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Los beneficiarios de Fundenid son niños y niñas que tienen entre seis y veintiséis años. Todos viven en barrios de la Comuna 15 que, pese a ser contiguos, cuentan con líos de barreras invisibles. No obstante, los muchachos han vencido dichas fronteras y edificado vínculos de afecto. | Foto: Jorge Orozco / El País

DISTRITO DE AGUABLANCA

Un mar de chances se abren paso en Comuneros I, oriente de Cali

La fundación Fundenid acoge a más de 300 niños del Distrito de Aguablanca para darles apoyo psicosocial y refuerzo académico. Buscan ayuda para mantener un milagro a flote.

15 de mayo de 2019 Por: Felipe Salázar Gil / Periodista de el país

En la puerta metálica de color ocre hay más de treinta agujeros de bala y un par de machetazos. Son viejos, dice Andrea Leudo, una matrona de ébano que lleva nueve años al frente de Fundenid, una fundación dedicada a cambiar las vidas de los niños del Distrito de Aguablanca.

Esas balaceras que se daban casi a diario en la Calle 54 # 32A - 89, en una esquina del barrio Comuneros I, y que dejaron mordiscos en los andenes son cosa del pasado. “Ahora este es un remanso de paz en todo el barrio, ahora aquí no se ven muertos ni robos. La gente ahora respeta”, cuenta Andrea.

Las cosas en esa esquina cambiaron hace cinco años, cuando a la casa de dos pisos y fachada en obra negra, llegaron más de treinta niños y jóvenes. Allí sentó su nueva sede la Fundación para el Desarrollo y el Fomento del Bienestar Social, o como la conocen en el barrio: Fundenid.

Desde entonces, esa casa es uno de los iconos del Oriente donde a diario se rompen las barreras invisibles. Allí llegan niños desde los seis años hasta jóvenes de veinticuatro años, procedentes de barrios como Comuneros I, El Retiro, Laureano Gómez, El Vallado, Ciudad Córdoba, Mojica y Llano Verde. Ellos, si no fuera porque pasan su tiempo libre en la fundación, no podrían siquiera cruzar el andén de su cuadra.

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Llegan, en muchas ocasiones, buscando apoyo psicológico, otros requieren asesoría en nutrición o, incluso, ayuda para reforzar sus conocimientos en matemáticas, ciencias sociales, biología, la materia que sea en la que necesiten mejorar. Muchos llegan porque son remitidos -desde el 2013- por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf. Otros arribaron por su cuenta. El objetivo en ambos casos es el mismo: copar su tiempo libre para evitar que sean presa de las pandillas de sus barrios.

Lo principal aquí es la comida, dice Andrea. “Los niños con hambre no rinden en la escuela. Muchas veces el refrigerio y el almuerzo que les damos es lo más saludable que comen; en las casas, si mucho, tienen para comer una salchipapa y una limonada”, dice esta mujer oriunda de Condoto, Chocó.

Pero, como lo que aporta el Icbf solo alcanza a cubrir la alimentación y manutención de doscientos niños, Andrea y su equipo debieron ampliar el espectro para lograr mantener los cien pequeños restantes y la fundación a flote. Por eso empezaron a hacer limpiezas de zonas verdes y a participar en licitaciones de cortes de césped para obtener recursos. Esa ha sido la fórmula para que, en diecinueve años que cumplirá Fundenid este octubre, a los más de mil niños que han pasado por ahí no les haya faltado ni una merienda.

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El parque El Pascualito permanece con candado. Hace un mes y medio que los muchachos de la fundación no pisaban la cancha de fútbol ni atravesaban el pasamanos. Allí, cuenta la profesora Sandra -una de las encargadas del acompañamiento de los muchachos-, los niños no habían podido volver porque el barrio estaba “caliente” y una pandilla buscaba a un pelado para ajustar cuentas.

Por eso, el pasado martes a las 10:00 de la mañana lo único que se escuchaba en el parque eran gritos, risas, el rechinar de los columpios viejos de acero, la pelota de fútbol chocando contra el cemento.

Es el momento más feliz del día, dice Sneyder Andrés, un chico lánguido de ocho años, que apenas atina a murmurar que antes de salir a patear el balón hizo las tareas junto a los demás niños. “Las matemáticas no le gustan a nadie, pero a mí sí. Hay cosas que no entiendo, pero solo acá puedo hacer las tareas porque es donde está la gente que me ayuda”, dice Sneyder.

Cristian y Juan tienen diecisiete años. Ambos cursan grado once en la Institución Educativa Gabriel García Márquez, a solo un par de cuadras de la sede de Fundenid, en Comuneros I. Como si estuvieran calcados, entraron a la fundación sin saber bien cómo dividir o multiplicar, operaciones que poco a poco fueron aprendiendo con los tutores que los atendieron y que les ayudaron a dejar atrás los fantasmas de los números.

Hoy, Cristian, quien ya salió del programa de refuerzo escolar, dice que no teme descifrar ni siquiera el teorema de Pitágoras. Por su parte, Juan ya le tomó cariño a los números y empezó a capacitarse con el Sena como técnico en Sistemas.

Al lado de Juan y Cristian está María Cristina, una joven de diecinueve años que duró tres años bajo la tutela de la fundación y que, tras haber superado las dificultades y alcanzar una beca, hoy cursa tercer semestre de contaduría pública en la universidad Icesi.

Acá uno aprende que hay oportunidades y se vuelve consciente de que los sueños se pueden alcanzar si hay dedicación y esfuerzo, si uno se enfoca en lo que quiere, en lugar de estar en la calle exponiéndose y perdiendo el tiempo”, dice María Cristina, quien es una de los cincuenta egresados de Fundenid que está estudiando una carrera profesional o técnica.

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De las tantas luchas que libra a diario Andrea y su equipo por mantener a flote a Fundenid, conseguir una buseta y una sede propia son las que más le quitan el sueño. Ambas son eso, por ahora. Sueños.

“Imagínese si los muchachos pudieran dejar de ver delincuencia y muerte para salir y ver que hay una ciudad más allá del barrio. Eso los puede empoderar para ser alcaldes, profesores, ingenieros, yo qué sé. Son muchas las opciones que ellos tendrían solo si pudieran dar un paseo”, dice Andrea.

Actualmente la fundación tiene dos sedes que son alquiladas: la de Comuneros I, que en la mañana cobija a treinta niños y jóvenes que estudian en las tardes; y otra que se limita a un par de espacios en un colegio privado, donde son atendidos otros ciento treinta muchachos luego de terminar su jornada académica diurna. “Si tuviéramos una sede propia podríamos hacer las modificaciones que necesitamos para tener, al menos una sala de sistemas”.

Para Andrea la ecuación es sencilla, dice: “Con la educación de los muchachos en arte o gastronomía, como se hizo hace un par de años en talleres liderados por el Sena, no verían el cuchillo como un arma para atracar a alguien, sino como la oportunidad para cortar un tomate y quién quita, montar un restaurante”.

¿Cómo ayudar?

En Fundenid requieren de apoyo para reforzar las actividades lúdicas y de aprendizaje de los niños y jóvenes.

Por esta razón, sus integrantes hicieron un llamado a la comunidad para que aporte dotación lúdica, juegos, ropa en buen estado, instrumentos musicales.

Para aportar a esta causa, puede comunicarse a los teléfonos 4035132, 3147647965 y 3234988978.

O también puede dirigirse a la sede de Fundenid en el barrio Comuneros I, en la Calle 54 # 32A - 89.

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