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Yolanda Reyes (Bucaramanga, 1959), es escritora y columnista del diario El Tiempo. Como mediadora de lectura es cofundadora y directora del Taller Espantapájaros, proyecto pionero en el fomento a la lectura en Colombia. | Foto: Foto: Paula Guerra

ESCRITORAS

Reaprender la lengua madre, un diálogo con Yolanda Reyes sobre su nuevo libro de ensayos

La escritora Yolanda Reyes acaba de publicar ‘El reino de la posibilidad’, un ensayo autobiográfico, donde expone su poética del lenguaje y la infancia, así como sus reflexiones sobre la educación y el feminismo.

6 de octubre de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

Hace casi un siglo, en Viena, un discípulo de Freud, publicó un libro particularmente pesimista sobre ese momento definitivo que marca la llegada al mundo de todos los seres humanos. El libro se llamó ‘El trauma del nacimiento’ (1923) y su autor, Otto Rank, se ganó el desprecio de su maestro, porque entre otras cosas criticó la teoría freudiana del Complejo de Edipo, y planteó que el origen de la angustia existencial está en el nacimiento, cuando las personas son obligadas a romper su conexión biológica con la madre.

Pero el psicoanalista vienés no alcanzó a observar el lado iluminado del nacimiento, y supongo que se debió a su condición de hombre decimonónico, puesto que ignoró a un sujeto fundamental en este acontecimiento: la madre, aquella que da a luz.  El nacimiento no solo compete al nuevo ser que llega, al mismo tiempo transforma al ser que lo contenía, dándole forma y creando una inmensa red de conexiones psicológicas, que van más allá de lo biológico y se inscriben en el orden de lo lingüístico y creativo. Es aquí, como mujer, madre, maestra y escritora, desde donde Yolanda Reyes propone la serie de ensayos reunidos en ‘El reino de la posibilidad’ (Lumen, 2021).

Sobre el nacimiento la poesía ha dejado versos contundentes, como estos endecasílabos de Francisco de Quevedo: “La vida empieza en lágrimas y caca/ luego viene la mu, con mama y coco,/ síguense las viruelas, baba y moco,/ y luego llega el trompo y la matraca”. No obstante, Yolanda Reyes va un poco más lejos y encuentra en el ‘De rerum natura’ de Lucrecio, la imagen precisa para describir el arribo a la vida: “El niño indefenso y lloroso por la perturbación del nacimiento, como marinero echado a tierra por las olas implacables, se queda tirado en el suelo, desnudo y sin habla, necesitado de toda ayuda para vivir, en cuanto en las orillas de la luz, a empellones, la naturaleza lo descarga del vientre materno, y llena la estancia de tristes lamentos, lo propio de uno al que en la vida le queda por recorrer un largo trecho de males”.

Así, como náufragos llegamos a la vida, y “el mar era la madre”, cuenta la escritora en su ensayo ‘La cuna de las emociones’, donde busca el origen del lenguaje en el llanto humano, es decir, en la necesidad que tenemos al nacer de convocar a nuestra madre: “Toda lengua es necesaria para envolver a los recién nacidos; su canto trae noticias de ese rincón al que pertenecemos, y nos marca con su acento”. De ahí, explica la autora, nacen los arrullos o las nanas, y como han comprobado antropólogos en todo el mundo, los cantos de la primera infancia son una constante en todas las culturas. Se han encontrado canciones de cuna de hace 4.000 años en civilizaciones como la de Babilonia y Egipto,  y entre tribus de África, Asia y América.

Yolanda Reyes será una de las invitadas presenciales a la Feria Internacional del Libro de Cali 2021, que se realizará del 21 al 31 de octubre.  La escritora estará presentando su libro 'El reino de la posibilidad'.

