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La idea de usar bicicletas estáticas para sacar agua nació porque los Wayúu disfrutan de montar en este vehículo y, aunque al principio les pareció curiosa la estrategia, pronto comprobaron que estas bombas, populares en Asia y Nicaragua, ahorran tiempo y son fáciles de manejar. | Foto: USAID-Programa de Energía Limpia para Colombia

MEDIO AMBIENTE

Energías del sol y el viento mejoran la vida de los Wayúu

Estos indígenas asentados en La Guajira almacenan la lluvia en lagos artificiales, pero el cambio climático incrementa la escasez de agua.

15 de diciembre de 2019 Por: María Teresa Arboleda Grajales / Reportera de El País

La última vez que el cielo de La Guajira les envió agua a los indígenas Wayúu fue el 18 de agosto de 2018. La profesora Patricia García Epieyú lo recuerda muy bien. Cómo olvidarlo si transcurrieron trece meses para que de nuevo un aguacero cayera sobre este departamento.

Fue el 23 de septiembre de 2019 que regresó la lluvia tardía. Explica la docente que esta disminución de las precipitaciones se viene incrementando desde el 2011 por causa del cambio climático, el cual da espacio a periodos más secos. Por esta razón, ya no recogen la misma cantidad de agua en los jagüeyes, aquellos lagos artificiales en los que tradicionalmente almacenan la esquiva lluvia. De estos depósitos han extraído el agua para todos los usos, incluso para preparar los alimentos, aunque esté turbia y represente un riesgo para la salud.

Aunque la problemática de esta península, la más septentrional de Colombia y Suramérica, se presenta en otras partes del mundo, allí las sequías suelen ser críticas, porque el 80% del suelo es árido y los recursos hídricos les han sido esquivos a sus pobladores desde tiempos inmemoriales.

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A pesar de estar rodeados por un mundo de agua, pero salada. El mar Caribe los limita al norte, al oriente y al occidente.

Es tal la necesidad, que cuando la profesora Patricia dice en su idioma wayuunaiki: "Anayashii wayaa nutumaa kaikai sauu napuin wuin wanepia wamuin" ("Gracias a la energía limpia recibimos agua a diario"), más bien parece que diera fe de un milagro. Y sí que lo es, porque Maleiwa (Dios creador) hace brotar manantiales de lo profundo del desierto y para obtener el agua ellos cavan pozos, como el que se encuentra en la ranchería Kasumana, en el municipio de Maicao, donde habita esta lideresa Wayúu.

Una ranchería es un vecindario donde tienen su propio cementerio y, en algunos casos, un colegio y un jardín infantil. También una enramada para reunirse y atender a los visitantes. Las casas de barro y madera de yotojoro (corteza del cactus) están dispersas y son ocupadas por varias personas de un mismo apellido (clan).

Con 396.234 habitantes concentrados principalmente en La Guajira, esta etnia es la más grande de las 114 que tiene Colombia y también la que mejor conserva su cultura. El 89,1% de la población habla su dialecto nativo.

Así lo explica Patricia, quien se devuelve en el tiempo para recordar que, hace años, para extraer el Wüin (agua) "teníamos que dejar caer baldes por los 40 metros de profundidad del pozo para luego subirlos con lazos. Era una jornada tediosa que empezaba a las dos de la madrugada y terminaba a las 11 de la noche, porque del aljibe dependen 17 rancherías".

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Pero, ¿qué podían hacer? Los molinos de viento que en 1950 les donó el Gobierno para extraer el agua estaban dañados y, al no poder pagar su reparación, tuvieron que abandonarlos.

Mientras eso ocurría, la Fundación Cerrejón Guajira Indígena, Fcgi, acudía al Programa de Energía Limpia para Colombia (Ccep, por sus siglas en inglés), que perteneció a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Usaid. La idea era que juntos desarrollaran aplicaciones de energía renovable en poblaciones rurales donde trabajaba dicha fundación.

Fue así como escogieron a 38 comunidades de los municipios de Uribia, Maicao y Manaure, que habían sido las más afectadas durante una sequía en 2014.

Entre el Ccep y la Fcgi financiaron los proyectos, en tanto que los Wayúu se comprometieron a compartir el agua con quienes la necesitaran; algo que en ellos es genuino, pues tienen una visión colectiva y social que gira en torno de la solidaridad.

Entre las costumbres de los Wayúu figura el ‘encierro’, que consiste en aislar a las niñas durante varios meses cuando tienen su primera menstruación para adiestrarlas en labores del tejido, valores y otros conocimientos necesarios para su vida adulta. Baños de luna, riegos y corte de cabello, son usuales en esta ceremonia.

