Hemos elegido. Quienes votaron y quienes no lo hicieron. Hay una realidad en la que entramos a partir de hoy. Escribo esto un par de días antes de las elecciones. Igual, lo diría hoy, horas después de conocerse el ganador.
A él, quien haya sido elegido, le deseo lo mejor. Uso aquí la figura que siempre invocamos: si a él le va bien en su ejercicio presidencial, a todos nos irá mejor. Aunque desde que tengo uso de razón ha sucedido todo lo contrario: a ellos les va muy bien. A nosotros, muy mal.
A ver si la tendencia cambia esta vez. Para que eso suceda, la responsabilidad también es nuestra, muy nuestra. Creo que este país sería otro si, como pasa ahora en elecciones, el interés por lo público se hiciera más cotidiano. Urge más participación y más fiscalización de parte nuestra. Es fundamental si queremos tener más justicia y equidad.
Para ello es imprescindible más debate. Porque nada mejor que conocer las diferencias para dar con lo que tanto nos cuesta, los acuerdos.
Es entonces con una sociedad civil activa en todos los sentidos como vamos a seguirle la pista a quien nos gobierna y a la forma cómo lo está haciendo.
Lo digo porque durante la recta final de la campaña nos entró, y con razones muy válidas, el miedo al autoritarismo, cualquiera fuese el triunfador. Ahora que esto ya se definió, debe saber, señor presidente electo, que estamos dispuestos a defender esta democracia y a cuidar de ella. Y que parte fundamental de esa democracia es la independencia de los poderes públicos.
Y, además y por encima de todo, que usted debe absoluto respeto a la Constitución. Usted está por debajo de ella, no intente jamás estar por encima. Ni se le ocurra. No lo vamos a permitir.
Esa es nuestra tarea diaria como pueblo, velar para que se cumplan esos deberes. Y, claro está, cumplir con los nuestros y hacer el mejor uso de nuestros derechos.
Pero también hay que recordar que el éxito de cualquier administración, y más si lo es la de Estado, pasa por la concertación. Concertar es escuchar y argumentar. Y concertar, en la función pública como tal, solo tiene un objetivo: el bienestar de las mayorías y el más profundo cuidado de las minorías.
Entonces, hay dos caminos. Uno, que lleva a una Colombia de todos y para todos desde el gobierno. E, igual, desde la oposición. Sin renunciar a principios y sin hacer de la mermelada el botín que calla y tuerce.
La otra ruta es la de atravesarse, cual vaca muerta en el camino, para frenar toda iniciativa ajena. Quizás algún día entendamos cuánto nos hemos equivocado al creer que lo importante no es que se salve nuestra cosecha, sino que se dañe la del vecino.
Si nos mantenemos en la mezquindad de buscar en el desprestigio del contradictor un probable éxito cuatro años adelante, vamos a seguir por el camino más corto que lleva a la ruina.
Colombia no aguanta otra política de administración como la actual en la que se despreció la opinión y participación de quienes no comulgaron con el gobierno. Tampoco estamos para hacer de lo cerril, del no me muevo un centímetro, la garantía de seguir como vamos, muy mal. Peor todavía en este, uno de los momentos más inciertos del mundo contemporáneo.
Un mejor presente y futuro para todos. Eso es lo que le toca a usted y a los suyos, señor presidente, a partir del 7 de agosto. Y a nosotros, los de a pie: ojos abiertos y oídos despiertos. Con una prensa siempre vigilante y responsable, sin mordazas.
¿Estamos claros?
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