimo.

Y tengo la suerte también de tener muy buenos amigos. Carlos Gaviria me ayudó, Santiago Gamboa me dio pistas, pero en la Bienal Mario Vargas Llosa de Lima, recibí apoyos y regaños de Javier Cercas, de Rosa Montero y de Vargas Llosa, que fueron muy bonitos.

Rosa Montero me invitó a que escribiéramos un libro a cuatro manos, en la que ella  escribiría la narración de una mujer y yo la de un hombre enamorados, pero tuvimos que postergar ese proyecto porque yo ya le había cogido el hilo a La Oculta y ella también a otro libro, pero ese gesto tan generoso de Rosa me animó.

Javier Cercas me regañó en público diciéndome que estaba loco, que tenía que seguir escribiendo y que no dijera tonterías. Y Vargas Llosa fue más sutil. En un almuerzo le comenté: “no es que yo no escriba, sino que lo que escribo no me gusta”. Me respondió: “es que uno, aunque no le guste, se sienta, corrige, trabaja, tacha, limpia, cambia, hasta que le guste y lo publica”. Hice eso en Berlín. Un libro que no me gustaba, me puse a trabajarlo y a trabajarlo, hasta que al fin me gustó.

¿Qué libro o  autor le falta por leer y por estudiar? Parece que los hubiera leído todos...

No, por Dios. Tengo una biblioteca muy grande, pero la mayor parte no la he leído. Casi todos los he ojeado, algunos los leí y están llenos de subrayados, pero ya se me olvidó y me toca volverlos a leer como si estuviera virgen frente a ellos. Hay cantidades de libros que me encantaría sentarme a leer con cuidado porque sé que me van a gustar y están allí esperando una oportunidad.

Le falta tiempo...

Mi gran amigo y mi gran enemigo es internet. Yo leía muchísimo cuando no tenía compromisos, cuando no contestaba entrevistas porque a nadie le interesaba hablar conmigo y cuando no había internet y no tenía esa tentación de estar mirando, de oír conferencias, conciertos, de ver películas o series de televisión y cosas interesantes que hay. A veces añoro el tiempo anterior –voy a salir nostálgico–, veo mis libros y quisiera llevármelos para la finca, apagar el celular y desconectarme de internet durante meses y darme un banquete de libros y libros sin parar. Eso ya no me pasa. Me falta mucho por leer, todo por leer.

¿Qué culturas o países donde se leen sus libros lo han sorprendido?

Una experiencia muy grata del año pasado fue presentar El Olvido que Seremos en El Cairo, en lengua árabe. Tuvo una acogida muy buena, muchas reseñas de escritores egipcios y presentaciones en una librería y en el Instituto Cervantes en El Cairo con lectores que no hablaban una palabra de español y sabían muy poco sobre Colombia; era el primer libro que leían de una cultura con otra religión –la católica– y sentir su conmoción y su entusiasmo fue muy emocionante para mí, comprobar que el traductor era un muy buen traductor y había logrado darle la sensación de cercanía y de intimidad familiar que tiene el libro --porque no sé ni una palabra de árabe-- fue muy bonito.                

Está perdiendo los amigos heredados de su padre, Carlos Gaviria, Alberto Aguirre…

El Olvido que Seremos está dedicado a Carlos Gaviria y a Alberto Aguirre, a quienes describo como sobrevivientes a esa racha de homicidios a profesores de la Universidad de Antioquia y a líderes de izquierda en los años 80 en Medellín. Ellos se salvaron de milagro y porque se fueron al exilio, Alberto a España y Carlos a Argentina. Que ellos hayan muerto casi 30 años después del asesinato de mi papá, en la cama, es un signo de que la situación de hoy no es la peor ni es el peor momento de Colombia, como decía en estos días muy irresponsable en su discurso Fernando Vallejo. Hemos tenido momentos mucho más oscuros. El hecho de que Alberto y Carlos desde la escritura, desde la cátedra universitaria y/o la Corte Constitucional o el Senado, hayan hecho pensar a este país, hayan modernizado las normas morales y de conducta, hayan enseñado a los colombianos a pensar de una manera menos fanática, más abierta, más liberal es lo que me da esperanzas. No es tan terrible, hay personas en Colombia capaces de recoger el legado de ellos y mantenerlo vivo, juristas como Rodrigo Uprimny, Mauricio García, César Rodríguez. No todos son Pretelt en la Corte Constitucional. Lo mismo  puedo decir del periodismo, que alguien como Daniel Coronel esté haciendo denuncia, recupera lo que hacía Alberto con su estilo de periodismo independiente y valiente.

