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Otra de las fotografías expuestas en La Tertulia. Un grupo de Rohinyás observan cómo son quemadas sus casas por el Ejército de Myanmar. | Foto: Masfiqur Akhtar Sohan / Especial para El País

"Los venezolanos parecen no tener esperanza", autor de la foto del año

La Fundación World Press Photo presenta, en Cali, 137 fotografías ganadoras del premio, en 8 categorías. Hablamos con el autor de la ganadora a Foto del Año, el fotoperiodista venezolano Ronaldo Schemidt.

21 de octubre de 2018 Por: Yefferson Ospina / Periodista de Gaceta

José Víctor Salazar había decidido participar en las protestas que ese 3 de mayo de 2017 estallaron en Caracas, la capital de Venezuela.
Días antes Nicolás Maduro había anunciado que presentaría planes para revisar el sistema democrático venezolano, formando una asamblea constituyente en sustitución de la Asamblea Nacional liderada por la oposición y consolidando así el poder legislativo para sí mismo.

Entonces José Víctor, 28 años, como tantos, como miles más, se convirtió en una furia. Y salió a la calle y lanzó piedras y estalló bombas molotov y gritó y corrió y gritó de nuevo.

Ronaldo Schemidt, fotoperiodista de la agencia de prensa AFP era el testigo. Ronaldo estaba frente a las barricadas, frente las otras decenas que también gritaban y lanzaban piedras y estallaban molotovs, y había contemplado la furia: hubo varios enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre la Guardia Nacional y los manifestantes y de uno de ellos resultó la caída de una moto de la Guardia. Los uniformados intentaron recuperar la motocicleta, pero un grupo de los que gritaban los rodearon de modo que los guardias se replegaron para dar paso a un vehículo blindado que los embistió.

“Si ya habían atropellado abiertamente a los manifestantes, cualquier cosa podía pasar”, dijo después Ronaldo en una entrevista a un diario español.

Pero la moto había quedado en poder de los amotinados que ahora la golpeaban, la escupían, que intentaban destruir el símbolo que contenía aquel ruidoso trasto de hierro.

Y uno de ellos era José Víctor, que llevaba un tubo en su mano con el que también la golpeó para que el aparato terminara por configurar su propio signo: el tanque estalló y el chorro de gasolina se elevó con una furia indiferente y las llamas de una bomba molotov lanzada minutos antes se prendieron al cuerpo de José Víctor que corrió, hacia cualquier lado, desesperado, la cara cubierta por una máscara antigases, camiseta blanca, delgado, frente a Ronaldo.

Entonces él, el fotógrafo, hizo los movimientos: imperceptibles flexiones de su índice derecho sobre un suave botón que activó un sensor que recogió la luz y las variaciones infundidas por los objetos - un joven envuelto en llamas sobre el fondo de una pared de ladrillo - que se movían frente a él.

La foto se convirtió en mucho más, se convirtió en una síntesis simbólica y fue galardonada como la foto del año por la World Press Photo y ahora mismo, por sí sola, es un capítulo de la historia reciente del mundo. Hablamos con Ronaldo Schemidt, el fotógrafo, a propósito de aquella fotografía realizada en mayo de 2017 que esta semana, junto a otras 136 fotografías premiadas por la World Press Photo, puede verse en el Museo La Tertulia.

¿Cómo ha sido hacer fotoperiodismo en Venezuela en medio de la crisis que está viviendo el país?
Bueno, pues yo trabajo en México y Venezuela, dos de los países más peligrosos de la región para la prensa. En el caso de Venezuela, tú no puedes salir a hacer tu trabajo tranquilamente, la delincuencia te corta la forma de trabajar. No puedes sacar tu equipo sin correr riesgo. El año pasado con el tema de las protestas tenías que evaluar muy bien hacia dónde ibas, de qué manera trabajabas, porque podías tener problemas además con las mismas fuerzas del Estado. La Guardia Nacional Venezolana te podía agredir o te podía quitar el equipo fotográfico, o cualquiera de estos grupos armados y violentos que apoyan al gobierno podía también hacerte algo. Todas estas situaciones tienes que aprender a evaluarlas y sobre todo a entender que tienes que trabajar en esas condiciones, y de ese modo tienes que ver cómo logras los objetivos en tu trabajo.
Ahora mismo las cosas han cambiado mucho, porque no estamos en protestas y en este momento hay mucho más control sobre la información que sale y la información que puede conseguirse, que en general es muy poca. El gran problema en este momento es la dificultad para acceder a muchas zonas y la dificultad para acceder a la información.