El sol que provee el agua

Recurrieron, entonces, a dos tecnologías. En 19 rancherías implementaron bombas solares que suben el agua a tanques elevados y la dispensan por grifos para consumo doméstico y cosechas. También para rebaños, pues a los Wayúu les entristece no poder dar de beber a su ganado, que representa su patrimonio e incluye entre uno y tres animales per cápita. Además de vacas y ovejas, abundan los chivos (caprinos), de los que aprovechan la carne y la leche; asimismo, los venden o canjean por productos.

En las restantes 19 veredas se utilizaron 'bici-bombas', en las que internamente un lazo succiona el agua a la superficie empleando una bicicleta estática o dos manivelas, en el caso de que las mujeres, por sus túnicas (manta guajira o wayuushein), no quieran pedalear.

Gracias a las bombas sumergibles, las madrugadas y la fatiga quedaron atrás. Hoy en Kasumana, por ejemplo, llegan desde Rirritana, Campo Florido, Chokosumana y 14 poblados más y se van cargando vasijas rebosantes sobre bicicletas, motocicletas y carretillas; también, a lomo de asnos (burros), después de que calman la sed en los abrevaderos.

La idea de la ‘bici’ nació porque los Wayúu disfrutan de montar en este vehículo y, aunque al principio les pareció curiosa la estrategia, pronto comprobaron que estas bombas, populares en Asia y Nicaragua, ahorran tiempo y son fáciles de manejar.

En otras veredas se instaló riego por goteo para que los campesinos pudieran arar en el desierto maíz, ahuyama, frijol, limón y melón.

Promover la agricultura en esas tierras desérticas es vital; porque en La Guajira siguen muriendo niños por desnutrición. En muchas cocinas solo hay maíz y a veces leche de cabra para preparar una mazamorra como única comida del día.

Todo esto ocurre en medio de la riqueza natural de este turístico departamento, con yacimientos de gas y una de las minas de carbón más grandes del mundo, El Cerrejón. Además, posee montañas de sal marina en Manaure, donde las azules aguas del Caribe entran al desierto formando un paraje excepcional.

El drama de la crisis de agua que vive La Guajira

El sol que ilumina las noches

A los guajiros, la madre tierra, Mma, les regaló la mejor radiación solar de todo el país. Es así como en la Serranía del Perijá, el astro rey se posa en los paneles solares, junto al Internado de Siapana, donde 1.200 niños y jóvenes Wayúu tienen energía para iluminar el aula de informática y acceder a la tecnología en los computadores.

Gracias a la energía solar también realizan tareas en la noche y ritos ancestrales, entre los que se destaca el baile de la yonna, en el que imitan movimientos de animales como el gallinazo, la perdiz y las moscas.

Para la rectora del Internado, Fanny Yineth Zamudio, este proyecto de mejoró la calidad de vida de los estudiantes, que hoy pueden conservar sus alimentos en refrigeradores. Antes, había que consumir la carne muy rápido para que no se dañara.

Como ocurre cuando se ‘estrena’ energía, las familias se beneficiaron de diversas maneras, tal como indica el docente de la Escuela Kasumana, Brayan Pacheco García. "Hoy en día programamos reuniones en horario nocturno, así como tareas y nivelaciones de los estudiantes, en las cuales podemos usar tablets, algo que antes no se podía hacer antes".

Destaca, además, "la facilidad de buscar el agua, pues ahora la obtenemos en cuestión de minutos gracias a las bombas sumergibles".

Otras beneficiadas son las mujeres, que hoy tejen sus mochilas bajo la luz de bombillas.

Transcurridos cinco años de estas ejecuciones en las 38 aldeas, se evidencia la sostenibilidad de las iniciativas. Una de las claves, advierte José Eddy Torres, exdirector del Ccep, fue que "siempre llegábamos a las comunidades con un aliado que llamábamos 'queriente', alguien perdurable en el tiempo, porque en un programa, cualquier dinero se acaba y el reto es que cuando se termine, el proyecto pueda seguir".

El experto en energización rural sostenible hace hincapié en que en todas las iniciativas se buscaba explícitamente garantizar la sostenibilidad ambiental, tecnológica, económico-financiera, sociocultural y organizacional en las comunidades beneficiadas. Fue más que "poner bombillos por aquí y por allá", enfatiza.

La unión de Ka^i con Joutai

Como si quisieran enviar un mensaje de que solo uniendo voluntades se puede realizar inclusión social, llevando avances tecnológicos a los pueblos indígenas, el sol (Ka^i) quiso aliarse con el viento (Jouktai) en las rancherías Amalipa y Flor de la Sabana.