  Aguirre era su confidente y él le dio una definición de lo que es ser hijo...

Aguirre y yo éramos padres muy distintos e hijos muy distintos. Su padre fue un político, ex gobernador de Antioquia, pero muy duro y autoritario. Mi experiencia como hijo fue diferente. Y él fue bastante duro con sus hijas; en cambio con mis hijos, soy como mi papá, muy condescendiente. Sí, una vez me dijo: acuérdate Héctor, que todo hijo es un hijueputa. A mí me dio mucha risa. Y a veces esa frase la repiten mis hijos cuando se portan mal conmigo, pero sé son todo lo contrario, son maravillosos, fuertes, austeros son lo mejor que me ha pasado en la vida. La frase de Aguirre tiene algo de cierto, pero no en absoluto, es buena para las ocasionales injusticias que tienen los hijos. Mi mamá tiene 90 años y me doy cuenta que soy injusto con ella, que soy hijueputa con ella, porque sabemos que los padres siempre nos van a perdonar, hay ese abuso con los padres, porque no hay manera de que no les perdone nada a mis hijos.

 ¿Y en qué se portan mal con usted?

No son cosas nada dramáticas, pero por ejemplo, se les puede olvidar que cumplí años, ni me felicitan ni tienen el menor gesto de cariño ese día; después se sienten muy mal y se arrepienten. Eso pasó una vez que estaban viviendo, Simón en Italia y Daniela en España, y me decían: ‘ay sí, los hijos somos unos hijueputas’.

La experiencia de la muerte está en su vida: la de su padre, la de su hermana, la de su amigo Daniel Echavarría, la de un amigo que le tocó sacar ahogado de un lago. ¿Qué significa para usted la muerte?

Es la última experiencia que tenemos de la vida. Es algo en lo que preferimos no pensar y uno vive, como si no se fuera a morir. Uno vive como si llevara una calavera llena de proyectos. No le tengo miedo a la muerte, tampoco ningún deseo ni ningún afán de morirme rápido. Lo que sí tengo claro es que quisiera morir dándome cuenta de que me estoy muriendo, en la cama, rodeado de la gente que quiero, de mi familia, de mi mujer, de mis hijos, pudiéndome despedir de ellos, ojalá con todas mis facultades mentales. Y si estoy sufriendo mucho, quisiera poder decidir el momento de morir. Esas experiencias de la muerte de familiares y amigos, han sido muy duras, por supuesto, pero le ha dado a mi vida una dimensión muy clara de lo que es importante y de lo que no vale la pena. No sufro, no me angustio por un robo o ese tipo de contratiempos. Cuando uno ha sufrido tragedias, asume esa dimensión de los contratiempos y los sabe llevar con mucha serenidad.

Como columnista ha cazado muchas polémicas con varios colegas. Por ejemplo, una con el escritor William Ospina...

Esa polémica debería dirimirla, no mi posición ni la de William, sino los resultados del Gobierno venezolano. William insiste en que en Venezuela los resultados no son malos, en que han disminuido la injusticia, la pobreza, la desigualdad. Y yo insisto en que esos resultados no son malos, sino pésimos y que los pobres venezolanos hoy son más pobres que cuando Chávez empezó a gobernar. Hay datos objetivos y cifras económicas muy precisas que lo muestran. Y William tiene una retórica muy adornada para tratar de demostrar lo contrario.

Con Efraim Medina también hubo una pelea en la que él se refería a usted en términos desobligantes y usted le devolvía atenciones...

Lo que pasó con este escritor es que escribió muchas cartas que fueron publicadas en revistas y periódicos y las firmó con nombres de colegas, incluso, algunos amigos míos, que me atacaban como en gavilla de una manera furiosa. Hablando con ellos me di cuenta de que ellos nunca habían escrito esas cartas, las había escrito todas Efraim Medina firmando por ellos. Luego él publicó un artículo en la revista Soho donde confesaba que él había usurpado sus nombres. Como tengo fama de pendejo y de bobo, me dio rabiecita y le enseñé con la misma estirpe de él. Me inventé un correo a nombre de una escritora Ximena Mejía y le empecé a mandar correos electrónicos muy melosos a Efraim, con el propósito de que él se enamorara de mí. Y cuando él me declaró su amor, le dije que qué lástima, que llegaba un poco tarde y que debía suspender la correspondencia. Yo había conseguido demostrarle, sin demostrárselo, que yo no podía ser tan malo como él decía, si yo era capaz de hacer que se enamorara de mí a través de correspondencia. Una vez publiqué esa historia en El Espectador, reconociendo que la escritora Ximena Mejía no existía, que construí un personaje que me inventé – no usurpé ningún nombre, como sí hizo él– y logré que se enamorara de mí. Entonces le demostré que lo que él decía de mí, por lo menos tenía que ponerlo en duda.