¿Cómo es la relación con la gente? ¿Qué les dicen quienes aún apoyan a Maduro?
Normalmente la relación con la gente del común y la prensa es muy buena y la gente lo que te dice es lo que se puede ver: que las cosas están muy mal. No hay comida, no hay medicamentos, todo está muy caro. Aunque también hay personas que todavía defienden al gobierno de Maduro y que nos dicen a los periodistas que todo lo que sale en medios es una invención, una exageración de nosotros, o que la crisis es consecuencia del bloqueo que Estados Unidos le ha impuesto a Venezuela. Hay una polarización muy fuerte. Tú puedes hablar en una esquina con alguien que te dice que todo es un desastre, y en la esquina siguiente alguien te dice que es un desastre pero que la culpa es del bloqueo, o que en realidad las cosas no están tan mal y que los que salen de Venezuela lo hacen porque quieren.

Usted mismo como fotoperiodista y como venezolano, ¿qué horizonte o qué salida ve?
Esta pregunta para mí siempre es muy difícil. Lo que puedo decir es que algunos días veo que los venezolanos sienten esperanza, creen que va a haber un cambio, y otros días noto que todo el mundo está completamente deprimido. La gente tiene la esperanza sobre todo de que, desde afuera, suceda algo. Muchas personas se alegran de las sanciones, cuando desde afuera se habla de ayudar a Venezuela sienten de nuevo la esperanza, pero días después esa sensación y el optimismo vuelve a caer...

Se lo pregunto porque usted ha dicho que la foto con la que ganó el World Press Photo fue tomada cuando en Venezuela todavía había esperanza de cambio...
Sí. El año pasado la gente tenía esperanza de que pudiera haber un cambio a través de todos estos movimientos en las calles, de las protestas, de los bloqueos, etcétera. Pero como puedes ver no pasó nada y esto terminó de acabar con el ánimo de la gente. En medio de las protestas del año pasado hubo mucho movimiento social, y también mucha represión y muchas muertes, y a pesar de todo eso nada cambió. Así que ahora la gente no cree que realmente pueda haber un cambio. Yo pienso que los venezolanos esperan que algo venga de afuera, porque creen que adentro ya no hay nada qué hacer.

Muchas veces cuando se cubren este tipo de conflictos, los periodistas caemos en una especie de monotonía de la información, casi como si la vida entera se estancara en un conflicto que parece no avanzar ni retroceder...
El año pasado fue muy activo porque el asunto fuerte eran las protestas, los enfrentamientos violentos, a medida que también iba creciendo la crisis de alimentos y medicinas. Ahora ya no está ese componente violento de protesta de calle y hay una especie de tristeza, de desánimo en la población y tú ves a las personas caminando por la calle realmente desanimados, desesperanzados, porque se dan cuenta de que pasan los días y no hay cambios. Entonces tú sí notas que estás en lo mismo todo el tiempo. La crisis cada vez es más fuerte y el país está atrapado en este problema, no se vislumbra un cambio.

Esta foto con la que ganó el World Press Photo tuvo una resonancia muy fuerte en todo el mundo. Pero parece que ese efecto se fue diluyendo poco a poco. ¿En algún momento, como fotoperiodista, se cuestiona sobre el alcance político de las imágenes?
Aquí hablamos del papel del fotoperiodismo. Si tú estás en la región y eres de un país vecino a Venezuela, puedes saber o entender un poco lo que realmente está pasando. Pero más allá de eso, en Europa por ejemplo, cuesta mucho enterarse de lo que está pasando en Venezuela. Cuando llega esta explosión del World Press, esta foto le da la vuelta al mundo, va a las redes sociales, va a la televisión, empieza a verse en muchos países, y eso hizo que muchas más personas se fijaran en lo que está ocurriendo en Venezuela. El ideal de nuestro trabajo es que a partir de lo que hacemos se busquen soluciones a los problemas. Pero bueno, en realidad lo que nosotros hacemos es poner la historia, y son los líderes los que tienen que encargarse de plantear las soluciones: las ONG, la oposición, los gobiernos del resto del mundo, son ellos los que tienen que sentarse en una mesa a buscar una solución para la población, que al final es la más afectada.

