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Foto de la Nasa que muestra la bota del astronauta Edwin ‘Buzz’ Aldrin cuando deja una huella sobre la superficie lunar, el 20 de julio de 1969 | Foto: EFE

LITERATURA

Poemas 'lunáticos' para recordar la llegada del hombre a la Luna

En honor a los 50 años de la llegada del hombre a la luna, presentamos una colección de versos lunares, escritos por algunos de los más brillantes poetas en lengua española. Alunizajes de Borges, García Lorca, Storni, Sabines, Neruda, Benedetti, Alberti, Mistral y Quessep, entre otros.

22 de julio de 2019 Por: Selección de Federico Díaz-Granados*

LUNA MÍA DE AYER, HOY DE MI OLVIDO...
RAFAEL ALBERTI
(El Puerto de Santa María 1902 -1999)

Luna mía de ayer, hoy de mi olvido, 
Ven esta noche a mí, baja a la tierra, 
Y en vez de ser hoy luna de la guerra,
 Sélo tan sólo de mi amor dormido.

 Dale en tu luz el reno perseguido 
Que por los yelos de tus ojos yerra, 
Y dile, si tu lumbre lo destierra, 
Que será lana su destierro y nido. 

Tiempos de horror en que la sangre habita  Obligatoriamente separada 
De la linde natal de su terreno.

 ¡Ay luna de mi olvido, tu visita 
no me despierte el labio de la espada, 
sí el de mi amor, guardado por tu reno!

LA SEÑORA LUNA
GABRIELA MISTRAL
(Vicuña, 1889-Nueva York, 1957)

La señora luna
le pidió al naranjo
un vestido verde
y un velillo blanco.

La señora luna
se quiere casar
con un pajarito
de plata y coral.

Duérmete mi niña
e irás a la boda
peinada de moño
y en traje de cola.

ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
FEDERICO GARCÍA LORCA
(Fuente Vaqueros,
1898 – Granada, 1938)

A Conchita García Lorca
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.

Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

​LA LUNA
JAIME SABINES
(Tuxtla Gutiérrez, 1926 -
Ciudad de México, 1999)

La luna se puede tomar a cucharadas
 o como una cápsula cada dos horas. 
Es buena como hipnótico y sedante 
y también alivia 
a los que se han intoxicado de filosofía. 
Un pedazo de luna en el bolsillo 
es mejor amuleto que la pata de conejo: 
sirve para encontrar a quien se ama, 
para ser rico sin que lo sepa nadie 
y para alejar a los médicos y las clínicas. 
Se puede dar de postre a los niños 
cuando no se han dormido, 
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos 
ayudan a bien morir. 

Pon una hoja tierna de la luna 
debajo de tu almohada 
y mirarás lo que quieras ver. 
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna 
para cuando te ahogues, 
y dale la llave de la luna 
a los presos y a los desencantados. 
Para los condenados a muerte 
y para los condenados a vida 
no hay mejor estimulante que la luna 
en dosis precisas y controladas.

ODA A LA LUNA
PABLO NERUDA
(Parral, 1904, Santiago de Chile, 1973)

