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Kamala Harris, una mujer de ascendencia afroamericana y asiática, logró convertirse en la primera vicepresidenta de EE.UU. Compartimos con los lectores de Gaceta un adelanto de la biografía sobre esta líder norteamericana que hizo historia, escrita por Dan Morain y que será publicada próximamente en Colombia. | Foto: Foto: Noah Berger / Afp

KAMALA HARRIS

La historia de Kamala Harris, adelanto del libro biográfico de la primera mujer vicepresidente de EE.UU.

Compartimos con los lectores de Gaceta un adelanto de la biografía sobre esta líder norteamericana que hizo historia, escrita por Dan Morain y que será publicada próximamente en Colombia.

28 de febrero de 2021 Por:  Dan Morian, especial para Gaceta

La noche del 4 de noviembre de 2008, Kamala Harris se unió a cientos de miles de personas que abarrotaban Grant Park, en Chicago, para celebrar la histórica elección de su amigo como presidente.

«El cambio ha llegado a Estados Unidos», dijo Barack Obama, presidente electo, ante la multitud congregada en Chicago y para los millones que lo veían por televisión y en Internet.

Se hablaba mucho de que Obama le encontraría un lugar a Harris en Washington, y ella se planteó si debía de ser ese su próximo movimiento. El 12 de noviembre de 2008, ocho días después de que Obama fuera elegido presidente y solo once meses después de haber sido reelegida como fiscal de distrito de San Francisco, Harris se decidió.

Aprovechando la euforia de los demócratas por Obama, Harris declaró su intención de presentarse a las elecciones para ser fiscal general de California en 2010. Ese día escribí que «llevaba mucho tiempo planteándose ser fiscal general, alcanzar el puesto más elevado del poder ejecutivo del estado, que podría servirle como trampolín para acceder al Gobierno de California».

La fiscal de distrito Harris, acompañada de su jefe de estrategia Ace Smith, se pasó el día de su anuncio dando entrevistas a periodistas de televisión de Los Ángeles, explicando por qué se presentaba. Al final del día pasaron a visitar al alcalde Antonio Villaraigosa en la Getty House, la residencia del alcalde en el barrio de Hancock Park, no muy lejos del centro de Los Ángeles. La visita se alargó un poco. De pronto, Smith miró la hora y se dio cuenta de que no tenían tiempo de llegar al aeropuerto Bob Hope de Burbank. El conductor pisó a fondo, abriéndose paso entre el tráfico. Ya en el aeropuerto, Harris se quitó los tacones y echaron a correr, pasaron por el control de seguridad y llegaron a la puerta de embarque justo cuando iba a cerrar. Una vez sentados, Smith se giró hacia Harris, sonrió y le dijo: «Así es como va a ser la campaña». Habían corrido como locos, y cuando parecía que no iban a conseguirlo, corrieron aún más y lograron llegar por los pelos. Ella recibió el mensaje. Sería una auténtica locura.

Afortunadamente para ella, Smith sabía mucho de la fiscalía general, al haber gestionado la candidatura de Jerry Brown para el puesto en 2006. Pero no solo por eso: era un niño cuando su padre, el vicefiscal general Arlo Smith, recibió el encargo de acabar con Caryl Chessman, el Bandido de la Luz Roja, al que ejecutaron en 1960 tras ser condenado por
el secuestro y la violación de mujeres en un callejón donde solían parar las parejas que iban en coche buscando un rincón tranquilo para sus encuentros furtivos. Chessman había escrito sus memorias durante el tiempo pasado en el corredor de la muerte de San Quintín y se había convertido en el centro del movimiento a favor de la abolición de la pena capital.

Arlo Smith cumplió tres mandatos como fiscal de distrito de San Francisco, hasta su derrota en 1995 ante Terence Hallinan. En 1990, el joven Ace ayudó a organizar la campaña de su padre para las elecciones de fiscal general de California. Arlo perdió ante el republicano Dan Lungren por 28 906 votos, de un total de más de siete millones.