Ahora en Venezuela, ¿está trabajando en un proyecto específico?
Pues estamos desde la agencia viendo qué podemos hacer, mirando qué trabajo podemos realizar que no sea repetitivo. Pero es difícil porque como te digo aquí tenemos muchas limitaciones. Las cosas están muy complicadas, los accesos a ciertos sitios son muy difíciles. Aquí los grandes temas son delincuencia, hambre, escasez, falta de medicinas, y estamos pensando en cómo darles un enfoque diferente. Pero es muy complicado. Cuando uno llega a Venezuela se da cuenta de lo grave que en realidad está todo en este país.

¿Cómo fue que decidió convertirse en fotoperiodista?
Yo estudié antropología en Venezuela y, una vez me gradué, me fui a México a estudiar fotografía. Cuando empecé a estudiar, vi que la escuela tenía una orientación artística, de un tipo de fotografía conceptual. Pero por mi formación, por haber estudiado antropología, por estar en la calle y hablar con la gente, estaba interesado en hacer fotoperiodismo. Así que decidí enfocarme en este tipo de fotografía, luego regresé a Venezuela a buscar un trabajo, no lo conseguí, y en 2003 regresé a México y empecé a trabajar.

¿Cuál ha sido la experiencia más difícil para cubrir durante estos 15 años de trayectoria?
Yo creo que la guerra contra el narco en México, que la llevo cubriendo desde 2006. He tenido momentos realmente muy difíciles. A mí me tocó, por ejemplo, un operativo persiguiendo al ‘Chapo’ Guzmán, en Sinaloa y Durango, cuando se le escapó a la Marina. Fue una cobertura muy difícil con dos compañeras de prensa en las montañas de Sinaloa. Recuerdo también que tuve que cubrir un incendio causado por narcos en un casino con un montón de personas adentro. Cubrir la guerra contra el narco en México es muy difícil, y lo es además de un modo muy diferente a lo que he tenido que vivir en Venezuela. En México te puede pasar que tú vas por un pueblo muy tranquilo en tu carro y de repente llegan tipos armados y te quitan la vida. Así de simple. No importa que no hubiera una señal que dijera que en ese lugar había gente peligrosa, nada. Lo que sucede es que los narcos controlan muchos territorios en México y eso te pone en peligro todo el tiempo. Nosotros tenemos una serie de protocolos de seguridad para defendernos: no conducimos de noche, no llegamos muy temprano a las zonas en las que hacemos cubrimientos, si vemos que el ambiente está muy difícil no vamos, etcétera. Pero tú no sabes cuándo te metes al lugar equivocado, cuándo hablas con la persona equivocada, cuando te sientas al lado de alguien que están buscando y se arma una balacera en la que tú también caes.

¿Cómo es realizar un trabajo tan complejo y luego regresar a la calma de una vida “normal”?
Bueno, yo siempre he puesto un límite en mi trabajo, porque es un tipo de oficio que puede llegar a afectarte muchísimo. Tú te vas acostumbrando a vivir este caos todos los días y siempre tratas de conseguir el mejor trabajo en esas situaciones.
Y creo que una de las cosas peligrosas es que en algún momento te acostumbras a vivir con un cierto nivel de adrenalina que ya no te deja regresar a la vida normal. Cuando yo regresé a México el año pasado luego de hacer la cobertura de las protestas en Venezuela, me costó mucho enganchar con una agenda de trabajo normal, sentía que no podía volver a engancharme en la cotidianidad de mi vida y mi trabajo con mis compañeros, porque todo me parecía aburrido. Y es que claro, yo vivía un ritmo en el que me paraba en la mañana, desayunaba, me ponía un chaleco antibalas, un casco, una máscara, me iba a la calle, y pasaba cinco, seis, siete horas en las manifestaciones. Regresaba, iba a comer, dormía y al día siguiente lo mismo. Y cuando regresé a México me enviaron a cubrir conferencias de prensa o partidos de fútbol, y yo sentía que era muy difícil regresar a la normalidad, me sentía aburrido. Por eso siempre traté de tener conciencia de que ese ritmo tan frenético de trabajo no podía ser la vida normal.

¿Qué tan importante son para usted los premios?
Yo he trabajado con compañeros que uno nota que viven para el premio. Pero no se puede trabajar y ejercer este oficio para un premio. Si lo haces, pierdes la barrera de la ética de este trabajo porque vas a hacer cualquier cosa por ganarte un premio. Segundo, nunca vas a estar satisfecho con lo que haces. Uno debe hacer este trabajo porque le gusta y porque cree en el poder del periodismo para cambiar y mejorar las cosas. A veces los premios llegan, pero el verdadero premio es salir a la calle y regresar a la casa con un buen trabajo, un trabajo que te satisface y que fue ético y que sabes que lo hiciste muy honestamente.

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