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El Club es un gran espacio para niños y jóvenes de la región. | Foto: José Luis Guzmán/ El País

DEPORTE AFICIONADO

Club Náutico del Pacífico, el lugar donde los niños de Calima aprendieron a vivir para navegar

En el Lago Calima, el Club Náutico del Pacífico, de los médicos Carlos Salas y Martha Juliana Acevedo, les brinda la oportunidad a niños de la zona para que aprendan el deporte de la navegación a vela.

10 de mayo de 2019 Por: Santiago Cruz Hoyos - Editor de la Unidad de Crónicas y Reportajes

Los pendientes de Paula Sánchez tienen la forma de la corona de una reina. De alguna manera la delatan. A sus 14 años se asume como una campeona de la navegación a vela, un deporte olímpico que consiste en controlar un barco propulsado por el viento.

– En este momento voy de segunda en el ranquin nacional, categoría optimist. Mi objetivo es estar en unos Juegos Olímpicos. Gracias a los resultados que he obtenido estoy siendo apoyada por Indervalle. Pero eso no hubiera sido posible sin mi escuela: el Club Náutico del Pacífico.
Paula vive en el municipio de Restrepo, Valle, a unas dos horas de Cali, y estudia en el colegio José Acevedo y Gómez. Los sábados y domingos los dedica a entrenar en el Club Náutico del Pacífico, ubicado en el lago Calima, donde cada fin de semana llegan otros 34 navegantes provenientes de Restrepo y otros municipios como Darién, Yotoco, incluso Buga.

Son niños y jovencitos que jamás imaginaron que aquel deporte que requiere de cosas tan costosas como un barco podría estar a su alcance.
– Los ‘doctores’ nos han brindado muchas oportunidades – aclara Paula agitada y con su uniforme empapado después de haber salido del lago. Paula tampoco imaginó que siendo aún una niña conocería países como Argentina y Uruguay, donde ha ido a competir.

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Los ‘doctores’ – como todo el mundo los llama en el lago Calima - son Carlos Eduardo Salas Jiménez, anestesiólogo intensivista, y Martha Juliana Acevedo Danner, anestesióloga. Se casaron hace 38 años, tienen tres hijos y desde niños fueron navegantes.

Carlos comenzó a navegar en Cartagena, donde nació. Su padre era Almirante de la Armada Nacional, y los hijos de los oficiales acostumbraban a buscar aficiones deportivas después del colegio. El plan de Carlos consistía en navegar con sus amigos en el mar Caribe, en una modalidad de vela llamada sunfish: un bote para un único tripulante.
Cuando su padre fue trasladado a Bogotá, Carlos continuó navegando en el Club Náutico de la Armada ubicado en el Embalse del Tominé, a una hora y media de la capital, donde incursionó en la categoría optimist en la que compiten niños de entre 6 y 15 años. Eran los años 70, y Carlos fue el primer campeón nacional del Club Náutico de la Armada en esa categoría.

Martha, por su parte, aún no lo conocía. Siendo una niña se empezó a formar como navegante en el Club Marina de Guatavita, también en el Embalse del Tominé. Era una afición compartida por sus padres y sus hermanos. Martha no olvida el primer barco que sus papás les obsequiaron: un 420 para dos tripulantes (a veces ella se montaba junto a sus dos hermanos) que no requería de un nivel avanzado para manejarlo.

Muchos años después, en alguna de las clínicas en las que trabajaron como anestesiólogos, Carlos y Martha se conocieron. Además de enamorarse, construyeron un barco. Se llama ‘Chipirón’. Quiere decir ‘calamar pequeño’.

Hace 25 años se mudaron de Bogotá a Cali para trabajar en el proyecto de la clínica Valle del Lili. Son fundadores. Y hace 15 años conocieron el lago Calima, donde vieron la oportunidad de retomar su pasión por la navegación.

En casa se empezaron a acumular algunos veleros: los de los hijos que se fueron a la universidad, los de algunos primos que poco los utilizaban, y alguien vio ello y les sugirió que abrieran una escuela para promover el deporte de la navegación a vela en la región. Era el año 2010.

Dos años más tarde abrieron el Club Náutico del Pacífico, aunque después de tocar varias puertas no tenían sede. Carlos, frustrado, pensó que todo terminaba ahí, en un club con barcos que no tenían dónde navegar. Sin embargo, una de sus pacientes le sugirió acudir a la Caja de Compensación Familiar Comfandi. Finalmente, uno de sus centros vacacionales está justo a orillas del lago Calima.

Después de varias reuniones, en 2015 Comfandi les otorgó un espacio en su centro vacacional. El arranque no fue fácil. La navegación a vela tiene el estigma de ser exclusiva para personas ricas. Un deporte estrato seis. Montarse en un barco debe costar mucho dinero, suponen muchos.

