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Los detalles del nuevo libro de Martín Caparros 'LaCrónica'

Martín Caparros, el maestro de la narración, siempre está fisgoneando, siempre está viajando y siempre está en busca de una nueva historia. Hizo una pausa para hablar de su nuevo libro ‘Lacrónica’.

11 de septiembre de 2016 Por: Gerardo Quintero Tello | Jefe de Cierre

Martín Caparros, el maestro de la narración, siempre está fisgoneando, siempre está viajando y siempre está en busca de una nueva historia. Hizo una pausa para hablar de su nuevo libro ‘Lacrónica’.

Cuando se conversa con Martín Caparrós  uno tiene la sensación de que en cualquier momento va a salir de viaje a alguna parte. Sus recuerdos de decenas de países y cientos de ciudades visitadas le darían para escribir una crónica interminable. Son tantos viajes que él mismo confiesa que prefiere vestir de negro porque no pierde el tiempo combinando la ropa. Y como siempre anda saltando de país, tampoco lleva una gran maleta, solo el equipaje de mano necesario que le garantiza un tránsito rápido en cualquier aeropuerto. 

Al filo de los 60 años, este argentino, apasionado por el Boca Juniors, que mira el mundo con ojos de niño y que evade las compras en sus viajes para evitar la sobrecarga de objetos innecesarios, es uno de los grandes maestros del periodismo latinoamericano y en una corta parada en Bogotá habló con Gaceta sobre su nuevo libro ‘Lacrónica’ (así, pegado), una recopilación de algunos de sus mejores escritos a lo largo de más de 25 años de navegar en las entrañas de países como Argentina, Colombia, Perú, Bolivia, Cuba, entre otros.

Desde la habitación 210, del hotel Ópera, este animal narrador como pocos, prosista enviciador, elegante y visceral al tiempo, como suele describirlo Alberto Salcedo Ramos, también habló de la vuelta a los principios básicos del oficio y de la furia que en él desata aquello que ha tenido a bien denominar periodismo basura.

Es inevitable pensar que su libro es un recorrido por la historia de los últimos 30 años de Latinoamérica. Están presentes los dramas de Colombia y Perú, con sus dos guerrillas; pero también los desaparecidos del sur del continente; la coca boliviana, hasta al dictador Videla le hace un  seguimiento…

[[nid:575220;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/09/p6gacetasep11-16n1photo02.jpg;left;{Me sorprenden personas que quieren ser periodistas y no leen. No se puede ser periodista sin haber leído demasiado; no se puede pensar sin haber leído demasiado.Especial para GACETA}]]

Agradezco el punto de vista porque no lo había pensado así, pero ahora que lo dices casi me convences. Me alegra de algún modo que pueda ser leído así, no era mi intención al hacer la selección, pero supongo que es la intención de cualquier periodista, tratar de ir encontrando puntos de referencia de lo que después será la historia de su lugar, eso que dicen de que el periodismo es el primer borrador de la historia. Si las crónicas sirven como el primer borrador de esta historia que tenemos, pues es un gusto.

Por qué hacer una recopilación de sus historias, ¿tal vez para analizar su evolución narrativa?

Básicamente para hacer un recorrido, pero no específicamente por la historia de América Latina, hay textos sobre China, Ceylán, la India… pero la intención era como doble, por un lado hacer una especie de recuperación de una serie de textos, probablemente los que más me gustaron en estos años, y por otro lado, sobre todo, pensar en esta práctica, sobre esto que podríamos llamar la crónica, o sea ir contando a través de esos textos y los comentarios, cómo fui haciendo, qué opino sobre cómo trabajar cierto tipo de cosas, una serie de reflexiones que se me fueron ocurriendo a lo largo de estos años y que me interesaba reunir en mi trabajo.

Aunque no le gusta que le digan cronista, hace un homenaje al género con este libro...

No es que no me guste que me llamen cronista, lo que no me gusta es aquellos que se creen que llamarse cronista es como un título de nobleza, del que deberían estar particularmente orgullosos, eso es lo que me incomoda, no el nombre, que de algún modo elegí para mí hace tantos años cuando empecé una serie de artículos que se llamaban ‘Crónicas de fin de siglo’ en un momento en que el que, por lo menos en Argentina, nadie hablaba de crónicas. Hacer crónicas está  bien, como también lo es tantas otras cosas que uno puede hacer en periodismo, en literatura y demás, pero siempre sin creérselas.

Usted logra un ritmo trepidante en sus historias,  tienen mucha dinámica, tendrá eso que ver con ese constante ir y venir suyo, de viajar constantemente, de no  estar quieto en ningún lado…

No lo había pensado en esos términos, pero considero que si esas historias tienen ritmo y mantienen cierta tensión, ese es el trabajo del escritor, conseguir que sus historias funcionen en ese sentido también. El trabajo con el ritmo a mí me parece decisivo en un buen relato,  sea de ficción  o de no ficción, también hablo de eso en el libro, pero no porque yo viaje o deje de viajar. 

