Mandar de vuelta estudiantes a escuelas, colegios y universidades es uno de los grandes desafíos que, como padres, tenemos por delante. Más aún cuando el Gobierno Nacional ya propuso fecha (1 de agosto) para ese retorno, previas condiciones de bioseguridad y con la alternancia entre aulas y trabajo remoto que precisó el Ministerio de Educación.
Frente a ello, los primeros sondeos se inclinan por el No. Es entendible. No sólo por las naturales medidas de protección y cuidado que tomamos sobre nuestros críos, sino porque el denominador común que invade al mundo entero es el miedo.
Pero la discusión está lejos de terminar ahí. Por varias razones: ¿Cuánto tiempo más vamos a estar bajo encierro, tanto por lo que ordenan los gobiernos como porque así lo elegimos, en procura de nuestro bienestar?, ¿qué va a pasar con la calidad de la educación propiamente dicha que ellos están recibiendo en la actualidad?
Vamos a esta segunda parte. De un día para otro nos vimos obligados a ese abrupto cambio entre el aula y el computador. Vean lo que dice el presidente de la Universidad de Yale, Peter Salovey: “La actual situación de enseñanza más que educación online debería considerarse educación remota de emergencia”.
Sumen a eso un informe de la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en el que se señala que es un 11% lo que se deja de aprender en un curso escolar habitual, fruto del cambio de ambiente.
Por eso no extraña que dentro de las razones de la deserción que se viene, aparte de las económicas, hay las que tienen que ver con eso mismo, con la calidad. Como me dijo hace unos días una madre que determinó cancelar (suspender) el pago del segundo período de este año de su hijo a una Facultad de Medicina en Cali: “¿Cuánto puede aprender él con el sistema actual, más cuando ya está en un semestre avanzado? No se trata simplemente de un título, sino de que salga hecho un buen profesional”.
Claro, mucho va a la hora de elegir entre quedarse en casa o volver a clase con toda la supuesta bioseguridad entre un estudiante universitario y un colegial. Exponerlos -eso es- puede traer serias consecuencias. Para ellos, y además para sus familias, sobre todo si en ellas hay adultos mayores o personas con enfermedades preexistentes.
Entonces, la razón parecería asistir a quienes se inclinan por el No. Por ahora, No.
Es ahí, cuando juega la otra variable: ¿Y hasta cuándo? Porque no se trata sólo del calendario escolar, sino de la necesidad de todos de volver a nuestras actividades, cuestión tan física como mental, por supuesto con el debido cuidado personal que redunda de inmediato en la salud de los demás (¿cuándo terminaremos de entenderlo?).
Pero, además, retornar significa todo, o casi, para millones de familias colombianas que no tienen cómo alimentar a sus hijos -lo que sí encuentran ellos en los planteles a los que van-, ni con quién dejarlos mientras salen a ganarse la vida.
Seguimos creyendo que la única normalidad es la que traerá consigo la vacuna. No es tan así. Hay cerca de 125 procesos candidatos a conseguirla, algunos de ellos ya en pruebas con humanos (Alemania, China, Estados Unidos y Reino Unido), pero más vale tomárselo con distancia. En 1984 se prometió que en dos años tendríamos el antídoto contra el Sida y hoy, 36 años después, no han dado con él. Y apenas 26 enfermedades (de tantas que padece la humanidad) tienen vacuna (ambos datos, CNN). La habrá, contra el Covid-19, no lo dudemos. Pero, ¿alguien serio (es decir, que no tenga intereses políticos) tiene una fecha aproximada?
Quizás no sea en agosto cuando tomemos decisiones sobre el retorno de los estudiantes a las aulas, pero ocurrirá más temprano que tarde. Mejor si nos vamos, y los vamos, preparando.
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