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200 años de Richard Wagner, el músico alemán que ha despertado pasiones encontradas

Idolatarado por Nietzsche, exaltado por Liszt, admirado por Hitler, Richard Wagner ejerció una particular fascinación no solo entre sus contemporáneos sino hasta nuestros días. ¿Quién fue este artista alemán cuya música se oyó tanto en los campos de concentración nazis como en ‘Apocalypse now’? Perfil.

11 de febrero de 2013 Por: Por Miguel González ? Especial GACETA

Idolatarado por Nietzsche, exaltado por Liszt, admirado por Hitler, Richard Wagner ejerció una particular fascinación no solo entre sus contemporáneos sino hasta nuestros días. ¿Quién fue este artista alemán cuya música se oyó tanto en los campos de concentración nazis como en ‘Apocalypse now’? Perfil.

Seguramente ningún músico ha despertado tantas pasiones encontradas como Wagner. Antisemita por deducción, nacionalista por ideología, militante político y crítico permanente de la manera como se conducía la música romántica de sus contemporáneos, Wagner era idolatrado por Nietzsche, identificado con las ideas de Schopenhauer, exaltado por Liszt, admirado por Verdi y el joven Gustav Mahler. En el rey Luis II de Baviera despertó una pasión más allá de la música y su relación escandalizó al reino por él precedido, al tiempo que le brindó la oportunidad de llevar a feliz término sus obras culminantes: ‘El anillo de los Nibelungos’, ‘Tristán e Isolda’, ‘Los maestros cantores de Nuremberg’ y ‘Parsifal’. La ópera, el "drama musical" de WagnerWagner fue el compositor más revolucionario para la representación en la escena teatral y el músico más exigente para la conformación de la orquesta y la capacidad de los cantantes. Sus partituras y argumentos exultantes enaltecieron los sentimientos y buscaron en las profundidades del espíritu humano la razón de las emociones. Su influencia tanto en vida como después de muerto, hasta hoy, ha sido notable y seguramente contundente. Después de Wagner ya nada en la música siguió igual. Sobre todo la ópera, que él prefirió llamar “drama musical”, donde la redención, el caos y la debilidad de humanos y dioses sintonizan la decadencia de la civilización.El joven Adolf Hitler, aprendiz de pintor en Viena, tenía su música en la mejor de las estimas y asistía a las largas representaciones de pie, en lo más alto de la galería en la ópera de la capital austriaca, su país natal. Thomas Mann lo definió como “sufriente y grande” y a su obra la describió como “uno de los fenómenos más problemáticos, ambiguos y fascinantes del mundo de la creación artística”. En los campos de concentración alemán la ‘Cabalgata de las Valquirias’ amenizaba la conducción de los judíos hacia las cámaras de gas. Más recientemente la misma melodía orquestaba los bombardeos sobre Vietnam en la película de Coppola ‘Apocalipsis Now’. Wagner y Richard Strauss fueron prohibidos en Israel, ambos por sus peculiares declaraciones antisemitas. Todo esto para decir que el fenómeno Wagner no es fácil de abordar ni simple de describir. Curiosamente Daniel Borenboim, el famoso pianista y director argentino-judío luchó y convenció para que en todo el territorio palestino se volviera a imponer la música del compositor nacido en Leipzig hace exactamente doscientos años.Creo que la música de Wagner es un gusto adquirido. Muchos melómanos rechazan o por lo menos tienen objeciones con respecto a sus composiciones. Incluso entre los amantes de la ópera hay quienes se abstienen de su audición y representaciones. El culto a Wagner es una secta. Una especie de club especial, excéntrico y elitista. La puesta en escena de sus óperas, especialmente las cuatro de la ‘Tetralogía’ constituyen un acontecimiento, el más alto costo para los teatros y ciudades que las montan. Contra todo pronóstico éstas se han multiplicado de manera sorprendente. Esa cita para el ‘Anillo’ con su prólogo y las tres jornadas, en el cual se invierten seis días, con razón se llama “peregrinación”.Culto a Richard WagnerCuriosamente mi relación con Wagner se inició en la adolescencia de la mano de mi profesora de música Susana López, quien tenía a este compositor entre sus prioridades. Su versión de ‘Tristán e Isolda’ con Wolfgang Windgassen y Birgit Nilsson, era la que siempre escuchábamos. Después le pude regalar el ‘Anillo’ completo dirigido por Herbert von Karajan. Siguiendo la traducción de los libretos y escuchando esos sonidos supremos, Wagner era un anhelo y para mí una meta a conquistar. Finalmente en 1976 pude presenciar en la ópera de Viena ‘El holandés errante’ en la producción de Günther Schnider-Siemssen y con Theo Adam en el papel protagónico. En esa primera década de mi encuentro con representaciones wagnerianas, logré estar en el ‘Crepúsculo’ en Londres, una ‘Valquiria’ en Viena y ‘El Oro del Rin’ en Budapest. En los ochenta mis primeros encuentros con “Tannhaüser”, “Maestros Cantores” y “Sigfrido” en el Metropolitan de Nueva York así como el “Tristán” en la subliminal producción de Michaël Hampe con René Kollo y Ute Vinzing en los protagónicos y Kurt Moll como el rey Marke.Para celebrar mis cuarenta años en 1990, decidí regalarme el viaje a Bayreuth y presenciar por primera vez el vanguardista 'Anillo del Nibelungo' completo, en la versión de Harry Kupfer conducido por Barenboim y con cantantes hoy legendarios como Siegfried Jerusalem o Waltraud Meier. El culto wagneriano en esta pequeña ciudad lo impregna todo. No sólo el teatro de los festivales de cada verano, sino la villa Wahnfried, rodeada de jardines, con el busto de Luis II y la tumba del compositor y de su amante esposa Cósima, la hija bastarda de Liszt, después von Bülow y finalmente Wagner. La casa es un museo con recuerdos del compositor y los festivales, incluidas las fotos de Hitler en estas celebraciones y también en el gran salón la música se deja oír para que perdure más vivo el recuerdo.“Parsifal” me llegó finalmente en la dirección de Thielemann con Plácido Domingo en el 2005, y luego bajo la batuta de Runnicles con Burkhard Fritz. “Parsifal” es más que la escenificación de un episodio sobre el santo Grial que contiene la sangre de Cristo. Habla de redención, de herida abierta que produce dolor, de celibato, de renunciamiento y sacrificio. Es un drama sagrado donde hay que abstenerse de aplaudir. Wagner no pensaba en dios sino en lo divino. Como aclara Cósima en el “Libro Marrón”: “Dios no es la luz que ilumina al mundo desde el exterior, sino la luz que proyectamos sobre él desde nuestro interior: es decir, el conocimiento por la compasión”. Esta ópera y los episodios que la rodearon marcó la ruptura entre Nietzsche y el compositor. Fue su último gran legado y obra culminante. Wagner eligió Venecia para su final. A orillas del Gran Canal murió en el palacio Vendramin, un último marco espléndido para su vida pasional. En un voluntario retiro. Estaba escribiendo un ensayo y la última frase que estampó fue: “No obstante, el proceso de emancipación de la mujer se produce sólo bajo convulsiones estáticas: Amor-Tragedia”. La pluma cayó de su mano. Nietzsche confesaría más tarde: “Lo he amado, a él y a nadie más”. También hay una frase en su “Zaratustra” que se le puede aplicar al músico: “En la soledad crece lo que se lleva dentro de uno, incluso la bestia interior”.

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