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Haim Birman, el 'caleño' que sobrevivió al Holocausto nazi

Tiene 100 años de edad, sobrevivió al Holocausto y se siente un caleño más. La esperanza de ver a su hermano después del oprobio nazi le dio fuerza. Quiere llegar a los 120 años.

6 de julio de 2013 Por: Isabel Peláez | Reportera de El País

Tiene 100 años de edad, sobrevivió al Holocausto y se siente un caleño más. La esperanza de ver a su hermano después del oprobio nazi le dio fuerza. Quiere llegar a los 120 años.

Haim Birman aun tiene pesadillas con la ‘Shoah’ -que traduce catástrofe-, como llaman los judíos al Holocausto. A sus 100 años de vida, cuando la palabra nazi llega a su mente, siente sobre sus hombros los 32 kilos que pesaban las herramientas que le tocaba cargar en un campo de concentración.En su corazón no hay odio ni amargura pese a que su mente conserva intactos los 1.464 días de marchas interminables de aldea en aldea, bajo las órdenes de los nazis, sin derecho a cansarse. Solo ahora puede darse el lujo de quitarse su cachucha favorita, apretarla entre su puño con enojo y protestar: “¡Esto es Hitler!”. Hoy en día en su apartamento en el barrio Versalles de Cali, Haim se mantiene tibio, muy bien alimentado y seguro. “En nueve años de conocerlo nunca se ha quejado, nunca lo he visto llorar, siempre está feliz”, lo delata Rosa Sepúlveda, su enfermera.Si siente frío es al recordar los inviernos crudos en el campo de trabajos forzados en Siberia, donde lo obligaron a construir un puente de 1.600 metros de largo que facilitaría el ataque alemán a los rusos por el oriente. A sus pies arrojaban el cemento en sacos y él y sus compañeros tenían que desocuparlos. Todo se llenaba de polvo, incluso sus pulmones. Muchos de sus compañeros murieron y el propio Birman tenía que recoger sus cadáveres a primera hora del día. “Era lo que menos me gustaba. Pero si nos quejábamos, nos mataban”, dice. Él no se permitía pensar en escapar o enfermar. El Holocausto secó sus lágrimas, nunca más se permitió llorar. “Es muy noble, toda su vida se preocupó por dar y no por recibir. Es una persona tranquila, con una inteligencia clara, una actitud mental muy positiva, una memoria brillante y un espíritu de supervivencia que lo llevó a sobreponer traumas como la guerra, donde fue esclavo, donde tuvo la muerte al lado. Ha llevado todas las vicisitudes con mucha dignidad, aún cuando mi madre murió sacó fuerzas para seguir”, dice su hijo Ezequiel, quien vive en México. Esa fe ciega en la vida llevó a Haim a sobrevivir en el campo de concentración. Cuando enfermó de hepatitis, como pudo se mantuvo oculto a los guardas. “Cuando pasaba alguno, volteaba mi cara o me tapaba para que no me vieran amarillo, porque al que veían enfermo lo mataban”, relata.Hoy en día, con la voz mermada tras un episodio de derrame pleural, pero con la memoria intacta de un muchacho de 20 años, narra su historia: “Yo nací el 1 de abril de 1913, en Besarabia, Rumania. Le ayudaba a mi papá a fabricar un aceite para hacer pintura, que vendíamos a los almacenes, en botellas de hierro”, En su pueblo, Yelenitz, judíos y cristianos convivían sin persecuciones. Haim asistía a un colegio judío. “En mi ‘shtetl’ (poblado) había como 20.000 personas de las cuales 8.000 eran judías. Se oían cosas de los judíos pero no peleaban de frente contra nosotros”.Cuando él cumplió 20 años, Hitler asumió el poder y en Yelenitz, los nazis marcharon con botas pesadas, tanques y carros elegantes, mientras los judíos caminaban bajo gritos y amenazas. La mitad de estos fueron asesinados en los meses siguientes a la entrada de Rumania en la Segunda Guerra Mundial. “Oímos que habían matado a muchos judíos, pero pensamos que eso tan terrible ocurría lejos de Europa. Nos quedamos esperando a ver qué iba a pasar y el resultado fue muy triste”, reflexiona. Entre los muchachos del pueblo que entraron a su casa y los sacaron con palos reconoció a varios amigos. Él y su familia huyeron a un gueto. Allí vivieron como en una cárcel. No podían salir y los alimentos eran escasos. El gobierno rumano aprobó las interdicciones para los judíos, entre las que figuraban las prohibiciones de contraer matrimonios mixtos o el ejercicio profesional. Luego llegaron las deportaciones. Haim y su familia se fueron a otro pueblo. Quedarse era morir. Ni los