El anuncio de Harris, dos años antes de las elecciones, se había convertido en un rasgo particular de sus campañas: sal pronto, con energía, con el objetivo de dejar el mínimo campo a posibles rivales demócratas en las primarias. Al mes del anuncio de Harris, en 2008, los líderes republicanos de California ya estaban trazando un plan de ataque, con la creación de lo que llamaban el «Equipo de Respuesta Rápida AG». Los correos internos que intercambiaron demuestran que esperaban encontrar víctimas de delitos, fiscales de distrito republicanos, a algún demócrata creíble que pudiera desafiar a Harris y policías que los ayudaran. Los sindicatos de policías solían apoyar a los demócratas. Pero Harris seguía pagando el precio político de su decisión de no pedir la pena de muerte para el asesino del agente Isaac Espinoza. A principios de 2009, los líderes de la Asociación de Agentes de Policía de San Francisco informaron a Harris que el sindicato no la apoyaría bajo ningún concepto. Y otras asociaciones de policías adoptaron la misma postura, en solidaridad con los agentes de San Francisco y en recuerdo del agente Espinoza.

Se acercaban las elecciones de 2010, y los republicanos estaban convencidos de que podían ganar el puesto de fiscal general. El equipo formado para trazar la estrategia de acción incluía al expresidente del Partido Republicano en California, George Duf Sundheim, y a Sean Walsh, que era uno de los principales ayudantes del gobernador Pete Wilson, y que posteriormente sería socio de negocios del propio Wilson.

Wilson inició su carrera política a los treinta y tres años consiguiendo un puesto de concejal en San Diego en 1966, el año en que Reagan fue elegido gobernador de California. San Diego, importante puerto de la Marina, tenía una gran industria de guerra, y en aquel tiempo era un feudo republicano. Wilson era exmarine y abogado, y fue alcalde de San Diego tres veces, entre 1971 y 1983, y senador en Washington en 1983, cuando Reagan era presidente. En 1990, Wilson derrotó a Dianne Feinstein, exalcaldesa de San Francisco, y se convirtió en gobernador de California, sucediendo a otro republicano, George Deukmejian. Era la época en que California alternaba Gobiernos de ambos partidos. Ahora ya no es así, en parte debido a las políticas de Wilson.

El gobernador Schwarzenegger, republicano, inició su mandato en 2003 virando hacia la derecha. Pero durante la campaña para su reelección, en 2006, tuvo que derivar hacia el centro, y se convirtió en defensor de las energías alternativas, posicionándose contra el cambio climático.

Schwarzenegger tuvo que explicar la dura realidad en una convención del Partido Republicano de California celebrada en 2007 en la ciudad turística de Indian Wells, en el desierto: «Haciendo una metáfora cinematográfica, no estamos vendiendo entradas. Las salas se están quedando vacías».

Los periodistas que cubrieron el evento describieron la reacción de los presentes como un silencio casi absoluto. El partido del que habían salido Richard Nixon, Ronald Reagan, George Deukmejian y Pete Wilson no conseguía conectar con los votantes californianos en temas como el control de las armas, el medio ambiente, el aborto, el matrimonio homosexual y, especialmente, la inmigración. Los latinos, el grupo de población de mayor crecimiento del estado, se volvieron contra el Partido Republicano después de que Wilson consiguiera ser reelegido en 1994 y se convirtiera en el máximo defensor de la Proposición 187, proyecto de ley que pretendía retirar todos los beneficios financiados por el estado a los inmigrantes indocumentados, incluida la educación y la atención en guarderías. Era básicamente un ataque a los nuevos estadounidenses y a sus familias. Desde entonces, la caída del Partido Republicano de California ha sido constante. En 2010 se había convertido en un fósil; solo el treinta y uno por ciento de los votantes registrados eran republicanos. Ahora que es el partido de Donald J. Trump, el índice de votantes registrados se ha reducido al veinticinco por ciento.

Con la idea de revitalizar el partido, Wilson reclutó a candidatos de todo el estado para las elecciones de 2010, entre ellos un joven negro como secretario de estado y un latino para vicegobernador. La multimillonaria de Silicon Valley Meg Whitman era la mejor situada para suceder a Schwarzenegger como gobernadora.

Invertiría ciento cincuenta y nueve millones de dólares, la mayoría de su propio bolsillo. Como fiscal general, Wilson quería a Steve Cooley, que se presentaría al cargo tras tres mandatos como fiscal de distrito del condado de Los Ángeles.

