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El Bebo que yo viví, memorable figura de la música afrocubana

Con su regreso después de 34 años de anonimato, Bebo Valdés emergió como figura mítica del Jazz. Pero su valor estaba más allá de lo que se dijo. Así lo entendió un amante irredimible que siguió sus pasos.

1 de abril de 2013 Por: Ossiel Villada | Especial para Gaceta

Con su regreso después de 34 años de anonimato, Bebo Valdés emergió como figura mítica del Jazz. Pero su valor estaba más allá de lo que se dijo. Así lo entendió un amante irredimible que siguió sus pasos.

La mejor definición de quién es Bebo Valdés la escuché en uno de esos domingos en los que nos olvidábamos de nuestras guerras cotidianas y dejábamos ir la vida buscando cosas inútiles: “Ese señor ya lo dijo todo”.Fue en una de las tertulias de la Sociedad de Amigos del Jazz. Tal era el ostentoso nombre que habíamos dado a esa reunión de tristes tigres que precisaban de algo más venenoso que el fútbol dominical para exorcizar su soledad. El tesoro inútil que buscábamos aquella tarde con la complicidad de unos cuantos amigos, entre montañas de discos y botellas de vino, era la melodía más dulce y melancólica del Jazz latino. Tonterías de melómanos. Supongo que somos irremediablemente así, que en cada disco que guardamos encontramos un trozo de los sueños rotos; y por eso los domingos, en la pequeña patria de nuestra soledad, nos dedicamos a juntar todos los pedacitos, a hacer coincidir sus ángulos imperfectos, hasta recuperar momentáneamente un instante de felicidad que suena como una canción.En esas búsquedas, por regla general, terminábamos en lugares distintos y cada uno proclamaba haber encontrado la joya perdida. Y esta no era la excepción. Lucas T’jader, el perro que más sabe de Jazz en Cali, nos miraba imperturbable mientras cada uno hacía su apuesta: alguien trajo a ‘Caridad Amaro’ de Chucho Valdés. Otro llegó con la ‘Serenata criolla’ de Huascar Barradas y la dueña de casa proclamó la ‘Seresta’ de Jaime Uribe. Aldemaro Romero, Michel Camilo y Ernán López Nussa también desfilaron por allí. Hasta que alguien dejó sonar el ‘Lamento cubano’ de don Bebo Valdés. Casi un siglo de sabiduría musical pura resumido en 3 minutos y 29 segundos de dolor. Nos quedamos callados. “Ese señor ya lo dijo todo”, comentó el fulano con la seguridad de quien sabe que dio en el blanco. La figura mítica del jazzConocíamos el nombre de Bebo por las viejas grabaciones de su orquesta en el Tropicana y por la ‘Calle 54’ de Fernando Trueba. Pero aún así, para nosotros Bebo seguía siendo, en términos simples, “el papá de Chucho Valdés”.El mismo Chucho, que ya nos había visitado en Cali por allá a finales de los 90, parecía querer ahorrar palabras cuando el tema era su padre. “Sigue siendo un gran músico a pesar de sus años”, me dijo una entrevista que le hice antes de su primera actuación en el Teatro Municipal. Poco sabíamos entonces de las tensiones que años de ausencia crearon entre padre e hijo. Fue necesario invertir muchas más tardes y botellas de vino para entender por qué don Bebo Valdés era, de verdad, un hombre que ya lo había dicho todo.Bebo se convirtió en un referente global por allá en el 2003, cuando ya no era el sol, sino la noche, lo que tenía sobre las espaldas. De repente, una grabación que ganó premio Grammy y que fue calificada por The New York Times como disco del año, lo convirtió en una celebridad. Todos querían conocer al genio que había arropado con su piano intimista a Diego ‘el Cigala’ en los nueve cortes de ‘Lágrimas negras’.Pero tal como había pasado seis años atrás con el Buena Vista Social Club, el marketing discográfico redujo el asunto a una postal fácil de comprar: “un abuelo cubano que a sus 84 años todavía toca el piano, sonríe, cuenta anécdotas, graba con muchachos de 30 y hace conciertos… ¡ Qué cosa más cool !”