Cali
‘El cielo al revés’, el documental que narra la vida de un barrio al que Cali le dio la espalda: Sucre
Telepacífico estrenará en 2025 ‘El cielo al revés’, un documental de Jorge Enrique Rojas que narra la vida de una familia en Sucre, en el centro de Cali, aquel barrio al que la ciudad ignora.
Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas - Fotos cortesía ‘El cielo al revés’
La historia se enquistó silenciosa en la infancia del autor. Jorge Enrique Rojas se recuerda caminando por el centro de Cali de la mano de su mamá. Mientras recorrían las bulliciosas calles en busca de zapatos, ropa, algún utensilio de cocina, Kike sentía fascinación por todo lo que veía, por todo lo que oía: el color del centro, la música, sus olores.
Ese niño, sin embargo, sabía que existía un borde que nadie se atrevía a cruzar: la Carrera Diez. Lo que ocurría de esa frontera hacia adentro se desconocía. Kike sentía el miedo en la mano de su mamá cuando caminaban cerca a coger el bus, y desde la ventana observaba a transeúntes que aceleraban el paso por aquella frontera mientras apretaban sus paquetes. ¿Qué ocurre más allá de la Carrera Diez? ¿Cómo es la vida en esos barrios a los que la ciudad no mira, El Calvario, Sucre?, se preguntaba de regreso a su casa. La historia estaba implantada.
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Estoy seguro de que Kike sentirá pudor al leer estas líneas, cierta incomodidad, pero el lector debe saberlo: Jorge Enrique Rojas es uno de los más increíbles contadores de historias de Colombia. Él no lo sabe, pero por sus crónicas estuve a punto de estrellarme en varias ocasiones.
En las mañanas ponía El País en el asiento del pasajero del carro. Mientras esperaba en los semáforos, tomaba el periódico para echarle una mirada rápida. Cuando me encontraba un texto de Kike, de repente me sorprendía conduciendo con la mirada puesta en la página, atrapado por la historia. No fueron pocos los conductores que me insultaron por invadirles su carril.
Ganador del premio Simón Bolívar de Periodismo, o el Ulrich Wickert en 2014, a Kike, egresado de comunicación social en la Universidad Santiago de Cali, lo conocí en El País, donde el destino me regaló el privilegio de trabajar con él. Sus correcciones de cada texto eran un taller en plena hora de cierre sobre el arte de contar historias.
Hace unos años Kike se dedicó a perseguir la crónica que tenía enquistada desde niño y que jamás dejó de llamarlo, “como el azul profundo que atrae a los buzos”: ¿cómo es la vida más allá de la Carrera Diez en el centro de Cali, cómo es la cotidianidad en ese barrio tan popular y tradicional pero a la vez olvidado, Sucre?
Visitó tanto el barrio, y a su gente, que se hizo parte del entorno, como si fuera un habitante más así nunca durmiera allí, y con su celular comenzó a grabar. El resultado es un documental que será emitido en Telepacífico y próximamente recorrerá el mundo en festivales (se buscan los recursos para lograrlo). En el título salta la pluma de Kike: ‘El cielo al revés’.
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Kike siempre escribió crónicas, también columnas fulminantes contra los políticos corruptos, pero en El País descubrió una nueva manera de contar historias que lo emocionó hasta cambiarle la vida: el documental.
— Cuando veo armado el corto, siento algo muy distinto a lo que sentía cuando terminaba de escribir un texto más o menos redondo. Vi un montón de posibilidades narrativas. Sentí algo que no sé explicar, pero era como si se me abriera el mundo, contar de una forma más poderosa que no lo podría hacer con palabras. Tan áspero esto, me dije.
Aquel multimedia hizo que Kike trabajara al lado del director de cine Carlos Moreno (‘Perro come perro’) en el documental que Carlos realizó sobre el ‘Palomo’. Estar detrás de esa historia, ver trabajar a Carlos, a quien Kike admira, conocer cómo se arma una historia para el cine, lo confirmó todo:
— Me digo: qué vaina tan increíble. Me emociona un montón. Quiero seguir haciendo esto.
El productor de ‘El cielo al revés’ es Carlos Moreno. El editor es Andrés Porras, quien ha editado varias de las películas de Carlos. Desde Tegucigalpa, donde participa en una producción, Andrés dice:
— En la película de Kike siempre hay una mirada digna. Pese a todo lo que viven sus protagonistas por las condiciones del barrio, no se ven como víctimas, no se hacen revictimizar. La ciudad y la Administración le han dado la espalda a Sucre. Hay lugares que con el paso del tiempo y el descuido los dejan morir y por ende a la gente, o les ponen una placa de cemento y los tapan, pero en ‘El cielo al revés’ la dignificación que hace Kike con esta historia tan ruda es lo más importante, es una mirada respetuosa y siempre puesta en la dignificación de la familia a través de la cual se narra la historia. Eso me parece lo más relevante del documental y de la mirada del autor.
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Cuando en la ciudad se anuncia el Plan de Renovación Urbana Ciudad Paraíso, que transformará El Calvario y Sucre, Kike decidió que era el momento de ir a ese rincón de la ciudad prohibida y contar su historia. No es un barrio cualquiera.
Sucre nació a partir de otro de los barrios más tradicionales de Cali, el Obrero. Con el ferrocarril, el centro empezó a bullir. La gente bajándose del tren hizo que surgieran bares, hostales, talleres. En Sucre fundaron una de las joyerías más famosas de la ciudad, la Platería Ramírez.
