Hay que reconocer que la gira internacional del perdón que ha emprendido Mark Zuckerberg tiene algún mérito. Poner la cara no es un asunto común en estos tiempos. Por el contrario: tras de ladrones, bufones, parece ser la máxima. Ver entonces al poderoso Mark, muy de corbata, tratando de dar respuestas a tantas preguntas sobre cómo se le fugaron los datos en Facebook de 87 millones de usuarios, presuntamente a sus espaldas, bien vale una pausa en el vértigo actual de la humanidad.

Ya Zuckerberg pasó al tablero en Washington ante el Congreso. Luego se libró de someterse al escarnio público ante el nada fácil parlamento británico, que chilla y manotea. A quien en cambio le tocó aguantarse las preguntas y los reclamos fue a su jefe de tecnología Mike Schroepfer. Y hace unos días, el niño genio se asomó a Bruselas para que lo escucharan en la Eurocámara, donde si bien los leones son más chicos, las consecuencias del escándalo dejan ya un severo control al negocio.

Y esta sí es la noticia: la entrada en vigencia en Europa -simultánea con la visita de Zuckerberg- del Reglamento General de Protección de Datos (Rgpd), un parapeto, hasta donde se puede, a los abusos que se cometen con aquello que usted, de buena fe, pone en el ciberespacio.

La pregunta que uno se hace al mirar los puntos básicos de esa nueva regulación es por qué hubo que esperar tanto tiempo para proceder. O al menos, para sospechar a dónde iban, por ejemplo, los tiros en Facebook. O, eventualmente, quién se podía aprovechar de ellos, como en efecto sucedió, tal cual se ha dicho una y otra vez en este espacio.

Algunas medidas del reglamento ya las estamos aplicando en Colombia, pero creo que falta una mayor pedagogía. Entre muchas razones, para entender que solo nosotros, los usuarios, somos dueños de los datos que facilitamos y que quien haga uso de ellos debe contar con una autorización que no se pueda esconder en letra menuda como lo hacen esas liebres que suelen saltarnos (¿o asaltarnos?) en el camino.

Como también es necesario que se sepa que el silencio no deja la puerta abierta para que lo privado se haga público. Y también, en eso el Rgpd es muy puntual, el cuidado que debe haber con todas las probables formas de visibilidad de los menores de edad. Al igual que hace respetar el derecho que todos tenemos a desaparecer de links en los que no queremos estar, claro está, con las excepciones establecidas por la ley.

Pero si en algo toma la delantera el Rgpd es en golpear en el bolsillo a las empresas que manejan estas bases de datos. Más en el caso de que incumplan ese y otros puntos de la nueva normatividad (que también incluye severas penalidades por no avisarnos, antes de 72 horas, que los datos que les facilitamos les fueron pirateados). Para hacerse a una idea: si lo del robo de Cambridge Analytica se hubiera dado bajo el marco del Rgpd, el chiste le hubiese costado a Facebook la bicoca de unos cuatro billones y medio de pesos de los nuestros.

Por supuesto que lo ideal sería que el espíritu del Rgpd nos cobijara a todos. En ese sentido, ya hay quienes claman por un acuerdo internacional. Es más, algunas multinacionales de la tecnología se han manifestado partidarias de que así sea.

Sería un paso adelante en la construcción de una mínima seguridad. Mínima, digo, porque admitámoslo, aquí no hay límites. O como dijo hace unas semanas, antes de fallecer en Bogotá, Eric, el hijo de Marshall Mcluhan: la intimidad ha desaparecido para siempre.

Aunque sería bueno que el propio Zuckerberg viniera a explicarlo en Colombia. Lo que, como todos sabemos, no está, ni estará, en sus planes. No somos parte de ese club. Y eso que nos hemos vuelto tan importantes como para ser ahora parte de la Otan y de la Ocde. Cosas de la vida.

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