En cuanto a enfoque, actitud e imagen, Kamala Harris y Steve Cooley no podían ser más diferentes. La fiscal de distrito de San Francisco prometía traer innovación y reformas al sistema de justicia criminal si era elegida fiscal general en 2010.

Defendería el medio ambiente, a los consumidores y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Harris, que ya había cumplido cuarenta y seis años, tenía claro que quería llegar lo más alto posible. Cooley, fiscal de distrito del condado de Los Ángeles, prometía defender la pena de muerte y el matrimonio tradicional. Tenía sesenta y tres años y era el último cargo público al que se presentaba. Sería un duro rival, pero primero tenía que superar las primarias.

Justo cuando arrancaba la carrera electoral, Kamala Harris estaba atravesando un duro bache, aunque en aquella época no se hizo público. Maya y ella tenían que asegurarse de que su madre recibía sus sesiones de quimioterapia. En un artículo de opinión publicado en 2018, Harris contó un incidente durante la hospitalización de su madre, hacia el final:

Por lo que yo recuerdo, a mi madre siempre le había encantado ver las noticias en televisión y leer el periódico. Cuando Maya y yo éramos niñas, ella insistía en que nos sentáramos a ver el programa de Walter Cronkite cada noche, antes de cenar. Pero de pronto perdió el interés. Su gran cerebro había decidido que ya no podía más.  

​Aunque aún quedaba espacio para nosotras. Recuerdo que acababa de apuntarme a la carrera para ser fiscal general de California y que me preguntó cómo me iba.

«Mami, esos tipos dicen que me van a patear el trasero», le dije. Ella se giró en la cama, me miró y me mostró la mayor de las sonrisas. Sabía cómo me había criado. Sabía que su espíritu luchador seguía vivo en mi interior.

El 11 de febrero de 2009, la piedra angular de la familia, la científica que había estudiado el cáncer intentando encontrar una cura, la mujer que más que nadie había criado y dado forma a dos mujeres fuertes y realizadas, murió de cáncer en Oakland. En los meses y años que siguieron, los amigos vieron en más de una ocasión que a Harris se le humedecían los ojos en las ocasiones importantes, cuando alguien mencionaba a su madre.

La fiscal de distrito Harris había usado su experiencia como abogada en beneficio de su campaña. Pero su labor en San Francisco era complicada. Cuando el alcalde Villaraigosa declaró que apoyaba su candidatura a fiscal general, en 2010, dijo: «Kamala ha pasado toda su vida profesional en las trincheras, como abogada de la acusación, y ha aumentado los
índices de sentencias condenatorias a su nivel más alto en quince años».

El periodista Peter Jamison, que en aquella época escribía en el SF Weekly, escarbó en las estadísticas de la fiscalía del distrito y observó que los índices presentados por Harris se basaban en los acuerdos de reducción de pena alcanzados con los abogados defensores. Los acuerdos entre las partes son, por supuesto, una parte importante del sistema de justicia criminal. Pero cuando los fiscales de Harris llevaban casos de delitos graves a juicio, los índices de sentencias condenatorias eran significativamente más bajos que la media del estado.

Los fiscales del Hall of Justice de San Francisco tuvieron un día especialmente duro el 9 de febrero de 2010. Un jurado condenó de forma injusta a un hombre, y otro jurado, tras deliberar solo un día, absolvió a tres miembros de una banda acusados del asesinato de dos rivales, en un juicio que había durado cinco meses. Harris no estaba implicada directamente en ninguno de estos casos, pero era responsable de la fiscalía.

En el juicio que llevó a la absolución de los pandilleros, los abogados de la defensa descubrieron que las pruebas de ADN de uno de los homicidios habían sido manipuladas de forma indebida, y que el testimonio del testigo principal presentaba contradicciones. Uno de los acusados tenía la mano derecha rota y enyesada, y aun así se dijo que habría podido saltar una valla para huir. Y, aunque era diestro, se le acusó de haber sido él quien disparó. La rapidez a la hora de emitir los veredictos de inocencia hizo plantearse dudas sobre la decisión de los fiscales de presentar cargos.

«Solo deben llevar a juicio casos que honestamente crean que pueden llegar a demostrar más allá de cualquier duda razonable», dijo la abogada Kate Chatfield, que representaba a uno de los tres hombres.