En los años 30 allí se decretó además la única zona de tolerancia que ha sido declarada oficialmente en Cali y en parte fue eso lo que transformó la naturaleza del barrio que hoy muchos siguen llamando “olla”, pero que para sus habitantes es “sagrado”. En otra época fue la zona donde se refugiaron las personas trans, perseguidas en el resto de Cali, lo que explica mucho de Sucre: es visto como el patio de atrás.
Kike comenzó a ir domingo tras domingo. Primero conoció a Jessica, una líder social. El día que se la presentaron, Jessica le aplicaba una inyección de Naloxona a una joven que tenía una sobredosis. Jessica trabajaba para la fundación Viviendo, que ofrece apoyo a los adictos a la heroína.
Días más tarde Kike conoció a Patricia, la tía de Jessica. Le decían La Chuka. Ella le explicó en cámara las dinámicas sobre el consumo de drogas en el barrio. Kike sentía que estaba encontrando el camino, los personajes.
Al poco tiempo conoce a la mamá de Jessica. Pocos días después, la señora muere. Su familia le pide a Kike que lleve un ramo al velorio. En la velación se escucha salsa, rap, merengue, boleros, y Kike pide permiso de grabar. Como no tenía un trípode, sostenía su celular a la altura del pecho.
Era una toma fraccionada del ataúd mientras entran los amigos y la familia. Kike ve en esas imágenes que por allí pasa el barrio y su banda sonora. Al principio intuía que esos sonidos y los de los griles, las tiendas, harían parte de la película. Debió desistir: no tenía la millonada que se necesita para pagar por los derechos de las canciones.
Él sigue yendo al barrio. En el mismo lugar del velorio hay una fiesta de cumpleaños a la que lo invitan, y después un Día del Padre, y un Día del Amor y la Amistad. Ya era natural que Kike anduviera por ahí, grabando con su celular. No sintió hostilidad. En cambio, ayudaba en lo que podía.
Conoció a Mayerlin, la mamá de Luciana Parra Moreno. Luciana tenía un síndrome especial, y a Kike le cuentan que los servicios de salud domiciliarios no entraban al barrio para atender a la niña. A los médicos, como a la mayoría de los caleños, Sucre les generaba miedo. Kike enseguida escribió una historia para el periódico Q’ Hubo que tituló ‘Milagro en la olla’. La olla no por el barrio, sino por la situación de estar jodido todo. El milagro era que Luciana había nacido después de que su mamá fuera arrollada por una moto estando en embarazo.
En la crónica pidió ayuda para la niña, medicamentos, ya que los servicios médicos insistían en negarse entrar al barrio. La historia la replicó en su cuenta de Instagram. La gente ayudó unos meses. Después no. Luciana murió. Kike pensaba en lo invisible que es el barrio. En cómo Cali le da la espalda a Sucre.
— Al final todos somos un poco invisibles, pero hay maneras.
Continuó grabando. Su propósito iba mucho más allá de contar una gran historia. Anhelaba que el rodaje del documental ayudara a la gente a resolver las carencias cotidianas. Kike organizó talleres de lectura para los niños de Sucre. Los convocaba a través de afiches que él diseñaba y replicaba en grupos de WhatsApp: “Será menos oscuro cuando sepamos leer”, decía uno de los carteles.
Kike se transportaba en una Vespa verde. En una ocasión se le cayeron los papeles de la moto. Entonces diseñó un bolso que pudiera engancharse a los pasadores del pantalón. Era el bolso en el que cargaba la cámara.
Jhoanna le contó su historia en medio del dolor. Ella pedía ayuda porque a su hermano, al que le decían El Gato, habitante de calle, lo mató un carro fantasma y no tenía el dinero para el entierro. Jhoanna conservaba el ataúd en su casa.
Kike alguna vez estuvo en ese hogar como periodista de El País, las cosas de la vida. Él le preguntó qué podía hacer por ella para que no se viera en la necesidad de permanecer en el rebusque. A Jhoanna se le ocurrió construir cambuches en su casa para alquilarlos. Roberto Ortiz, hoy concejal, excandidato a la Alcaldía, donó 800 mil pesos para la obra. También le cedió a Kike una cámara con estabilizador para que continuara el documental.
Cuando comenzó la obra de los cambuches, pidió permiso para grabar, ve el tráfico de la casa, los primeros inquilinos, y Kike empieza creer que allí hay otra manera de contar a Sucre, el foco de su cámara se centra en Jhoanna y su familia.
— Empiezo a ver en Jhoanna a una mujer increíble. Yo no habría podido transitar por la vida con todas las cargas que ella tiene. Jhoanna sigue caminando iluminada por su hija o porque su condición natural es esa, seguir pese a todo. La he visto enojada, triste, en momentos de fragilidad, pero jamás derrotada. Eso a mí me encandiló, me confrontó un montón. ‘El cielo al revés’ es la crónica de un retrato familiar, que se convirtió en una lección de humanidades.
El documental es la historia de una mamá luchando por sus hijos, entre ellos Pipe, que los 13 años debió quedarse solo, al frente de una casa, en un barrio como Sucre, con sus familiares en la cárcel, con su abuela que no se podía mover. Kike entendió la rabia contenida en quien de afuera puede parecer un villano, pero en realidad es un jovencito reclamando lo que la vida le ha quitado.
— Creo que en Pipe está la respuesta que también encierra a alguna de la gente que termina en situación de calle: algo se rompió en su vida. Mucha gente está allí porque se separó de su pareja, o porque su familia le dio la espalda. Y es un poco lo que pasó con ese barrio, al que la ciudad también le dio la espalda. En Pipe vi eso. A veces somos también almas perdidas en busca de amor.