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Historias de seis superhéroes del Cauca que trabajan por la paz en medio del conflicto

Estas personas, quienes eligieron un camino diferente al de las armas y el tráfico de drogas, fueron destacadas por una empresa de la región, en el homenaje ‘El Cauca es su gente’.

25 de octubre de 2012 Por: Isabel Peláez, reportera de El País.

Estas personas, quienes eligieron un camino diferente al de las armas y el tráfico de drogas, fueron destacadas por una empresa de la región, en el homenaje ‘El Cauca es su gente’.

Las noticias del conflicto en el Cauca no han dejado escuchar los acordes de las gestas que libran sus héroes silenciosos, los que optaron por un camino distinto al de las armas y al del tráfico de drogas.José Wálter Lazo es el Superman de Santander de Quilichao. Salvó de la extinción al violín caucano, que suena mejor que los de Europa, donde sabe que lo inventaron.Del cedro que él mismo talló hasta convertirlo en instrumento, este luthier dispara jugas, torbellinos y adoraciones al Niño Dios. Una tradición que viene de antes de sus tatarabuelos; el violín llegó al Cauca en la época de los esclavos, cuando los amos les pedían amenizar sus fiestas.José Wálter aprendió a tocarlo a los 50 años con las manos callosas, pero la habilidad intacta. Con ansiedad infantil cuenta que hace dos años, ya sesentón aceptó la convocatoria de la Escuela Taller de Popayán, liderada por Álvaro Montilla, para aprender a fabricar violines y a tocarlos. A él se sumaron 17 “socios”, como él llama a sus colegas de 62, 70, 45, 40 y 17 años. Cada uno construido un instrumento. “En una semana uno hace un violín. Su sonido varía según la madera. Si es bien templada da un sonido nítido, pero si es fuerte, el sonido es ronco”, explica.Como todo héroe tiene una misión, darle movida al folclor: “Estaba muy quieto, sólo estaba vigente en la Vereda El Palmar con la agrupación Palmeras y lo revivimos en Dominguillo. Antes sólo en diciembre tocábamos violín, ahora todo el año hay un motivo para hacerlo. Queremos que nuestras escuelas tengan dotación de violines para el sostenimiento de nuestra identidad cultural”.José Wálter también fabrica canciones, tiene montones. Desde 2004, cada año participa en el Petronio Álvarez con su agrupación Aires de Dominguillo y lleva una canción inédita. Este año fueron finalistas. Ya involucró a toda su familia en su misión. Su nieto toca la tambora, el bombardino y el clarinete. Otro hace parte del coro. Un hijo se inclinó por los instrumentos de viento. Otro está aprendiendo contrabajo. Y pronto, José Wálter tendrá su ‘baticueva’: “un taller entrando a la capilla de Dominguillo, en toda la esquinita. Ahí se ve”, dice. El mago de la guaduaJosé Diego Serna Figueroa, otro hijo del Cauca, más que superhéroe es un mago. Les susurra a los árboles y estos agradecidos forman figuras. Él borra de un manotazo ese dicho que reza: “Árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza”. Él los tuerce para que sean más importantes para el mundo, los vuelve arte. Cuando tenía 17 años -hace unos 36- halló en el bosque una rama con una ranurita curiosa. “Dije, si esa figura se hizo solita, yo también puedo darle formas a los palos, y comencé a torcerlos, a hacer nudos, bordones, esa era mi diversión”, cuenta.Empezó haciendo mesas y bancas a sus sobrinos y cuando se encontró la guadua no pudo parar. Ahora convierte guaduas en casas, accesorios para el hogar y en kioskos para los vecinos. Pero no basta con un soplo mágico. Ha sido un proceso lento, de paciencia, de persistencia. Nadie le creía o lo creían... loco. Le decían que para qué hacía eso, que eso no daba plata. Él se encogía de hombros y seguía. “No dará plata, pero sí una satisfacción inmensa, más cuando veo que los muchachos de las escuelas y universidades me visitan”, dice hoy con argumentos.José Diego vive en la vereda de San Pedro, en Santander de Quilichao. Tiene un Bosque Mágico, un sendero de guaduales. Su casa está rodeada de ellos, son tantos que la cubren. Pero su sombra les proporciona a él y a los suyos tranquilidad y buena energía. Tiene carboneros, nogales, cachimbos, amarillos. Por cada buena noticia, siembra un árbol, lo hizo cuando su hija cumplió tres años y después que nacieron sus dos hijos varones.Hacer que sus hijos crezcan derechitos es más fácil que torcer una guadua, que demora 12 meses. “Los otros árboles son más lentos, hay que irles haciendo la curva y esperar a que ‘gechen’. Unas son más resistentes que otras y no se dejan hacer las mismas figuras”, explica.Dice que para torcer