. Pero Bebo –divertido, dicharachero, agudo, caballero, algo olvidadizo, más allá de cielo e infierno–, se dedicó a contar el resto de su película. En infinidad de entrevistas repitió los datos básicos de su biografía: que se llamaba Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro, que era nieto de esclavos y que había nacido el 9 octubre de 1918 en Quivicán. Recordaba que a los siete años ya tocaba el piano y a los 18 pelaba papas en un restaurante chino, pero también estudiaba a Mozart en el Conservatorio de La Habana. Contó que en los años 40 hizo arreglos para estrellas como Olga Guillot, Elena Burke y Celia Cruz; que en el 47 entró a la orquesta de planta del mítico cabaret Tropicana y que allí, como director, tuvo la oportunidad de darle clases de melodía a Nat King Cole. Y hasta se burlaba de sí mismo al relatar que en el 52 se le ocurrió crear un ritmo nuevo llamado ‘Batanga’, el cual no pasó de ser flor de un día porque era difícil de bailar. Sin asomo alguno de vanidad ni rencor, relató por qué se fue de Cuba en 1960, decidido a no regresar nunca más mientras los hermanos Castro estuvieran al frente, y cómo terminó exiliado para siempre en la gélida Suecia.No tuvo reparo alguno en confesar que sí, que tres años después de haber dejado a su mujer y sus cinco hijos en Cuba, en un arrebato de amor le propuso matrimonio a Rose Marie Pherson, cuando ella apenas cruzaba la esquina de los 18 y él ya bajaba por la calle de los 44.Y que el amor incondicional de aquella jovencita europea, tan diferente de sus raíces negras, le permitió sobrevivir durante 34 años como anónimo pianista en los bares de una cadena de hoteles, mientras el mundo se olvidaba de su música, de su larga figura y su fascinante obra.Durante tres años los creadores y cómplices del Festival Ajazzgo le hicimos cacería para traerlo a Cali. Fue imposible: los compromisos de su agenda triplicaban los números de su edad. El Bebo, artista silenciosoEl saxofonista Paquito D’Rivera nos contó que tuvo que acostumbrarse a responder en las entrevistas cómo había rescatado a Bebo del olvido: fue en 1994. Paquito andaba en Europa, angustiado porque debía terminar un disco y no tenía un solo tema preparado, y entonces se le ocurrió llamar a Bebo, “que siempre tenía ideas”.Bebo le dijo que no, que ya estaba retirado, pero terminó haciéndole los arreglos de once temas en 36 horas. Paquito decidió que aquella producción debía llamarse ‘Bebo rides again’ y fue así como el último genio del piano cubano regresó del frío para reclamar el lugar que la historia le había negado.Lo demás es historia reciente: Fernando Trueba lo resucitó para el mundo, lo convirtió en una de las figuras de ‘Calle 54’ y logró lo que nadie imaginaba: Bebo Valdés y Chucho Valdés tocando juntos en una misma grabación. Las lágrimas del reencuentro limaron las asperezas del tiempo y le dieron a Chucho nuevas palabras sobre su papá. Hace poco más de dos años, cuando regresó a Cali para el Festival Ajazzgo, le pregunté nuevamente por Bebo y esta vez me dejó un nudo en la garganta: “Mira, casi siempre me preguntan cómo se siente uno si vive a la sombra de su padre. En mi caso, yo he vivido a la luz de mi padre; él es mi maestro, mi guía, mi hermano, mi amigo, mi todo, somos amigos de verdad”, me respondió.Pero nada de esto explica la definición que alguien nos dio aquella tarde de domingo sobre Bebo. Yo sólo vine a comprenderlo mucho después cuando la vida, por pura casualidad, me dio el regalo de verlo tocar en vivo en Madrid. La respuesta estaba allí, en el alma misma de su música. Durante 34 años de exilio forzoso en el territorio del amor, Bebo Valdés aprendió el enorme valor del silencio. Sus largos días de pianista desconocido en vestíbulos de hotel le permitieron decantar su estilo, experimentar con miles de variaciones, saltar cómodamente del guaguancó a la rumba, tomarse el tiempo para ‘cocinar’ el mismo bolero de mil formas distintas y aprender a decir sólo lo necesario.Cuando regresó a la fama se dedicó a impartir la sencilla, la poderosa, la bella lección del silencio. Como Lecuona, como Bill Evans, nos enseñó que la complejidad del arte musical no está en inundar de notas cada acorde, sino en usar las notas precisas en el lugar correcto. Por eso su música es como la vida misma: una simple sucesión de sentimientos y silencio. Por eso sus boleros suenan como la ligera lluvia del parque, sus improvisaciones tienen el color de un paisaje campesino y sus mambos saben a mercado del pueblo. Por eso la densidad de Chucho, la gracia de Camilo, la riqueza de Rubalcaba, las obras de tantos pianistas que amamos, son apenas bellas construcciones hechas con los ladrillos que Bebo había fabricado hace muchos años. Las noticias dicen que cuando se fue del mundo, hace una semana, el Alzheimer le había arrebatado la vitalidad, la sonrisa y la memoria. No es cierto. Simplemente decidió ir detrás de Rose Marie. Porque ya lo había dicho todo.

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