Y la eterna garrotera con Álvaro Uribe, a quien usted llamó mueble viejo en The New York Times, en qué va...

Yo le reconozco que su primer gobierno fue un mandato que le llegó a la gente, que estaba harta de las burlas y de la violencia de la guerrilla. Hubo un mandato para que él tuviera mano dura y logró poner a las Farc a la defensiva. Lo hizo pasando por alto muchas cosas, haciendo cosas terribles – quienes hacen la guerra piensan que se justifican, pero también me parecen injustificables–. Pero después quiso perpetuarse en el poder a la manera chavista, cambiando la Constitución y su segundo Gobierno me pareció nefasto: se acentuaron las ilegalidades, lo que había hecho con las Farc no podía acabarlo, las afinidades y complicidades con los grupos paramilitares se hicieron patentes, hubo muchísimos casos de corrupción y mucha gente que trabajó con él está procesada y condenada, así es difícil conservar el aprecio. Y al haberse peleado con el presidente Santos se ha convertido en una especie de energúmeno por twitter y muchas de las personas que votaron por él, volaron como golondrinas. El energúmeno cansa. Quisiéramos oír de él algo más constructivo y menos rencoroso y furioso, espero que los nietos lo dulcifiquen y comprenda que hay cierta belleza de la vida que él debería disfrutar y no perder el tiempo en furia, en rencor y en resentimiento.        

Con el actor Fabio Rubiano también tuvo su tire y afloje por el teatro...

Eso es algo muy sencillo. A mí no me gusta el teatro. El teatro contemporáneo me parece muy malo, salvo contadísimas excepciones. Fabio vive del teatro, recibe subvenciones estatales, y se sintió atacado personalmente por mí, cuando lo mío no era un ataque personal con nadie. Entonces escribió un artículo muy virulento contra mí, decía que lo mío era una fobia y que nadie era culpable de mis fobias. No me gusta el teatro, qué le vamos a hacer, no soy digno del teatro. Ahora, si dispara la furia energúmena de los teatreros, lo lamento mucho. Algunos teatreros me han dado la razón. Sandro Romero, de Cali, dice que en el 90 % de mi afirmación tengo la razón. Pero que también hay muy buen teatro y de vez en cuando me recomienda obras. La forma de convencerme de que estoy equivocado es con buen teatro, como sugiere Sandro, no insultándome como lo hizo Fabio Rubiano.

Y aquella con Harold Alvarado Tenorio por la autoría del poema El Olvido que Seremos que estaba en el bolsillo de la ropa de papá el día de su muerte.

Alvarado insiste en que él es el autor de ese poema, cada vez se inventa historias más delirantes como que el sicario que mató a mi papá le metió ese papel al bolsillo o el sicario era contratado por mí para matarlo para que yo pudiera enriquecerme escribiendo ese libro. Las cosas que ha llegado a decir Alvarado Tenorio son de la calaña de un farsante, de un ladrón de bancos a mano armada. Ya no le presto atención, lo que tenía que decir sobre él, que es una persona ingeniosa, que escribe con cierta gracia sus diatribas, ya lo dije en ese libro, Traiciones de la Memoria, lo que tenía que demostrar sobre el poema ya lo demostré allí, y simplemente la gente ya tiene cómo decidir con argumentos, no con retórica quién tiene la razón. Pero no me amargo, siempre que puede me insulta y siempre que puedo, lo ignoro, a no ser que me pregunten por él. Porque no soy persona de odios, ni de rencores, ni siquiera por los asesinos de su padre.

