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Víctor Zapata (izquierda), de 19 años, y Darwin Zapata (26 años) cargan el plátano en un camión con rumbo a Medellín. | Foto: Jorge Orozco / El País

POBREZA

¿Cómo se vive en El Águila, el municipio más pobre del Valle del Cauca?

Es el último pueblo del norte del Valle, el que puede se va; y el que no, apenas vive al diario. Agricultores pasan del café al plátano.

24 de febrero de 2020 Por: Andrés Felipe Martínez González - Reportero de El País

El Águila es el último pueblo del norte del Valle; está allá arriba en la punta que aprenden a dibujar los niños en el mapa del departamento; suspendido en el filo de una de las montañas de la cordillera occidental.
Es literalmente un filo, porque desde su parque central, donde se yergue la iglesia La Inmaculada, caen profundas laderas a ambos lados, todas regadas de plátano y café.

Su gente es paisa; de ojos oscuros, nariz aguileña y una voz grave con la que gustan de presentarse - orgullosos - con sus dos nombres y sus dos apellidos; mientras estrechan la mano fuerte y descubren una sonrisa picarona - pero humilde - con la que de entrada hacen que el extraño se sienta en casa.

El Municipio debe su nombre a la emblemática ave rapaz; y su desarrollo, al café. Sobre este grano se construyó un pueblo que hoy alberga a unos 8900 habitantes; quienes no saben (y si se les dice, lo niegan) que son la población más pobre de todo el Valle del Cauca.

Allí, el 43,5% de los habitantes son considerados pobres, según el estudio de pobreza multidimensional del Dane. Esa tasa es tres veces la del promedio del departamento.

La situación es así: el 30% de los hogares depende de una sola persona con ingresos, sólo una de cada cinco personas terminó el bachillerato, y dos de cada diez es analfabeta. En empleo, el 93% de los trabajadores está en la informalidad, no cotizan a pensión, y solo tienen acceso a servicios de salud por el régimen subsidiado, dice el Dane.

“En la zona urbana sí tenemos cobertura de energía, acueducto y alcantarillado; pero la mayoría de la población (70%) vive en la zona rural, y ahí sí hay algunas fincas sin electrificación, y los acueductos son rurales”, explica Marisol Mesa, secretaria de Desarrollo Económico y Social.

Lea también: 'Así está el 'mapa' de la pobreza en el Valle del Cauca'.

Aunque no hay datos de desnutrición, el Rector del colegio Simón Bolívar sabe que muchos niños van a clases motivados por un plato de comida. “Hay niños que vienen a la institución prácticamente porque no tienen qué comer en la casa”, dice Ramiro de Jesús González Alzate.

Y en La Casa de la Cultura, donde el Icbf tiene un programa que entrega remesas a madres con niños en primera infancia, el número de mujeres se hace difícil de contar. En una mañana de miércoles, se ven madres saliendo de este salón con un niño en un brazo y un panal de huevos o un paquete de arroz o frijol, en el otro.

En El Águila no hay que buscar mucho para saber de dónde viene la pobreza. Apenas entrando al municipio se escuchan los lamentos. A la ribera de la carretera serpenteante está la casa de Diego de Jesús Vargas Marín, de 68 años de edad, un agricultor “de toda la vida”, quien vive con su esposa, doña Edilma, y desde diciembre no encuentra trabajo.

“El problema es que acá todos vivimos del café, y ahora está jodida la cosa con esos veranos y los precios. Ya no hay empleo. Yo llevo tres meses aquí sentado porque no hay qué hacer. Es muy duro llegar al día sábado y uno ni con qué comprarse la panelita...”.

Mientras cuenta sus penas, don Diego - machete en mano - tumba la maleza y corta algunos tallos que sobran en su jardín, repleto de jazmines y violetas. - Vea eso - dice levantando el índice hacia una de las laderas cercanas a la carretera - Era una finca enorme… y mire cómo está ahí, todo eso que está tapado de monte, antes era café -.

Esperando a que alguien llegue para llevarlo a sembrar o a cosechar el tradicional grano, don Diego y su esposa Edilma viven (¿sobreviven?) de lo que habían guardado en el último trabajo de diciembre. Tienen dos comidas al día, sopitas. Y toman aguapanela o café. - Yo sí estoy aburrida, nos queremos ir - dice la señora.

