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El guardián que lleva 13 años limpiando la basura del río Pance

Cada semana, Walter Vega Suárez se dedica durante todo un día a limpiar la suciedad que el mal turismo deja en las aguas del río Pance. De esa jornada pueden resultar hasta 400 kilos de basura. Perfil de un obstinado.

18 de febrero de 2016 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de El País

Cada semana, Walter Vega Suárez se dedica durante todo un día a limpiar la suciedad que el mal turismo deja en las aguas del río Pance. De esa jornada pueden resultar hasta 400 kilos de basura. Perfil de un obstinado.

Antes de entrar  al agua esta mañana de miércoles, Walter Vega se calza sus viejos guantes de lana y otea  el recodo del río  que tiene enfrente.  Por aquí —cuenta sin apartar la vista— pasó arrastrando, junto a otros dos voluntarios, cuarenta bolsas negras de basura hace solo un par de días.     Se sabe de memoria la medida, 90  por 1,10 metros; “bolsas industriales”, explicará luego. También lo que siempre, cada lunes, acaba en el interior de las mismas: un largo etcétera que pesa  400 kilos y se escribe con un sinfín de botellas de vidrio, envoltorios de pasabocas, vasos y platos de plástico, objetos de icopor, zapatos, prendas de vestir, además de pañales, toallas higiénicas y condones.  “Todo lo que no debería correr por las aguas de un río...”, se lamenta. En esas se la ha pasado este caleño de 31 años durante los últimos trece. 

Nacido en la vereda La Vorágine, la zona media que puebla el río Pance, Walter se crió entre el cadencioso murmullo de las aguas rebotando sobre las piedras y el trinar que regala el colibrí de pico dorado en su vuelo. Y desde niño, gracias a sus papás, aprendió que tan importante era saber sumar y escribir, como  cuidar ese afluente y conservarlo. Lea también: El río Pance, amenazado por los malos turistas

“A mí me hablaron de educación ambiental mucho antes de que eso fuera una materia en los colegios. Cuidar el Pance era algo de lo que hablaban todo el tiempo los vecinos, los amigos, los tíos, los primos, porque nos enseñaban que de ese río dependíamos todos los que vivíamos aquí”, recuerda Walter.

Ya para entonces, comienzos de los años 80, el río Pance se había convertido en lugar de peregrinaje obligado de miles de caleños los fines de semana. La tradición había comenzado en los albores de los 70, cuando los rumberos seriales de la ciudad calmaban en estas aguas el guayabo de las salsotecas y las familias de los barrios más populares distraían las horas muertas del domingo alrededor de una fogata en la que hervía a fuego alegre un sancocho de gallina.

Gracias a su labor, Walter Vega fue uno de los finalistas del concurso Titanes Caracol, en la categoría de Conservación Ambiental, que se desarrolló en diciembre del año pasado.

  Walter se recuerda de niño escuchando cómo los mayores lamentaban los estragos de cada visita. “Eso de que el Pance termine sucio después del turismo de los fines de semana no es de ahora. La falta de educación de la gente ha sido desde siempre.  Yo le puedo sacar la basura hoy pero, si vengo mañana, lo voy encontrar en las mismas, hay mucha gente que aún no entiende”, dice Walter mientras intenta sujetar un zapato olvidado, encallado entre dos rocas. 

 Y a medida que las fronteras de la ciudad comenzaron a romper sus costuras, fue creciendo también el número de personas que frecuentaban el río. Hoy, en promedio, esa cifra se acerca a las 40 mil un domingo. Pero en una fecha como el 1 de enero, donde pareciera que media ciudad busca las aguas frescas del Pance, suman alrededor de 70 mil.

Cuando pasa el delirio de tanta gente que ha ido hasta allá para saludar un nuevo año, Walter se enfrenta  a  días enteros ‘nadando contra’ la falta de cultura de los caleños: “normalmente me dedico a  limpiar el Pance los lunes, o los martes si ha sido un puente festivo. Pero después de un 1 de enero, me toma hasta dos días esa misma labor. La basura que queda llega a ser el doble”, cuenta este guardián del río Pance.  

No está solo. Esta mañana de miércoles, un chico negro de risa encendida, Jefry Carabalí, secunda a Walter en su labor. Un lunes, cuenta el muchacho, a la tarea se une su primo Carlos, que como él creció en El Peón, un asentamiento de población afrodescediente cercano a La Vorágine.