La mayoría de los afiliados a Comfandi que llegaban al centro vacacional miraban de lejos los botes, pero ni siquiera se arrimaban a preguntar por ellos.

Carlos y Martha comenzaron a seducirlos de a poco, programando aventuras guiadas en kayak. Eso les permitió obtener algunos recursos para mantener el club a flote.

Después buscaron patrocinios de la empresa privada y Epsa, una compañía de Celsia, los propietarios de la central hidroeléctrica del lago Calima, decidió patrocinarlos. También algunos habitantes de la región, como Patricia de Plata, comenzaron a ayudar en lo que estaba a su alcance.

Los apoyos les permitieron a Carlos y a Martha abrir la Escuela Náutica del Pacífico, para que los niños de la región aprendan a navegar. Una manera también de blindarlos de ciertas amenazas: la drogadicción, la prostitución infantil, las pandillas.

Al principio los niños no pagaban nada por asistir a la escuela, pero eso hacía que no valoraran lo que tenían, no cuidaran los implementos. Ahora deben reponer lo que se pierda, lo que los ha hecho niños cuidadosos y responsables.

Cada mes sus padres – los que pueden hacerlo - pagan un valor simbólico de $50.000, que incluye un barco, un entrenador (Francisco Martínez y Manuel Hormiga), chaleco salvavidas y otras herramientas que se requieren para manejar un barco mientras se piensa en trascender las montañas que rodean al lago Calima, soñar con ser grandes deportistas, representar a Colombia en unos Juegos Olímpicos.

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Los niños que entrenan el deporte de la navegación a vela parecieran ser más altos – y maduros – que los niños que solo asisten al colegio. Ana Sofía Bermúdez luce como una jovencita hecha y derecha de unos 16 años, cuando en realidad tiene 13. Navegar, dice, inculca la independencia y la resolución de problemas. En el agua estás solo y los líos que se te presenten debes resolverlos sí o sí, para llegar de nuevo al muelle.

– Este deporte también te enseña a respetar a los demás, a ser responsable, (debes ser muy cuidadoso para preparar el barco antes de llevarlo al agua), te enseña a cuidar la naturaleza, que es la que nos brinda el espacio para navegar. Mi objetivo, además de las olimpiadas, es hacer que la vela crezca en Colombia – dice Ana Sofía como quien ya no juega con muñecas y tiene la experiencia suficiente como para saber hacia dónde va.

Luis Antonio Plata también sabe muy bien hacia dónde se dirige. Ni siquiera se atreve a suponer qué sería de su vida si no hubiera conocido el deporte de la navegación a vela. A lo mejor consistiría en ir al colegio, el Gimnasio del Calima, hacer las tareas y quedarse el resto del tiempo en el parque de su pueblo, Darién, o viendo televisión, o durmiendo.

Luis Antonio, en cambio, es junto a Paula Sánchez y Ana Sofía Bermúdez, uno de los navegantes más destacados de la región. Hace un par de semanas, en la Semana de la Vela de Cartagena, fue segundo en la clase laser standard. En laser 4-7, su especialidad, ocupó el primer lugar. A nivel internacional ya fue octavo en Mar del Plata y cuarto en Curazao. Cuando el entrenador Daniel Fioriti, del equipo argentino de vela, lo vio navegando, dijo: “hay hombre para disputar unos Olímpicos”.

El sueño de ‘los doctores’ Carlos Salas y Martha Acevedo es ese: que sus timoneles puedan convertirse en los mejores deportistas de vela en Colombia y piensen tan grande como una medalla de oro en unas olimpiadas.

Para lograrlo deben sortear algunos obstáculos, como que en Colombia los entrenadores de vela con un nivel avanzado se cuentan con los dedos de una sola mano.

Es una ‘dolencia’, dicen los ‘doctores’, que tiene ‘cura’. El tratamiento lo llaman ‘clínicas’. Consiste en traer cada año a los mejores entrenadores del mundo para que, durante una semana, capaciten en el Club Náutico del Pacífico a los demás entrenadores del país. Como si un equipo de fútbol trajera a Jose Mourinho para que lo entrenara durante una semana a la vista de los demás directores técnicos.

La otra barrera que deben superar cada tanto los ‘doctores’ es la falta de recursos para que los navegantes asistan a las competencias. Pese a los apoyos que reciben, el dinero nunca es suficiente para todos. Para ‘curarlo’ venden rifas, yogures, manillas y, si es preciso, conducen durante días por las carreteras de Suramérica para disminuir los costos de los tiquetes aéreos.

De alguna manera, los navegantes de la escuela son como sus propios hijos, por lo que intentan ofrecerles el deporte como un barco para llegar a nuevos destinos, nuevas posibilidades más allá de los límites de Calima. Vivir, como se lee en el lema del club, para navegar.

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