A machete limpio y en plena calle, así fue la batalla campal que protagonizaron hinchas del Independiente Medellín y el Atlético Nacional antes del clásico de fútbol en la capital antioqueña.

Como si con ello no bastara, la pelea se trasladó a las graderías del Estadio Atanasio Girardot donde hubo trifulcas en medio del partido, y después a la cancha donde algunos seguidores iracundos pretendieron agredir a los jugadores del Medellín por el resultado adverso.

Es otra vez la violencia en el fútbol colombiano, producto de unas pasiones exacerbadas que no se justifican y son utilizadas como excusa para generar desmanes y agravios.

Además de algunos heridos, las peleas dejaron 96 personas detenidas, 14 de ellas menores de edad.

Los protagonistas de esos hechos bochornosos mal pueden llamarse aficionados; son vándalos que aprovechan un deporte que debería concitar a la sana competencia, para cometer sus fechorías y agredir a los adversarios.

De nuevo hay que pedir a las autoridades que actúen y a los directivos y jugadores de los equipos que intervengan para impedir que las barras bravas le sigan haciendo daño a ese deporte.

O hay orden y se toman las medidas que prevengan desmanes como los ocurridos en Medellín el domingo pasado, o no podrá haber fútbol en Colombia.

Ni calles ni estadios pueden ser más los escenarios para llamar a la violencia, en nombre de un deporte que es ante todo un espacio para la diversión y la convivencia.