Siguiendo el camino de la carretera se llega al casco urbano de El Águila: son dos calles largas que se extienden por un kilómetro de casas coloridas, con ventanas de madera y balcones con flores; con ‘jipetos’ rojos parqueados alrededor del parque y varias tiendas de café. El simpático paisaje cafetero es interrumpido a veces por el paso de motocicletas, algún Twingo o un Spark, y un reguetón de Natti Natasha sonando en una tienda de esquina.

En el parque central el diagnóstico del desempleo es así: “Aquí el empleo está mal, porque hay poquito, y el que hay, es muy mal pago”, dice Manuel Ignacio Espinal Clavijo, quien habla con preocupación, cruzado de brazos, rodeado de otros seis vecinos que dicen pasar “mirándonos unos a los otros” a las 9:00 de la mañana de un miércoles.

- Don Manuel, usted vive en el Municipio más pobre del Valle..

- ¿El más pobre?, no. ¿Por qué? Usted viera Toro... ¡o Andalucía!. Eso sí está abandonado.

Ahí interrumpe Joaquímaco Ríos: “Vea, pero el trabajo sí está duro. A usted por ir a recoger un día café a una finca le dan $23.000, sale de la casa a las 6:00 de la mañana y llega en la noche. Eso no es justo, Por eso los campos se están quedando sin personas pa’ trabajar”.

En El Águila las cuentas no rinden para los trabajadores, pero tampoco para los ‘patrones’.

“Es que venga le explico, - dice el finquero Esteban Giraldo - la semana pasada tuve un trabajador que se cogía 35 kilos diarios (de café). Yo le pagaba $40.000 el día porque él llevaba la comida. Esos 35 kilos, media arroba, están a $80.000. Yo le doy los $40.000, y a mí me queda lo mismo, pero es plata que ya uno se ha gastado en abono, que está caro, y otras cosas. No es negocio, ¿y de dónde pago yo salud y esas guevonadas?”.

Una luz: el plátano

Esteban dice que tiene en mente dejar el café, y por eso ya empezó a cultivar plátano. Y no es solo idea suya, gran parte de las 900 fincas cafeteras que tiene El Águila ya han empezado a cambiar café por ese fruto tropical.

“La crisis cafetera ha obligado a que el campesino haya buscado otras alternativas de producción”, dice Francisco Arbey Bermúdez Sánchez, coordinador de la Umata del Municipio. “Ya hay buena producción, de 200 toneladas de plátano mensuales. Esto ha venido reactivando la economía”.

El aguileño Leandro Ríos da cuenta de la segunda oportunidad que está generando el plátano para este Municipio. Tiene un camión y una casa donde acondicionó un espacio de maduración de este fruto; con el camión recoge cerca de 30 toneladas de plátano a la semana a los campesinos; luego lo madura y lo vende a la empresa Frito Lay. “Gracias a Dios unos años atrás ha venido dando la mano el plátano”, dice.

En esta mañana de miércoles, Leandro está despachando varias toneladas de plátanos hacia Medellín. Cargando el camión están Darwin Zapata (26 años) y Víctor Zapata (19 años).

-¿Hermanos?

- No, si apenas me lo aguanto de amigo - se ríe el mayor, quien dice que cargar plátano es mejor “que estar metido en un cafetal porque es un trabajo muy mal pago y más duro”.

- Pero no les pagan seguridad social tampoco....

- No… ¡cómo se le ocurre!

Ninguno de los dos amigos terminó el bachillerato, y son de los pocos jóvenes que habitan y trabajan en El Águila. Porque el pueblo ahora es de niños y viejos. Los jóvenes se van a Cartago, a Pereira o Cali; y ya casi ninguno aspira a trabajar el campo.

“Aquí no hay más oportunidades”, dice Darwin, con una desazón que contagia a quien visite este pueblo totalmente rodeado de tierras fértiles, pero sembrado en el hambre. A la gente la mantiene en pie el amor por su tierra, un poco de empuje paisa y la costumbre de vivir al día sin reconocerse en la pobreza.

- Ahora esperamos que el plátano siga dando - dice Leandro. Animado, con su gente, con la promesa del Alcalde de construir una planta de procesamiento de plátano, que genere empleo - sobre todo en las mujeres - y permita por fin que El Águila, como en los viejos tiempos, pueda volver a alzar su vuelo.

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