Con la música de las palabras, que van y vuelven como una mecedora, el recién nacido comienza a reconectarse con su progenitora, recibiendo esa lengua madre que trae consigo, como la leche materna transmite sus defensas inmunológicas, no solo “un repertorio de significantes y significados, un archivo de reglas, de sonoridades y de gestos, una sintaxis y un acervo de historias, sino una forma de interpretar —de interpretarnos—: una narrativa invisible que leemos y nos lee, unas palabras que se hacen cuerpo —se encarnan— en nosotros, pero que vienen de otras vidas, de otros cuerpos y otros tiempos, y que se quedan grabadas desde el comienzo de la vida, cuando todo parece inmenso e indeleble y creemos que así como nos dicen, así es: que así somos, hasta el fin de los tiempos”.

Esa lengua madre es el reino de las posibilidades, porque allí no solo se encuentran las palabras del amor y la poesía, el encantamiento feliz. También permite vislumbrar a través de cuentos y poemas, a ese monstruo de la existencia: la muerte. De modo que como maestra y promotora de lectura en la primera infancia, Yolanda Reyes explica que hay un nivel mucho más profundo en el que la literatura infantil influye en su público, que va más allá de entretener. Su importancia radica en la formación de las emociones, y sobre todo de las emociones negativas, aquellas que ningún padre y madre sobreprotector podrán impedir experimentar a sus hijos. En este sentido, sostiene la autora, “quizás al desterrar el miedo y las experiencias difíciles de las habitaciones de los niños los condenamos a sentirse más vulnerables y más solos, y adelgazamos esa capa de espesor simbólico, tan necesaria para descifrar la vida y para afrontar, e incluso aprender a disfrutar, su complejidad”.

Por este motivo, la lengua madre también es origen de la ficción, entendida como una herramienta para comprender desde el lenguaje creativo, ese mundo inicialmente extraño al que se enfrentarán los recién llegados a medida que crezcan: “Bajo el albergue de esa lengua hecha de símbolos, que delimita las fronteras entre la vida cotidiana y la vida interior, —es que los niños— pueden hacer de cuenta que domestican las cosas salvajes. Solo después de esas travesías por los reinos de la ficción, tan parecidas a las que cada noche emprenden en sueños (…) entienden lo que significa tener una vida simbólica y secreta, y guarecerse al abrigo de la literatura”. Por ello, la literatura mantiene ese vínculo suplementario con la lengua madre y privar a los niños de leer es, de algún modo, una irresponsabilidad: desprotegerlos.

En ‘El reino de la posibilidad’, Yolanda Reyes también aborda las incertidumbres del presente y el verdadero sentido de tiene ‘Decir futuro’, justo cuando pasamos por una pandemia y empezamos a cruzar punto de no retorno del cambio climático. Entonces la autora se pregunta si “¿está la educación pensando en eso?”, o si “¿serán más humildes estos niños por ser habitantes de un planeta que, después de algunos siglos de ilusión, ha vuelto a tener consciencia de la muerte, de la vejez y de la enfermedad?”. Después, en ‘Nuestros días: instantáneas para un álbum de familia’, hará una inmersión en la historia de Colombia, en cómo hablar de ello, de eso, de nuestra barbarie, con nuestros hijos. Usando como pretexto una visita con sus hijos a una exposición sobre el Acuerdo de Paz, la escritora asimila la mirada de los menores en este conflicto, aportando algunas claves valiosas para comprender nuestra historia, incorporando a los protagonistas más pequeños. En su ensayo final, ‘Mujeres en tierra brava’, construye una historia íntima del feminismo, partiendo de las mujeres de su familia y su ciudad: Bucaramanga, reivindicando el derecho a ejercer una ciudadanía plena, con igualdad educativa y laboral, en una sociedad donde también las mujeres tengan la libertad de no “demostrar” que son fuertes, valiosas, sagradas, donde no tengan que “matarse” para obtener un reconocimiento justo.

