El periodismo libre es una de las claves de la democracia en el mundo.

Su compromiso con la verdad, su capacidad de denuncia y su deber de darle voz a quienes participan en la política y en la dirección de los asuntos públicos necesita de la protección y el respeto a quienes lo ejercen.

Todo eso se pierde cuando la violencia se impone como instrumento para silenciar a los periodistas.

O cuando la amenaza se utiliza para tratar de obligarlos a actuar en favor de un partido y en detrimento de la diversidad que deben cumplir.

Eso sucedió la semana pasada, cuando varios de los directores de medios periodísticos o quienes cubren las noticias sobre las elecciones en Colombia fueron notificados a través de un mensaje sobre la intención de acallarlos una vez pasen las elecciones y triunfe determinado candidato.

Además de criminal, esa conducta es la peor manera de destruir la democracia y de imponer el totalitarismo que nace de tener que guardar silencio o impedir que los periodistas expresen su opinión e inviten a sus medios a quienes ellos estimen conveniente.

No es con amenazas, que muchas veces se cumplen y no reciben el castigo que merecen para evitar que se repitan, como se logrará que un candidato gane las elecciones.

Pero sí se le hace un daño enorme a la democracia cuando se amenaza al periodismo.