 Walter los conoce desde niños. Y sabe que no estudian. Y que no trabajan. Hoy asegura que, de no ser por esta oportunidad temporal de empleo que les brinda, los ‘pelaos’ estarían “en malos pasos, haciendo travesuras. Entonces mejor que ocupen el tiempo libre trabajando por la comunidad”. 

Los tres, cada uno con una bolsa negra entre las manos, recorren los 2,7 kilómetros que comprende el paso del Pance a la altura de La Vorágine. Comienzan a las 7 de la mañana y la jornada se prolonga hasta las cinco de la tarde. Y después de eso el río hasta parece correr más brioso, de puro contento. Pero Walter y sus muchachos saben bien que basta solo con que nazca un nuevo día para que la basura aparezca de nuevo en cada rincón.

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Los módulos de basura, enseña Walter con su índice derecho, suman ya 37. Están regados por toda la carretera que sube hasta la vereda. Algunos tienen dos canecas y otros más tres. 

Fueron apareciendo con el dinero que deja la venta de los productos que reciclan. Porque resulta que después de la larga jornada de limpieza, la tarea que emprenden a continuación es la de separar la basura (lo orgánico de lo reciclable) y aguardar a que se seque.  

Con ese mismo dinero es que  costean las 40 bolsas de basura que cada semana se necesitan para salvar al río. Y con ese dinero se logra también que Jefry y Carlos Carabalí no lleguen a sus casas con los bolsillos vacíos. 

La idea, explican cada domingo Walter y sus ‘colegas’ a los turistas que van encontrando en las orillas del río, es que a las canecas dispersas por la carretera vayan  a parar los residuos que quedan tras el paseo. Algunos sonríen con complicidad. Pero  muchos otros —lo ha visto repetirse Walter decenas de veces— dejan su suciedad justo en el mismo punto donde, pocas horas antes, estuvo él invitándolos a dejar el Pance libre de basura. 

  “Yo he llegado a la conclusión de que lo que uno ve aquí es la prolongación de lo que pasa en la zona urbana. Si la gente en sus barrios se acostumbró a vivir con sus calles y sus caños llenos de basura, pues acá llegan a hacer lo mismo”, reflexiona Walter que es también el Coordinador de la Mesa Ambiental de Pance.

Es como si hacer una vida en medio de la basura fuera una costumbre que no pueden ya quitarse de encima.  

La solución, contesta de pronto Walter, estaría en la aplicación del Comparendo Ambiental que, según la Ley, tiene sanciones  claras: si una persona hace una disposición inadecuada de sus residuos sólidos debería ser multada por un policía. Si lo arroja desde un carro, por un guarda de tránsito. 

“Pero acá no se ve ni lo uno ni lo otro. Otra sería la situación si a la gente comenzara a tocársele el bolsillo. Acá en Pance solo dejaron una ‘comparendera’ (libreta) y quedó en manos de la Corregidora que también tiene esas facultades; pero no la tienen los policías. Entonces no hay cómo hacer cumplir la norma y son muchos los kilómetros del río que están huérfanos, que no hay cómo limpiarlos”, dice Walter con decepción.

Su preocupación la ha compartido con los comerciantes de la zona, que suman cerca de 60. Todos ellos cuentan también con sus propias canecas y en ellas almacenan no solo la basura reciclable que generan sus locales sino la que ellos mismos le extraen a la porción de río que les pasa cerca.  

Uno de ellos es Gustavo Villegas, dueño de El Muelle de Pance. Sentado en su negocio, al que cada fin de semana llegan los clientes por decenas, piensa cómo sería el turismo en esa zona de Cali si el turismo se hiciera de manera responsable: “Pance no sería el botadero de basura de tanta gente, sino un lugar para avistar aves, para hacer deporte, incluso para crear un corredor gastronómico con comida tradicional”.

Walter lo escucha mientras se mira las mangas del pantalón y las botas cafés que lucen empapadas. Tiene que comprar más bolsas negras, se le escucha decir. Este lunes, seguro, será necesario empezar de cero.

Jornada  de limpieza Este sábado 20 de febrero, de 8:00 a.m. a 1:00 p.m., se llevará a cabo una jornada de limpieza en el río Pance a la altura de La Vorágine. Quienes quieran participar como voluntarios deben llevar bolsas de basura, guantes, tapabocas, piquetas o palos de escoba, hidratación, bloqueador y gorra.  El punto de encuentro de la jornada es la Estación de Policía de La Vorágine (antes de cruzar el puente de la zona). Informes: 317 4845538.

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