Y con Fernando Vallejo también tiene diferencias…

Fernando Vallejo se está convirtiendo en una especie de Monseñor Builes ateo. Es una mezcla entre monseñor Builes y Laureano Gómez, que es realmente la formación política de Vallejo Rendón. Él es un hedonista ateo que piensa que todo el mundo es corrupto, asesino y salvaje, menos él, que a todo el mundo le puede insultar y decir hijueputa y cretino, pero nadie le puede criticar a él sus libros de ciencias, por ejemplo. Esos libros de ciencias contra Darwin, Newton, Einstein y Maxwell, son un completo desatino, los de biología, matemáticas y de física, y cuando me atreví a criticarlos, me convertí en un bellaco y en un perfecto ser despreciable y eso da prueba de su incapacidad de criticarse y de su megalomanía moralista. A mí me parece lamentable. Él es un gran novelista perdido en el escándalo político y en la diatriba gratuita contra todo el mundo. Él dispara con regadera, incluso contra Carlos Gaviria se atrevió a escribir en forma lamentable. Y es un personaje que ha defendido públicamente varias veces a los paramilitares, y eso ya lo hace despreciable. Me quedo con sus novelas y prefiero pasar por alto sus desatinos, ya que parece que está perdiendo la cordura.

Su tesis de grado en literatura, incluso laureada, fue sobre la obra de Guillermo Cabrera Infante. ¿Lo conoció personalmente?

Cuando me gradué le mandé la tesis y él nunca me contestó ni acusó recibo de ella. Cuando la hice en la Universidad de Turín yo creía que era maravillosa, una obra maestra (risas) de la crítica literaria, pasé varios años y la volví a leer y no entendí ni una palabra. Estaba escrita en una jerga estructuralista de ciertos pensadores franceses, yo tenía que seguir el gusto de mis profesores, lamentablemente lo seguí, y escribí una tesis llena de tecnicismos absurdos y entiendo el que Cabrera Infante no me hubiera contestado de que recibió ese espanto. Lamento mucho haber caído en ese pecado tan frecuente de la academia, de las humanidades, de pensar que grandes palabras y una terminología oscura y sin  ideas sencillas, hacen el ensayo más profundo. Es un vicio terrible que deberíamos de extirpar de la academia en Colombia y en el mundo entero.

¿Que perfil de mujer le gusta?

No creo que tenga un perfil de mujer que me guste. Me gustan las mujeres comunes y corrientes. Por ejemplo, a mí me gusta más el mango que la manzana, pero no creo que sea capaz de comerme un mango todos los días, en cambio una manzana sí. Una mujer muy fea o muy bonita no me gusta porque el exceso de belleza o de feura me distrae mucho, me hacen quedar como embelesado u horrorizado mirando eso. No me gustan como las actrices, sino de carne y hueso, como la vecina. Un mango muy dulce me hace sentir hostigado muy pronto, necesito mujeres como el arroz blanco, o como el pan o como la arepa, que se pueden comer todos los días y no se hastíe uno, que sea un sabor suave, que uno lo pueda acompañar. Me gusta la mujer arroz blanco, no me interesa la mujer caviar.

¿Todavía tiene esa fanaticada de lectoras de cuando publicó Fragmentos de Amor Furtivo?

Esa novela fue muy maltratada por la crítica y muy querida por muchas mujeres. De hecho, una puertorriqueña acaba de hacer una película basada en ese libro, que creo va a salir este año. Fue un libro que me trajo muchas lectoras y el cariño de lectoras comunes y corrientes. Eso se repite mucho con mis libros. De La Oculta no ha escrito ningún escritor colombiano, solo algunas columnistas; a pesar de eso es la novela más vendida en Colombia desde que salió en noviembre y ha estado de primera siempre. Siento que les llego a las lectoras y a los lectores que son como las personas que a mí me gustan: pan, arepa, arroz blanco. No necesito de la ayuda de los escritores de caviar para que mis libros sean leídos, afortunadamente no dependo de ellos.

¿Ve viable el proceso de paz?

Estoy de acuerdo con todo lo que disminuya los asesinatos en este país. Por eso estuve de acuerdo con el proceso de desmovilización de los paramilitares cuando Álvaro Uribe lo sacó adelante, incluso con esas dosis de impunidad vergonzosas que él pedía, a pesar de ser mi familia y yo víctimas de los paramilitares. Si apoyé el proceso con los paramilitares, imagínese sino voy a apoyar también éste. No porque disculpe o me parezcan menos graves los métodos de la guerrilla, son igualmente graves y monstruosos, pero hay que sacarlos del hábito salvaje de matar, de secuestrar, de poner minas antipersona, de lanzar cilindros bomba. Colombia ha sido una gran anomalía continental en cuanto a carnicería, a ese abuso de la violencia para resolver los problemas sociales, políticos, económicos. Los mafiosos matan, los políticos matan, los militares matan, los paramilitares matan, los guerrilleros matan. Entonces, todo aquello que logre sacarnos del hábito de la violencia, me parece bueno. Contra toda esperanza y contra signos negativos y a pesar de terribles impunidades, estoy absolutamente a favor de este proceso de paz.