vecinos los socorrían. Mitigaban el hambre con sopa, papa o trigo que les daba alguien piadoso. “Eramos siete hermanos antes de la guerra (él era el cuarto), después quedamos dos, mi hermano León y yo. Los demás murieron y León se perdió más tarde”.Su ilusión, el último día de la guerra, era reencontrarse con su hermano León y con sus padres. Esa esperanza lo mantuvo vivo. Cuenta Ezequiel, el hijo de Haim, que “un amigo le comentó a mi papá que su hermano se había ido a Chile con un nombre distinto, así supo que sobrevivió a la guerra. Y después de 10 ó 15 años se reencontraron”. Pero mucho antes de que terminara la guerra, Haim fue alojado junto a miles de personas en otro gueto. La tierra era su cama y usaba la misma ropa día y noche. Fue llevado a Odesa, sometido a trabajos forzados y vio morir a 35.000 judíos. Hasta que un día los soldados rusos entraron y liberaron a los prisioneros. “Los rusos nos protegieron. Comimos como locos. Corrí a mi ciudad y me reencontré con la que sería mi mujer. Nos casamos. Ella tenía hermanos en Colombia y el Comité Conjunto de Distribución, organización judía que ayudó a los desplazados, nos consiguió papeles y emigramos”.Haim se refiere a Bela Sapsi, su gran amor. Era secretaria y tenía 13 hermanos antes de la guerra, de los cuales quedaron siete. El hermano de Bela se había ido a Colombia antes de la guerra, en 1925. “Se venían a América porque aquí usted se subía a un árbol y recogía monedas de oro”, dice Paul Lempert, sobrino de Bela. “Mi papá les consiguió los pasaportes para entrar al país y de Rumania viajaron hasta Amsterdam. Su hija mayor nació allí, antes de montarse al barco que los llevó a Colombia”. Eso fue hace 60 años. Pero Bela y Haim no esperaban que el oro les cayera a sus pies. “Montaron Confecciones Birman, empresa de ropa infantil en la Séptima con Doce en Cali. Mi tía hacía el trazo y cortaba las telas, mandaban a confeccionar a la calle, recogían la ropa y mi tío despachaba los pedidos”, cuenta Lempert. Cuando su esposa enfermó de la rótula, él tenía 90 años y ella 86 y dejó de ir al club Shalom para dedicarse a cuidarla. A ella le hicieron una cirugía para ponerle una prótesis, pero cuando le dieron la salida entró en paro respiratorio, en estado de coma y murió. “Nunca lo he visto llorar, ni en ese momento. No sé dónde tiene las lágrimas, pero su físico cambia, se le ve la tristeza. Para él fue muy duro ver a su esposa conectada a una máquina”, cuenta Rosa, quien antes cuidaba a doña Bela y tras su muerte empezó a ser la “mamᔠde Haim, como él la llama, aunque también le ha pedido que se case con él. “Y yo le digo: ¿Al fin qué, don Haim? y se ríe”. Haim recuerda que cuando llegó con Bela a Puerto Colombia, el país les pareció maravilloso y la gente los recibió bien. “Las costumbres eran muy diferentes y aprendí a hablar español a la fuerza”, cuenta Birman, quien tiene dos hijos (de más de 60 años), Ezequiel y Susana de Rhein (vive en La Florida), 6 nietos y 4 biznietos, a los que adora.En Colombia Haim se reencontró con otros que, como él, sufrieron los horrores del Holocausto, aunque en campos de concentración distintos. “Eran siete amigos que se reunían en el Parque Versalles, por las mañanas, de 10:00 a.m. a 12:00 m., y en las tardes de 3:00 p.m. a 4:30 p.m. Don Vale y su esposa doña Lisenia, doña Raquel Gedallovich, don Guitis, don Rubén Vodovoz y don Cur. Los tres primeros aún viven, pero ya no van al parque. Desde hace años una de sus rutinas es darle dos vueltas al parque mañana y tarde. Caminaba 1.200 metros al día. El pasado 4 de mayo se le llenó de agua el espacio entre la pleura y el pulmón, lo hospitalizaron y le extrajeron el agua. “Nunca dice que le duele algo. Ese día, si no es porque analizo su respiración, se me muere”, dice Rosa.Antes del episodio pesaba 62 kilos, ahora pesa 49. Y no es por inapetencia, porque Elsa Quinayá, quien lo acompaña desde cuando vivía su esposa Bela, aprendió a preparar las comidas judías y lo deleita con sancochos y sopas colombianas. Si hay alguien que se siente colombiano es Haim, cada que juega la Selección Colombia se sienta frente al televisor desde las 2:00 p.m., así el partido empiece a las 5:00 p.m. El corazón de Haim está sano. Tiene un lema: “Vida larga, vida buena”. Y asegura: “Voy a durar hasta los 120 años”.

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