Reloj del cielo,
mides
la eternidad celeste,
una hora
blanca,
un siglo
que resbala
en tu nieve,
mientras tanto
la tierra
enmarañada,
húmeda,
calurosa:
los martillos
golpean,
arden
los altos hornos,
se estremece en su lámina
el petróleo,
el hombre busca, hambriento,
la materia,
se equivoca,
corrige
su estandarte,
se agrupan los hermanos,
caminan,
escuchan,
surgen
las ciudades,
en la altura
cantaron
las campanas,
las telas se tejieron,
saltó
la transparencia
a los cristales.
Mientras tanto
jazmín
o luz
nevada,
luna,
clarísima,
alta
acción de platino,
suave
muerta,
resbalas
por la noche
sin que sepamos
quiénes
son tus hombres,
si tienes
mariposas,
si en la mañana
vendes
pan de luna,
leche de estrella blanca,
si eres
de vidrio,
de corcho anaranjado,
si respiras,
si en tus praderas corren
serpientes biseladas,
quebradizas.
Queremos
acercarte,
miramos
hasta quedar ciegos
tu implacable
blancura,
ajustamos
al monte el telescopio
y pegamos el ojo
hasta dormirnos:
no hablas,
no te desvistes,
no enciendes
una sola fogata,
miras
hacia otro lado,
cuentas,
cuentas
el tiempo
de la noche,
tic
tac
suave,
suave
tac
tic
tac
como gota en la nieve,
redondo
reloj de agua,
corola
del tiempo
sumergida
en el cielo.
No será, no será
siempre,
prometo
en nombre
de todos
los poetas
que te amaron
inútilmente:
abriremos
tu paz de piedra pálida,
entraremos
en tu luz subterránea,
se encenderá
fuego
en tus ojos muertos,
fecundaremos
tu estatura helada,
cosecharemos
trigo
y aves
en tu frente,
navegaremos
en tu océano blanco,
y marcarás
entonces
las horas
de los hombres,
en la altura
del cielo:
serás
nuestra,
habrá en tu nieve
pétalos
de mujeres,
descubrimiento
de hombres,
y no serás inútil
reloj
nocturno,
magnolia
del árbol de la noche,
sino solo
legumbre,
queso puro,
vaca celeste,
ubre
derramada,
manantial
de la leche,
útil
como la espiga,
desbordante,
reinante
y necesaria.

A LA LUNA
ROSALÍA DE CASTRO
(Santiago de Compostela, 1837-Padrón, 1885)

¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.
De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.
Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.
La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,
la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.

II

Todo lo ves, y todos los mortales,
cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.
Unos para consuelo de dolores,
otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.
Y otros, en fin, para gustar contigo
esas venturas robadas
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.

III

Y yo, celosa como me dio el cielo
y mi destino inconstante,
correr quisiera un misterioso velo
sobre tu casto semblante.
Y piensa mi exaltada fantasía
que sólo yo te contemplo,
y como que es hermosa en demasía
te doy mi patria por templo.
Pues digo con orgullo que en la esfera
jamás brilló luz alguna
que en su claro fulgor se pareciera
a nuestra cándida luna.
Mas ¡qué delirio y qué ilusión tan vana
esta que llena mi mente!
De altísimas regiones soberana
nos miras indiferente.
Y sigues en silencio tu camino
siempre impasible y serena,
dejándome sujeta a mi destino
como el preso a su cadena.
Y a alumbrar vas un suelo más dichoso
que nuestro encantado suelo,
aunque no más fecundo y más hermoso,
pues no le hay bajo del cielo.
No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.
IV
Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,
indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?
Adiós… adiós, y quiera la fortuna,
descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.
Y que al tornar viajera sin reposo
de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones,
en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.

ELEGÍA
GIOVANNI QUESSEP
(San Onofre, 1939)
A mi padre

Quisiera ver la luna
Que ha nevado en sus ojos
Para un dolor o música
Bellos países en el polvo

¿Quién ha visto pasar
El tiempo de las hadas?
Dadle una hoja de cedro
O melodiosa o blanca

Quisiera ver la luna
De nevadas violetas
Sobre este cuerpo solitario
Que un día entró a la niebla

Y me contaba en el idioma
De su lejana Biblos
Donde hay un ánfora que guarda
Una alondra color de vino

Quisiera ver la luna
Callada del que duerme
La soledad de piedra
De esa otra Biblos que es la muerte

¿Quién se ha quedado a solas
Con demonios y hadas?
Aquí estuvo el edén
Sólo hay olvido o fábula

Dadle una hoja de cedro
De rumoroso azul
Para un dolor o cántico
Bella palabra de Venut

¿De dónde es esta rueca
Mortal? ¿Su vino amargo?
Vuela vuela madeja oscura
Que el polvo pide un dátil blanco

Quisiera ver la luna
Callada del que duerme
La soledad de piedra
De esa otra Biblos que es la muerte

LA LUNA
JORGE LUIS BORGES
(Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986)
A María Kodama

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.

