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Gloria Amparo Morales, la artista vallecaucana que pinta el pacífico colombiano

Gloria Amparo Morales, una de las artistas vallecaucanas que participan en el V Salón Bat de arte popular, pinta la cotidianidad y los personajes del Pacífico colombiano de una forma muy particular.

21 de febrero de 2016 Por: Por Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

Gloria Amparo Morales, una de las artistas vallecaucanas que participan en el V Salón Bat de arte popular, pinta la cotidianidad y los personajes del Pacífico colombiano de una forma muy particular.

Al principio te engaña. Piensas que es una foto. Si la observas de lejos no hay duda de ello. Ves la fotografía de una niña negra, vestida con su traje rosa de domingo, jugando con las olas del mar. 

Cuando te acercas, dos o tres pasos de distancia, te das cuenta de que en realidad es una pintura. Aunque hay que mirar con detenimiento para descubrirlo. ¿Cómo pintar la espuma del océano,  la forma de las olas, el reflejo del sol con esa exactitud milimétrica? ¿Cómo dar con el tono preciso  de la arena? ¿Y el detalle de la mirada de Sara, la niña? ¿De qué se trata esto? 

Le sucede a la mayoría de los visitantes a la exposición del V Salón Bat, que se encuentra en el Centro Cultural Comfandi: cuando miran la obra de lejos, no se sorprenden. Una fotografía más, quizá piensan. Cuando se acercan, en cambio, la contemplan durante varios minutos. Como quien resuelve un misterio. ¿Quién hizo esto?, preguntan. 

Como el cuadro, su autora igualmente podría mimetizarse, solo que en este caso entre los visitantes. Luce como una sencilla ama de casa. Su nombre es Gloria Amparo Morales, tiene 62 años y desde hace 30 se dedica a una corriente artística conocida como hiperrealismo.

La idea es reproducir la realidad con más fidelidad que la fotografía. Como proponiéndole un reto al espectador: Qué dices, ¿es una foto o un óleo sobre lienzo? Aquello puede generar una especie de extrañamiento. Lo que creías era una verdad irrefutable puede terminar siendo algo muy distinto. 

Aunque pasaron décadas sin que Gloria supiera qué era eso del hiperrealismo. Ella simplemente pintaba la  cotidianidad en su taller del barrio El Vallado, sin fijarse demasiado en lo que sucedía en el resto del mundo. 

Los hiperrealistas surgieron en los Estados Unidos de los años 60. El movimiento fue  inspirado por el Pop Art, que se dedicó a utilizar imágenes de la cultura popular, la sociedad de consumo, para sentar una postura sobre lo que sucedía en el planeta. 

Gloria, mientras tanto, pintaba en los libros de la escuela en la vereda  Quintero, de Roldanillo, donde nació. En ese entonces dibujar era un simple divertimento, una manera de pasar el tiempo en el campo, donde todo pareciera ir  más despacio. 

- Yo veía el arte como algo tan lejano… pensaba que no era para mí, que era algo a lo que solo podían acceder los genios que veía en los libros, esos grandes pintores, esos museos de Italia. 

Gloria se hizo adolescente, se casó, tuvo tres hijos, se dedicó a criarlos. Hasta que, cuando ya estaban grandes y podían valerse por sí mismos, se dijo: no me puedo morir sin ser yo, sin pintar una obra de arte. Así que empezó a pintar todos los días.  

A veces  se le olvidaba  comer por estar lidiando con un cuadro. La gastritis que la molesta hoy es consecuencia de perseguir la perfección, así al principio pintara lo que todos: bodegones, paisajes. 

Los domingos se pasaba por el parque El Peñón, para vender sus obras. Como no siempre lo lograba, también hacía manillas que se vendían más fácilmente y que le permitían costear los materiales para seguir pintando. 

Hasta que, un fotógrafo amigo, le mostró la foto de una vendedora de chontaduros en el centro de Cali. En ese momento, Gloria no sabe muy bien por qué, su vida cambió. 

- Después de ver esa fotografía encontré mi camino. Dejé de hacer bodegones y paisajes, y  me dediqué  a contar la cotidianidad a través de la pintura. Quería contar lo que somos, nuestros personajes del día a día, el Pacífico. Yo vivo en  un sector donde viven muchas personas de esa zona del país, y tal vez fue eso lo que me conectó con la gente que quería retratar. 

En las pinturas hiperrealistas de Gloria aparecen sobre todo afrocolombianos. Un niño con su carreta, un pescador en su canoa, el Expreso Salahonda, una familia en una humilde casa de madera durante un domingo por la tarde. 

Con esa última pintura,   obtuvo el año anterior uno de los premios que otorga el Salón Bat de arte popular. Con el dinero compró una cámara fotográfica. Siempre sale a la calle con ella. Si le llama la atención algo, lo fotografía para después convertirlo en una pintura. Como un reportero que mira la cotidianidad para escribir un artículo, solo que Gloria hace un cuadro. 

El dinero del premio también le permitió estar donde más le gusta: el mar. Viajó a Juanchaco, Ladrilleros, La Barra, donde el patio de los niños es una gigantesca playa. No puede haber infancia más feliz que aquella, piensa  Gloria. 

- Son los habitantes de la arena.

Y, justo cuando se alistaba para volver a la ciudad, vio a Sara. Algo en esa niña de 9 años  que miraba el mar, a lo mejor imaginando  el mundo que existe más allá del horizonte, la conmovió.

Gloria sacó su cámara, y empezó a retratarla: Sara mirando el océano; Sara caminando; Sara jugando con las olas; Sara en el mar. 

Pintar la serie le tomó un mes y medio por cada cuadro, es decir que durante casi un año se dedicó a ello. 

Para dar con los tonos exactos de la naturaleza,  se pasó días  mezclando colores. Que sus cuadros se vean tan reales como una  foto es un asunto de intuición a la hora de combinar, dice.  Y práctica. Al fin y al cabo 30 años pintando a diario deben ser  razón suficiente para dominar una técnica. También para descubrir que el arte no era tan inalcanzable como se le hacía cuando pintaba en los libros de la escuela.   

- Sara en el mar es lo mejor que he hecho, creo.

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