De esta unión resultó un sistema híbrido, compuesto por dos tipos de energías: la solar y la eólica, financiados por Isagen mediante un convenio de investigación con la Universidad de los Andes. Mientras la primera aportó los recursos económicos y en especie, la segunda hizo lo propio con el tiempo y el conocimiento de varios profesionales.

Empezaba el año 2019 cuando 70 familias supieron lo que es encender una bombilla en sus enramadas, cargar sus celulares sin desplazarse al pueblo y contar con refrigeración para los alimentos.

Dicho sistema se compone de dos microrredes con capacidad para energizar seis hogares urbanos promedio, afirma el ingeniero Álvaro Ramírez, administrador y gestor del proyecto por parte de Isagen, junto con el agrólogo Javier Méndez.

El agricultor indígena Medardo Machado, de la ranchería Flor de la Sabana, es uno de los pobladores que hoy pueden ver los noticieros, y también a su equipo de fútbol favorito, el Atlético Junior, cuando juega. Es que ahora tienen televisor donado por lambas instituciones benefactoras.

"También recibimos focos recargables para alumbrarnos en la noche, licuadoras, una impresora y computadores, así como refrigeración para conservar vacunas y otros insumos para cuidar los rebaños", asegura el campesino.

Otro aporte consistió en un congelador para la producción y comercialización de hielo, lo cual es un bálsamo para soportar las temperaturas que pueden llegar a 40 grados en verano.

El profesor Nicanor Quijano, director del proyecto por parte de la Universidad de Los Andes, hace un llamado a que en el país se siga implementando este tipo de convenios interinstitucionales. "Posibilitan generar más soluciones para que en zonas olvidadas se beneficien con la generación de energía, la cual, por ser un servicio transversal, sirve, incluso, para soluciones como agua potable", destaca.

Justamente, lo que el docente propone coincide con el objetivo 17 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, impulsados por la ONU, que plantea que, para que una agenda de desarrollo sostenible sea eficaz, son necesarias las alianzas entre el gobierno, el sector privado y la sociedad civil. De ahí la necesidad de que haya más ´padrinos’ en esta región del Caribe que instalen energía sostenible, aquella que transforma vidas, economías y al planeta.

En aldeas como Jaturruy, los necesitan con urgencia porque su pozo se dañó. Por ello, Pedro Pushsina y su gente recorre las trochas que, en el desierto, se antojan infinitas. Van en busca del ‘oro azul’ para sobrevivir.

También clama por ayuda Celia Barros, de la ranchería Pesuapa. La mujer entrada en años relata que "un carrotanque del municipio nos trae agua para 235 habitantes y nuestros animales; pero tenemos que hacerla rendir para un mes".

Debido a la sencillez de las tecnologías energéticas implementadas, los mismos habitantes realizan la limpieza y el mantenimiento de los paneles solares y demás elementos, para lo cual fueron capacitadas algunas personas de las rancherías.

El cambio climático a futuro

Pocas comunidades Wayúu tienen oportunidades para adaptarse y buscar soluciones frente a la crisis climática que los afecta, asegura Yovany Delgado Moreno, funcionario de Corpoguajira.

Y es que en este territorio olvidado por el Estado, "varios factores dificultan su desarrollo y le restan capacidades a la gente para enfrentar los cambios derivados del calentamiento global". Las palabras son del profesor de Educación Ambiental de la Universidad de La Sabana, Jefferson Galeano Martínez, al destacar las condiciones sociales marcadas por la falta de acceso a necesidades básicas, pobreza, inseguridad y corrupción, entre otros.

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A su vez, el vocero de Corpoguajira afirma que se brinda acompañamiento, capacitaciones en adaptación y variabilidad climática y que están implementando un sistema de alertas tempranas para informar a través de emisoras y redes sociales acerca de crecientes, huracanes y demás eventos climáticos que puedan ocurrir en la región.

Otra tarea vigente es el acompañamiento a las alcaldías, para que incluyan la agenda de cambio climático en sus Planes de Ordenamiento Territorial porque aún hay desconocimiento respecto a este fenómeno, cuyas secuelas no se detienen.

De acuerdo con el ODS 13, "no hay país en el mundo que no haya experimentado los dramáticos efectos del cambio climático".

Y los Wayúu están comprobando esos efectos en la poca agua de los jagüeyes construidos para abastecerse. Juyá, amo de las aguas del cielo, cada vez les está enviando menos lluvia.

Este reportaje es parte de la alianza entre ActionLAC, plataforma coordinada por Fundación Avina, y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa Aarauclima, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas sobre acción climática en América Latina.

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