Aquel mismo día, otro jurado declaró culpable a Jamal Trulove de haber matado de un tiro a su amigo Seu Kuka en 2007, en un complejo de viviendas de Sunnydale, al sur de la ciudad. Trulove lloró mientras se leía el veredicto (y con motivo, tal como se demostró más tarde). Trulove era un aspirante a rapero que había aparecido en I love New York 2, un reality show de la cadena VH1. Una testigo ocular afirmó que estaba segura al cien por cien de que Trulove había cometido el crimen. El fiscal titular del caso afirmó que la testigo estaba declarando a pesar de correr el riesgo de sufrir represalias, poniendo en peligro su propia vida, y que la habían reubicado y le habían dado dinero para cubrir sus gastos. La fiscal de distrito Harris no instruyó el caso, pero se hizo eco de las palabras de su subordinado, alabando a la «valiente testigo que se había decidido a dar la cara». Un juez condenó a Trulove a cincuenta años de cárcel. La sentencia de Trulove contaría en las estadísticas que apoyaban la afirmación de que con Harris habían aumentado las sentencias condenatorias en delitos graves. Pero años más tarde se supo la verdad.

El abogado encargado de la apelación estaba convencido de la inocencia de Trulove. En enero de 2014, con Harris como fiscal general, un tribunal estatal de apelaciones declaró nula la condena de Trulove, y concluyó que «el fiscal de San Francisco se había dejado llevar por los prejuicios» y que la historia de la testigo que había declarado a pesar de temer por su vida «era un montaje». En marzo de 2015, dos meses después de que la fiscal general Harris anunciara su candidatura al Senado de Estados Unidos, un nuevo jurado de San Francisco absolvió a Trulove de todos los cargos. Pero el asunto no se acababa ahí. Trulove, que se había pasado ocho años entre rejas, presentó una demanda contra la policía y la ciudad, aunque no contra Harris, alegando que los agentes le habían tendido una trampa, y en 2018 un jurado federal le concedió 14,5 millones de dólares como compensación. En marzo de 2019, cuando la senadora Harris ya era candidata a la presidencia, el Consejo de Supervisores de San Francisco zanjó el caso Trulove con otra
compensación de 13,1 millones de dólares.

«Kamala Harris intentó ser progresista. Eso lo valoro mucho —dijo Marc Zilversmit, el abogado que llevó la apelación de Trulove—. En una época en que ser progresista en el mundo judicial era algo muy poco habitual, ella puso en práctica todas esas ideas positivas. Y podía haber hecho muchas cosas más.» Durante su ascenso a cargos más importantes, Harris ha mencionado muchas veces su experiencia como fiscal y sus éxitos. Ha sido su gran baza. Pero también un arma de doble filo, y la condena injusta de Jamal Trulove siempre manchará su expediente como fiscal de distrito de San Francisco.

Harris tuvo que enfrentarse a cinco rivales demócratas en las primarias, todos ellos hombres. Cuantos más hombres, más probable es que salga bien parada la única mujer en la disputa. Los cinco hombres se pelearon por sus respectivos apoyos, y Harris salió beneficiada. La única mujer que habría podido ser candidata era Jackie Speier, congresista demócrata de Hillsborough, al sur de San Francisco, que a principios de 2010 hizo saber que se planteaba presentarse al cargo. Como joven asistente del congresista Leo Ryan, Speier había acompañado a su jefe a Guyana en 1978 durante la investigación de Jim Jones y su secta del Templo del Pueblo. Ryan fue asesinado durante aquel viaje, y Speier resultó herida en una serie de terribles sucesos que acabaron con un suicidio en masa y el asesinato de más de novecientas personas. Speier aún lleva metralla en el cuerpo desde entonces. En la Asamblea Legislativa de California y en el Congreso, Speier se había ganado cierta reputación como inconformista que plantaba cara ante los intereses bancarios excesivos o los ataques a la privacidad de los consumidores. Esas posiciones adquirieron relevancia tras el hundimiento de Wall Street en 2008, la Gran Recesión y la crisis consiguiente, que afectó mucho a California. Pero poco después de que Speier manifestara su interés en el puesto, los estrategas de Harris revelaron que ya habían recaudado 2,2 millones de dólares para la campaña a la fiscalía general, una suma impresionante que difícilmente podría igualar una candidata que empezara de cero. Speier optó por quedarse en el Congreso.