De hecho uno muchas veces escribe relatos muy trepidantes desde una posición muy sedentaria, en su escritorio y rodeado de sus mamotretos.

Una de las historias de su libro transcurre en Colombia, precisamente un encuentro con las Farc en San Vicente del Caguán. Ahora, en plena terminación del conflicto, ¿qué recuerda de ese momento?

Quise hacer ese reportaje  para televisión y texto al mismo tiempo porque yo venía mucho a Colombia y estaba muy sorprendido de cómo mucha gente que yo conocía no se interesaba por el fenómeno, no les parecía relevante, no lo pensaban.

Entonces me dije ‘eso no puede ser’ y me interesó ir a ver quiénes eran esos señores que era tan fácil desde Bogotá dejar a un lado de un plumazo, y me encontré con una realidad mucho más rica de la que me contaban, o sea con gente que por un lado podría ser violenta, pero que también tenía un discurso político muy articulado y que me podrían explicar por qué estaban haciendo lo que estaban haciendo fuera o no del todo cierto.

El otro día me preguntaban qué haría ahora para de algún  modo continuar esa historia, lo primero que se me ocurrió fue que buena parte de la gente con la que hablé en el Caguán ha tenido un destino trágico, algunos están muertos, otro está en una celda de alta seguridad en Estados Unidos, entonces quizás haría la continuación y ojalá pudiera contar el final de la historia, ojalá un final feliz con el 2 de octubre, con la terminación definitiva del conflicto.

Lo que me parece saludable es que el país sí se dio cuenta de que tenía que prestarle atención a ese fenómeno y que tenía que hacer algo con él, y esto es de algún modo el proceso que va a culminar en esta semana, si es que todo sigue bien. 

Hay mucha discusión en el país sobre los espacios que los periodistas dan a quienes empuñaron las armas y hay una corriente muy fuerte que dice que este es el momento de las víctimas y que hay que abrirles todo los espacios para que cuenten su historia, en qué lugar se para usted como narrador

Retomando lo que te decía, yo creo que la posición más necia posible es aquella que niega una parte de la historia, me parece que el trabajo de un periodista y de cualquier intelectual o persona involucrada en el debate público consiste en tratar de que se conozcan todos los aspectos de la cuestión, no silenciar a los que no me gustan. Entonces decir que hay que darle la voz solo a algunos, en este caso a las víctimas que son muy respetables,  equivale a convertir un conflicto en simplemente una sucesión de quejas y lamentos. Me parece que para entender las cosas hay que mirar todos los aspectos y a mí me gustaría contarlos todos y no solo uno.

De todas las historias que usted cuenta en su libro, hay una, la de los niños de Sri Lanka, que parece haber marcado su derrotero como narrador 

Sobre la historia de los niños de Sri Lanka no diría que me marcó como escritor sino que fue dura como persona. Tuve que pasarme un par de semanas con gente detestable, que viajaba 15.000 kilómetros de su casa para abusar de niños de 7 o 12 años, eso como persona era mas insoportable de lo que me daba cuenta en el momento, de hecho terminé de entenderlo hacia el final de esa estadía cuando ya no lo soportaba más. Y eso aunque he estado en situaciones que se suponen muy duras, como guerras y demás, pero nunca teniendo que compartir una cerveza con gente tan despreciable como esa.

¿Esa misma sensación de desprecio fue la que sintió con el dictador Jorge Videla cuando se lo encuentra y usted le dice en su cara unas cuentas palabras, en una primera persona muy fuerte y retadora?

Eso no es ningún alarde de valor, simplemente la situación se presentó así y en cuanto a la primera persona yo creo que uno siempre escribe en primera persona aunque lo esté haciendo en tercera o trate de simular la mayor neutralidad, siempre hay una primera persona que decide qué escribir, cómo escribirlo, qué incluir, es inevitable, así es la estructura de este trabajo y en casos como este que citas, el de Videla, sería hasta increíble pensar que uno puede caminar al lado de un señor que mandó a matar a miles de personas, algunas de ellas bastante cercanas, sin sentir nada y simulando una neutralidad, que insisto, nadie podría creer. Entonces,  incluso para el beneficio del texto ocultar esas emociones lo vuelve falso. 

No es fácil para un escritor responder esto, pero ¿qué sensaciones espera dejar usted en la persona que aborde su libro?

Son como dos líneas que se cruzan de vez en cuando, pero por un lado está el posible placer de leer unos relatos que te interesen y reencontrarte con momentos de la historia que, como tu decías, de algún modo te importaron o produjeron algún efecto. Por otro lado, está esa sensación que a mí me resulta particularmente agradable de que entiendo cómo se hacen algunas cosas, el truco del mago que te muestra cómo ha hecho el truco, esa idea en el fondo me resulta muy agradable y acá yo muestro mis trucos, la mayoría de ellos, por lo menos, y supongo que eso debe ser interesante.