Con este pequeño, pero precioso volumen de ensayos, que podría complementarse con una lectura de ‘La casa imaginaria’ (Panamericana Editorial, 2020), Yolanda Reyes se reafirma como una de las humanistas más importantes de Colombia, que expresa su mirada profunda sobre la realidad y la historia en una prosa elegante aunque no frívola, poética y firme; con una voz que hacía bastante tiempo merecíamos tener en nuestra literatura. Leer a Yolanda Reyes, como leer a Natalia Ginzburg, es reencontrarse con una lengua materna cultivada, amorosa, madura y honesta, que pocas veces aparece en una literatura sobrecargada de voces paternalistas y soberbias como la colombiana.

Desde Bogotá y Cali, a través de una pantalla extraña para nosotros, pero naturalizada para nuestros hijos, fluye este diálogo sobre literatura y educación.

—¿Cómo nació su interés por profundizar en el mundo infantil?

Es el trabajo de toda mi vida y que ha sido una fuente insospechada de asombro. Creo que cuando uno decide trabajar con niños y escribir para niños, nunca se imagina la profundidad y la complejidad de la psique infantil, y tampoco se imagina todo lo que está en juego en ese momento de la vida, en esos primeros seis años. Esto había sido algo que se le había delegado mucho a la escuela formal y al pensamiento enteramente pedagógico, entonces creo que mi trabajo ha sido maravillarme y escudriñar de cerca ese mundo, no solo para escribir, sino para observar desde una perspectiva cultural y humana cómo viene cambiando en la infancia desde hace algunos años.

—¿De qué forma surgieron los ensayos de ‘El reino de la posibilidad’?

Este libro iba a estar listo en 2020, la idea era recoger ensayos que yo tenía escritos y algunas ponencias que estaban relacionados con mis preocupaciones sobre educación y literatura, eran textos que ya estaban ahí que debía hilar sutilmente para hacer una especie de antología. Sin embargo, cuando empezó la pandemia y yo estaba reuniendo ese material, descubrí que el mundo ya no era igual, y que me estaba interpelando de formas muy distintas. Todo estaba cambiando, las costumbres y la forma de relacionarnos, la forma de alimentarnos y los ritos culturales, incluso los ritos funerarios, y si todo cambió el libro no podía ser el mismo que antes de la pandemia.

Para mi sorpresa, empecé a escribir otra vez cada texto, escribiendo encima de lo que tenía escrito, y lo que sentí en este libro es que yo iba metiéndome en una profundidad nueva, aunque ya sabía de qué era el ensayo, no sabía que podía llegar más profundo. En ese pensar lo mismo, pero de forma distinta, surgieron ensayos que son muy diferentes a los originales.

—Este proceso creativo le permitió ser más autobiográfica, ¿por qué decidió contar momentos de su propia vida en estos ensayos?

Creo que eso partió de esa idea de autoficción, es el yo que está escribiendo y piensa sobre un tema, pero deja entrar también la historia de ese yo arraigado, y que tal vez explica mucho sobre cada tema. Para hablar de mujeres, por ejemplo, debes estar en un tiempo y una geografía determinadas, y muchas de las cosas que consideramos superadas igual hacen parte de nuestra historia, entonces cuando destapas ese tema, es inevitable que salga también la biografía, es como una de esas muñecas rusas, las matrioskas, que abres una y te encuentras con otra más pequeña, y así sucesivamente. Además lo biográfico en sí mismo también es tema de reflexión, cuando pienso en estos temas, la educación y la literatura, o la historia de la guerra en este país; no sé cómo se pueda pensarlos sin referirse a la propia historia. Por eso encuentro que esta es una forma de ir de lo particular a lo general, como en un verso de Miguel Hernández, en la ‘Elegía a Ramón Sijé’, que dice. “Voy de mi corazón a mis asuntos”. Es eso, para mí los asuntos de mi trabajo son igualmente asuntos de mi vida.

—En estos ensayos la reflexión alcanza momentos de poesía, ¿cómo concibe la escritura de ensayos y por qué se permite utilizar el lenguaje poético?