En cualquier campaña, el dinero es crucial, especialmente cuando se trata de puestos que no aparecen en la cabecera de las listas electorales, que atraen mucha menos atención y que suscitan menor interés que los de gobernador o senador. Harris no tenía ninguna fuente de ingresos independiente y, desde luego, no había heredado ninguna fortuna de su madre.

El rival que más le preocupaba era Chris Kelly, exabogado de Facebook, que disponía de suficiente dinero como para autofinanciarse. Kelly se presentaba por primera vez a un cargo público y acabó gastándose doce millones solo para las primarias de junio, el doble que Harris en toda la campaña.

Harris contaba con ciertas ventajas: se había presentado ya a dos elecciones y había lidiado con la dura política de San Francisco, era conocida en la zona de la bahía porque salía periódicamente en las noticias y en el Chronicle, y era la única fiscal de profesión de los seis candidatos a las primarias del Partido Demócrata.

Curiosamente, las encuestas realizadas por el equipo de Harris reflejaban un cambio en la actitud de la gente. Algunos votantes que habían aprobado la dura ley «de los tres golpes» en 1994 se estaban alejando de la filosofía de cárcel y cerrojo de Pete Wilson e iban abriéndose a una alternativa. Tras trazar su filosofía de vías alternativas, educación, tratamiento para toxicómanos y rehabilitación en su libro Smart on crime, Harris se presentaba como una fiscal defensora de la reforma de la justicia criminal.

«La gente veía el sistema penitenciario como una puerta giratoria, que no servía para reeducar a los reclusos —dijo Ace Smith—. Fue, quizá, la primera elección importante en la que alguien presentó esa idea de reformar la justicia criminal.»

Harris consiguió un gran empujón en octubre de 2009, cuando el jefe de policía de Los Ángeles, William Bratton, un tipo de espíritu reformista, le mostró su apoyo. Era el policía más conocido en el condado de origen de Cooley, y suponía un apoyo muy significativo por parte de un agente de la ley, que validaba sus credenciales como protectora del orden.

Pero la buena noticia llegó acompañada de una tragedia. 

Lili Smith, la inteligente niña con síndrome de Apert que había colaborado ensobrando y distribuyendo folletos durante la primera campaña de Harris a la fiscalía del distrito, había cumplido quince años, edad en la que el aspecto físico y encajar en el grupo se convierten en cosas muy importantes. En los colegios del condado de Marin a los que asistía, los otros niños no la acosaban ni se metían con ella. Simplemente no le hacían caso, y se estaba aislando cada vez más. Ella y sus padres, Ace Smith y Laura Talmus, decidieron optar por un internado, la Scattergood Friends School de West Branch, en una zona rural de Iowa. Allí empezaba a encajar y a relacionarse, y estaba sacando muy buenas notas.

Había estado leyendo la autobiografía de Cherie Blair, la esposa del que fuera primer ministro británico Tony Blair, después de haber acabado de leer la de Dolores Huerta, cofundadora del sindicato agrícola United Farm Workers. El 9 de octubre llamó a su madre y le dejó un mensaje diciéndole que hablarían por la mañana.

Esa noche sufrió una apoplejía y murió.

Harris se estaba tomando un descanso de la campaña cuando recibió una llamada de uno de los compañeros de Smith, Dan Newman, que le informó del fallecimiento de Lili. Ace Smith y Laura Talmus eran una parte importante de la estructura organizativa de la campaña de Harris. Pero también eran amigos íntimos. Harris tomó el primer vuelo a San Francisco para acompañar a los padres de Lili en su duelo.

No hay nada peor que la pérdida de un hijo. Pero Talmus y Smith convirtieron su dolor en algo bueno creando una organización benéfica, Beyond Differences, que desarrolla programas académicos para los colegios de todo el país cuyo fin es combatir el aislamiento social. También aprendieron algo sobre el cariño que les tiene Harris. En los años que han pasado desde la muerte de Lili, no ha dejado de llamarles el día de sus cumpleaños y el Día de la Madre, y ha contribuido a recaudar fondos para la causa de Beyond Differences en nombre de Lili.

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