Dijo que no quiso ir a La Habana, ¿por qué?

Me invitaron como víctima y no quise ir para que fueran víctimas de la  guerrilla y víctimas más recientes, no quise ir como vieja víctima de los paramilitares, pero eso no significa que no apoye el proceso. Porque me parecía más correcto darles mi puesto a víctimas de la guerrilla y más recientes. Con lo que he  hecho, con El Olvido que Seremos, con lo que he escrito, con lo que he dicho en discursos me siento curado, no soy una víctima con la herida abierta, es una herida que dura para siempre, pero es una herida cicatrizada. No le veía mucho sentido a mi presencia allá. Lo que sí les digo a todas las víctimas es que hay que dejar el rencor y el resentimiento, que es importante recordar, pero cierta capacidad de perdón y olvido es importante para poder seguir adelante en la vida.

Entonces, ¿usted no espera verdad, justicia y reparación?

Verdad sí, nunca hemos pedido una reparación de parte del Estado y nunca hemos pedido cárcel para los asesinos de mi padre. Me gustaría que me dijeron la verdad y ya está.

¿Pero lo ve viable el proceso?

Creo que depende de las Farc en este momento. Ellos tienen que aceptar una cierta dosis de justicia, porque si no, la sociedad no va a soportar que todo vaya a la impunidad. Y el Estado tiene que garantizarles la seguridad a las Farc, para que no les vaya a pasar lo que les pasó a algunos desmovilizados del M-19 o a la gente de la UP, que los asesinen cuando vayan a hacer política. Ese debe ser el compromiso: aceptar una dosis de justicia transicional de parte de la guerrilla y darles la seguridad del Estado, son los dos puntos clave para que el proceso llegue a buen término. Y si eso contribuye a que disminuyan las muertes, los asesinatos, la violencia general en Colombia, no deja de ser una noticia maravillosa. Por eso estoy de acuerdo con el proceso y pienso que los negociadores (Humberto) De La Calle y (Sergio) Jaramillo están haciendo un gran trabajo allá y es muy valiente y muy plausible que el general (Jorge Enrique) Mora regrese a La Habana.

Cuéntenos algo que no se sepa de usted...

De mí se sabe casi todo. He sido casi exhibicionista. En esta época, la privacidad es una ilusión. Vivimos en una especie de panóptico donde todos somos observados y todos lo que hacemos es visto. Algo así como un  Dios que todo lo ve, la sociedad contemporánea a través de la tecnología ha llegado a eso. Tendría que vivir en las sabanas africanas o en las selvas colombianas para que no se sepa todo sobre nosotros, y si además, escribo novelas casi autobiográficas...

¿Sus fans le han hecho propuestas indecentes?

Esa palabra indecente no la entiendo. He tenido la suerte de querer mucho y de que me quieran mucho. También hay gente que me odia, pero son pocos (risas). He recibido muchas, pero todas han sido decentes.

¿Ha dejado su pudor para llegar incluso a bailar?

Sí, me he atrevido a bailar.  Es una paradoja, sí, empecé diciendo que era pudoroso y terminé diciendo que todo sobre mí se sabe. Es muy raro, cuando escribo, vuelvo a ser ese adolescente de ponerse rojo y sentir vergüenza por lo que hago, y me parece bonito ese pudor, pero al mismo tiempo, cuando ya me decido, me vuelvo muy impúdico y publico todo lo mío y a veces soy hasta imprudente con lo de los demás, casi sin detenerme a pensar  en las consecuencias. Y claro, a pesar de que bailo muy mal, soy capaz de cometer muchas veces el ridículo.

¿Aún conserva su afición a la buena mesa? 

Cocino los fines de semana en la cabaña en La Ceja. Últimamente cocino un cordero al horno que es delicioso. Me gusta mucho el arroz, hacer risottos. Me gusta mucho el pan –las panaderías en Medellín antes eran muy malas, ahora hay donde comprar buen pan–,  me gusta tomar vino y gin tonic, le dediqué un poema al gin tonic, es lo que tomamos con mi mujer. Me gusta comerme los mangos a mordiscos, y la arepa colombiana con aceite de oliva español y queso mozarella italiano, es una simbiosis y una combinación riquísima. Trato de inventar menjurjes con sabores de las comidas de los sitios donde he vivido, Medellín, Turín, Berlín y sitios terminados en in. Allí he aprendido cosas y las aplico en las dos cocinas, en la de la escritura y en la cocina cocina.

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