Vuelta al origen

Usted pertenece a otra generación periodística, más ligada con el papel, fortalecida en la imprenta, cómo ve el periodismo de hoy y la narrativa periodística actual en nuestros países.

Yo pertenezco a esa generación, pero he hecho radio, televisión y leo y escribo mucho más en digital que en el papel, o sea que tampoco soy un fanático o un nostálgico del papel como si hubiera allí una especie de legitimidad o de pasado glorioso que estuviéramos perdiendo. A mí me interesan mucho las opciones que lo digital ofrece desde muchos ángulos. Es obvio que internet facilita mucho el trabajo, te permite acceder a una cantidad de información que antes era muy difícil. 

El peligro, por supuesto, es quedarse con eso y no salir a hacer la otra parte decisiva del trabajo que es ir a ver dónde están las cosas, qué pasa, averiguar, escuchar y contarlo. Por otro lado, internet permite también la posibilidad de publicar mucho más fácilmente, cuando yo empecé a querer publicar cosas por mí mismo tuve que contar con un grupo de amigos y empezar a ver de dónde sacábamos plata para pagar el papel, la tinta, la distribución para poder sacar una revista. Ahora tenés algo y te puedes hacer una buena página web, subirla y luego todo está en conseguir que alguien lo lea y mucha gente lo está aprovechando. 

No me interesan los lamentos por los buenos viejos tiempos, eso de que todo tiempo pasado fue mejor es mi frase más detestada.

Pero usted no deja su espíritu crítico y advierte que pulula un círculo vicioso, un periodismo basura: te doy basura, te entreno en la lectura de basura, te acostumbro a la basura, me pedís más basura, te la doy…

Eso también, como usan internet ciertos editores y ciertos dueños de medios, pero de la misma manera que solían usar el papel, lo que pasa es que como justamente internet es más potente como forma de difusión, les sale mejor esta venta de basura. Efectivamente, uno de los efectos de la llegada de internet es que ha incluido a la prensa escrita en la lógica del rating, hasta hace muy poco estábamos fuera de esa lógica porque no había manera de medir los lectores eficazmente, en cambio ahora sí miran los click de cada cosa y entonces todas esas porquerías sobre futbolistas, rubias, famosos, poderosos y gatitos, también, que en general tienen más click que otras cosas, les parecen maravillosas y comienzan a producir cada vez más de eso y entonces el público empieza a consumir, pide cada vez más, se produce cada vez más de eso y el círculo de la basura no se detiene. 

Por eso solía decirse que el periodismo era contar algo que alguien no quería que se supiera, ahora muchas veces me parece que periodismo es contar algo que muchos no quieren saber porque están esperando otras cosas, pero es uno el que tiene que decidir qué es lo que importa, para eso se prepara y trabaja y no dejarse llevar por esa especie de ilusión numérica del click que nos conduciría a una especie de lógica del espectáculo suicida para los medios.

Me llama la atención que usted siendo un escritor de kilates, que podría armar todo un quilombo (como dicen en su tierra) alrededor de lo que es escribir y narrar, siempre vuelve a los principios básicos y como el sabio de la tribu siempre está conminando a mirar, a no perder la actitud del cazador y a regresar a la lectura para aprender a escribir

Si encuentro gente que quiere escribir y no le gusta leer o si encuentro gente que quiere contar, pero no sale a buscar historias o narraciones por el estilo, mi primera reacción es insistir que sin lo básico no llegas a ninguna parte. Hay una tendencia ahora de pensar que toda mejora o toda innovación tiene que ver con la técnica, y yo sí estoy encantado con las nuevas herramientas e insisto todo el tiempo que debemos encontrar la forma de usarlas para contar nuestras historias cada vez mejor: videos, grabaciones, animaciones, hipervínculos, en fin todo, pero el error es creer que la única posibilidad de mejora e innovación está en la técnica, hay muchas posibilidades con simplemente un computador y un archivo de texto, es decir, escribiendo, con palabras, como siempre, se puede seguir cambiando muchas cosas. 

Bueno, maestro Caparros, y hasta cuando seguirá de viaje, ya ha pensado estacionarse o su vida continuará con una maleta en la mano...

Sigo, sigo, mirá, es probable que dentro de tres semanas hasta tenga que pasar por Cali, ahora mismo me estoy yendo a Madrid, pero seguramente vuelvo y luego pasaré por Cali para seguir trabajando y así…

Me sorprenden personas que quieren ser periodistas y no leen. No se puede ser periodista sin   haber leído demasiado; no se puede pensar sin haber leído demasiado.

Siempre me sorprende que digan que soy más conocido como periodista pues ya había escrito cuatro novelas antes de escribir crónicas.   Supongo que es mi destino. Echeverría, mi última novela, llegará a finales de año a Colombia. 

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