Las redes sociales, como Twitter, se convirtieron en el espacio para hacer política y crear figuras que en muchos casos son de barro.

Además, hoy son un escenario de corrupción, donde se paga por aumentar la popularidad de un gobierno, para denigrar de un adversario o generar tendencias, así sean falsas.

La práctica fue adoptada hace 20 años por el régimen chavista en Venezuela, pagándoles a quienes escribieran en las redes en su apoyo o replicando sus mensajes, con la debida etiqueta difundida por el gobierno.

La bonificación llegaba semanalmente a través del ‘bono de la patria’, una forma de extorsionar y comprar apoyos aprovechando las necesidades de subsistencia.

Ahora, y de manera sorpresiva, la dictadura anunció el final de ese negocio, alegando medidas de austeridad.

Es una práctica vergonzosa, que sin embargo no es tan rara ni es exclusiva de Venezuela.

En Colombia lo más parecido son las llamadas ‘bodeguitas’ en las que gobernantes locales y departamentales o algunas organizaciones políticas les pagan a funcionarios o a gente que reclutan para que escriban mensajes a favor de ellos, cacen peleas, distribuyan información tendenciosa, insulten o desvíen la opinión pública.

Es el envilecimiento de las redes sociales y la comercialización de la conciencia, la cual se convirtió en la forma más despreciable de hacer política en Venezuela, en Colombia y en el mundo.