La luna

Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.

(Esto el Norte profético lo sabe
Y tan bien que ese día los abiertos
Mares del mundo infestará la nave
Que se hace con las uñas de los muertos.)

Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse. como todos, la secreta
Obligación de definir la luna.

Con una suerte de estudiosa pena
Agotaba modestas variaciones,
Bajo el vivo temor de que Lugones
Ya hubiera usado el ámbar o la arena,

De lejano marfil, de humo, de fría
Nieve fueron las lunas que alumbraron
Versos que ciertamente no lograron
El arduo honor de la tipografía.

Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre,

Ariosto me enseñó que en la dudosa
Luna moran los sueños, lo inasible,
El tiempo que se pierde, lo posible
O lo imposible, que es la misma cosa.

De la Diana triforme Apolodoro
Me dejo divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
Y un irlandés, su negra luna trágica.

Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día

Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre.

HOMBRE QUE
MIRA LA LUNA
MARIO BENEDETTI
(Paso de los Toros, 1920-Montevideo, 2009)

Es decir la miraba porque ella
se ocultó tras el biombo de nubes
y todo porque muchos amantes de este mundo
le dieron sutilmente el olivo
con su brillo reticente la luna
durante siglos consiguió transformar
el vientre amor en garufa cursilínea
la injusticia terrestre en dolor lapizlázuli
cuando los amantes ricos la miraban
desde sus tedios y sus pabellones
satelizaba de lo lindo y oía
que la luna era un fenómeno cultural
pero si los amantes pobres la contemplaban
desde su ansiedad o desde sus hambrunas
entonces la menguante entornaba los ojos
porque tanta miseria no era para ella
hasta que una noche casualmente de luna
con murciélagos suaves con fantasmas y todo
esos amantes pobres se miraron a dúo
dijeron no va más al carajo selene
se fueron a su cama de sábanas gastadas
con acre olor a sexo deslunado
su camanido de crujiente vaivén
y libres para siempre de la luna lunática
fornicaron al fin como dios manda
o mejor dicho como dios sugiere.

SUEÑO DE SUEÑOS
JOSEFINA PLA
Lobos, España, 1903 - Asunción, 1999)

Secreta noche herida de menguante
cae donde no hay agua ni tierra.
Marcha a cortar el filo de la luna,
mis raíces, que están donde no estuve.

...Traerán mi corazón, negra violeta
que se durmió en la orilla de otro sueño.
Lo he de llamar y no sabrá su nombre.
Me ha de cantar, y no he de comprenderle.

Y llevaré, camino en mediodía
de veinte cielos con opuestos soles,
mi angustia en veinte voces sin mi sangre.

He de llorar mil años sin mi llanto
y he de dormir mil años sin mis ojos
noche con veinte pétalos de luna.

VIAJE
ALFONSINA STORNI
(Capriasca, 1892-
Mar del Plata, 1938)

Hoy me mira la luna 
blanca y desmesurada.

Es la misma de anoche,
 la misma de mañana.

Pero es otra, que nunca 
fue tan grande y tan pálida.

Tiemblo como las luces 
tiemblan sobre las aguas.

Tiemblo como en los ojos
suelen temblar las lágrimas.

Tiemblo como en las carnes 
sabe temblar el alma.

¡Oh! la luna ha movido 
sus dos labios de plata.

¡Oh! la luna me ha dicho
 las tres viejas palabras:

«Muerte, amor y misterio...»
 ¡Oh, mis carnes se acaban!

Sobre las carnes muertas 
alma mía se enarca.

Alma —gato nocturno— 
sobre la luna salta.

Va por los cielos largos
 triste y acurrucada.

Va por los cielos largos
 sobre la luna blanca.



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