árboles hay que hablarles. “Las plantas y yo somos uno, trato de conquistarlas, les digo que no pueden morir por ahí tiradas, que quiero que perduren, que sean obras de arte, que las admiren, que marquen la diferencia”. Para su compañera de hace más de 25 años, María del Carmen Bermeo: “Dios puso una chispa en Diego, para domar los guaduales”. Cualquiera que quiera darle nueva vida a un árbol puede buscarlo en la vereda San Pedro. La clave: el ‘Señor de las guaduas’. “Me dicen ‘el torcido”, bromea. El biólogoSantiago Ayerbe González soñaba con ser aviador y biólogo. Pero en los años 60, en Popayán, no podía ser ni lo uno ni lo otro. No había escuela de aviación y su mamá se opuso a que tuviera una carrera de tanta altura. Y para estudiar biología había que ir a la Universidad Nacional y para él, último de siete hermanos, no alcanzó el dinero que le permitiera trasladarse a Bogotá. Lo más parecido a la biología era la medicina y se decidió por ésta. En cuarto semestre, mientras atendía urgencias, llegó un paciente mordido por serpiente, “me dio tristeza que el médico gritaba más que el paciente”. La ignorancia de los médicos sobre el tema lo llevó a estudiarlo.Cuando se especializaba en pediatría, Alejandro Vásquez Godoy, hematólogo chileno, le encargó estudiar los accidentes ofídicos. En el año 77, al Hospital San José de Popayán, llegaban 20 pacientes al año, ahora llegan 180, gracias a campañas como la que lideró hace dos años, que se desplazó por el Valle, indicándole a la gente qué hacer y qué no. Paradójicamente él que ha salvado tantas vidas, es alérgico al suero de origen equino. Si lo mordiera una serpiente, podría ser la última.Receta de cocaLorenzo Maway Muelas Tróchez, su pareja Gloria Naranjo y su mamá María Antonia Tróchez ganaron Premio Nacional de Gastronomía en la categoría de Reproducción 2011 en Bogotá con ‘ Stapurab May’ o ‘Comida para inaugurar un cultivo’. Es una tortilla de hoja de coca, compuesta por quiñoa (quinua), verduras, albóndigas de curí, puré de mafafa (tubérculo similar a la papa) y sopa de maíz y té de coca. Menú tradicional de la comunidad guambiana en el Cauca que les fue transmitido a través de María Antonia Tróchez Tunubalá, indígena que ha preservado muchas tradiciones de la comunidad. No son chefs. Recopilaron el saber ancestral y lo tradujeron en una receta, fruto de la investigación de María Antonia, quien cultiva en su huerta en Silvia, tubérculos, cereales, produce forrajes, lo que la gente llama despectivamente: “productos olvidados”. Para su hijo es un laboratorio: “Mi mamá solo compra afuera la sal. Su huerta es una nevera abierta”. Gloria, una caleña licenciada en educación, se enamoró de la comunidad y de Lorenzo, médico egresado de la Universidad de Antioquia. Para ellos la paz está en: “Escuchar al otro y entender que la verdadera economía parte del trabajo en la tierra”.La ‘profe’Ana Milena no tiene hijos propios, pero hizo suyos a 60 niños de la comunidad de Santa Librada y de asentamientos vecinos, pequeños de 4 a 18 años, hijos de madres adolescentes, de mujeres que han quedado solas por la guerra en el Cauca. A sus brazos llegan todos los días niños que no tienen ni un pan para llevarse a la boca, desplazados por la violencia, despreciados por la indiferencia. “Los adultos destruimos los sueños de estos chicos que solo piden una oportunidad para salir adelante, a veces son sueños locos, pero por los que vale la pena luchar. Yo llevo 7 años en esta lucha y no me canso. Solo piden que los escuchemos”, dice la ‘profe’ que no recibe salario: “Su cariño vale, es un amor generoso, humilde, sincero, un amor verdadero que nace del corazón”.Dulce tradiciónDoris Oliva Hoyos Martínez es la promotora de los Dulces de Almaguer. “Empecé a hacerlos a la edad de 40 años y hoy es mi sustento y el de mis tres hijos y estoy sacando adelante a un nieto, que la mamá es especial”, cuenta.Empezó vendiéndolos en las plazas de mercado y ahora se los encargan de otros municipios para las fiestas. “Cuando no me interrumpen me hago 8 batidos, de ahí me salen como 40. Quedo cansada de las manos, toca coger la melcocha caliente para trabajarla y me quemo mucho”, dice.Cuenta que una vez fueron unas personas a su negocio a proponerle ayudarle con máquinas, para que no le tocara tan duro, “eso intentaron, pero nada. Se quedó así”, relata. Su esposo siembra la caña, le saca la panela y ella hace la melcocha. Él cultiva el maní para los dulces, algunos son de maguey, otros con esencia, otros de piña, de banana y ya hace de naranja.

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