Otros lectores también me han dicho lo mismo, que tienen sus libros muy subrayados en líneas que les parecen bellas. La verdad escribir de este modo no fue un pensamiento deliberado, como cuando yo escribo columnas de opinión en El Tiempo, que me conceden cierta cantidad de caracteres para publicar en un espacio muy pequeño, y me veo en la necesidad de escribir la mirada de Yolanda Reyes sobre un tema, pero escribir desde lo objetivo, de cómo la política afecta la vida cotidiana, planteando una idea y dejarla de cierta forma cerrada, concluida. Pero en este libro, como te dije, se asomaba otra forma de escribir, que asocio con la vulnerabilidad, con el no saber bien, con el tantear, porque quería permitirme eso que es lo que hago cuando escribo una novela, ir explorando cosas, contrario a la columnista que debe comunicar un tema con claridad y desarrollar una idea, aquí me pude dar el lujo de desarrollar algo diferente, que era pensar cómo esa idea del ensayo atravesaba mi subjetividad y lograr expresarlo con autenticidad. A mí me gusta escribir explorando qué pueden decir las palabras, probar sus límites, el cómo suena y cómo canta la lengua, en este libro no tenía prisa y traté de hacerlo así.

—En el ensayo ‘Decir futuro’, realiza algunas reflexiones sobre los desafíos de la educación en nuestro tiempo…

Allí hay una crítica, que no sé si sea una pregunta casi apocalíptica sobre si tendremos en el futuro un planeta, pero en el fondo lo que me pregunto es ¿cómo podemos arrogarnos el derecho de pensar qué necesitan unos niños que ahora tienen dos o tres años, y que según el informe mundial del cambio climático, en 2030 cuando tengan treinta años no sabemos si la vida para ellos va a ser posible? Eso por un lado, y por otro, me inquieta todo esto de la inteligencia artificial y la pregunta por el lugar de lo humano, que también es un tema que atraviesa profundamente la educación, y que pienso no se está hablando con la suficiente seriedad que el tema merece, pienso que si la plata de la tecnología no llega a los niños tenemos un problema gravísimo de acceso a la educación en muchos lugares de Colombia. Pero más allá de eso, estamos pensando en un niño que consumiría un material tecnológico, pero no estamos pensando en unos niños y niñas, y unos maestros y maestras que merecen más atención, creo que a Colombia se le ha ido la historia en pensar en la guerra, y esto de la pandemia ha caído para agravar aún más situación, dejando la sensación de un “sálvese quien pueda”.

Hay mucho por resolver en educación, pero aquí no tenemos un pensamiento a largo plazo, para darle a la educción un lugar de importancia en la vida y el desarrollo del país. Es algo que no hemos dicho lo suficiente, y ese problema no es debido a la pandemia. Si tú me preguntas por la educación, puedo decirte que la brecha educativa en Colombia es un drama que empieza desde la primera infancia, pero más allá de quedar bien en una prueba internacional, la educación tiene que ver con otros aspectos, y es el sentido que le vamos a dar a la enseñanza en una sociedad tan convulsionada como la nuestra y en un planeta a punto de ser inviable, y de nada de eso estamos hablando lo suficiente.

—¿Cómo analiza la escolaridad en estos tiempos de crisis del sistema educativo? ¿Qué opina de las formas alternativas como el ‘homeschooling’?

Es un momento en el que se abren posibilidades, donde se aprovecha la crisis generada por la pandemia, pero se recogen cosas que ya venían pasando, esos pequeños brotes de ‘insurgencia’, de resistencia, que venían buscando otras alternativas, y de repente todo eso empieza a ser posible. Creo que todas las posibilidades de hacer algo diferente, en este momento son como pequeñas arcas de Noé, en donde se pueden ensayar experimentos para cambiar la forma de hacer las cosas, es algo que está pasando ahora y que merece ser considerado, porque siento que el Estado sigue pensando en una educación que ya no pudo ser y habría que buscar otras alternativas.

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