En El Salvador, Nayib Bukele quiere alcanzar la reelección inmediata, prohibida por la Constitución.

Corrección: Nayib Bukele está dispuesto a pisotear la Constitución de El Salvador para hacerse reelegir.

Lo va a lograr. Si algo tienen claro ellos, los reeleccionistas que tuercen el cuello a las cartas magnas en beneficio propio, es que arrasarán en las urnas.

Además, a las malas. Haciendo uso de los recursos del Estado para convertirlos en dinero que se destina a comprar conciencias y perseguir a la oposición. Aparte de afinar su pieza más conocida, el fraude.

Aunque para efectos de la corrección política y otras mentiras, se disfrazan de legalistas. Al final de ese raponazo a la democracia, cae la máscara. Solo que muy tarde porque el mal ya está hecho.

Entonces, el plan aquel que urdieron para eternizarse en el poder se convierte en anécdota mientras ellos siguen ahí, al abrigo de sus obsesiones palaciegas. Sin ningún afán de irse. Ni de morirse, lo cual resulta un poco más difícil de alcanzar.

Sí, como se ve, hay a quienes, me incluyo, no nos gusta nada la reelección como resultado del ventajismo que da estar al frente del timón. Gente así huele a rancio y a dictadura.

Dirán algunos, una cosa son las dictaduras y otras estas refinadas formas de dar golpes de Estado sin que lo parezcan.

Que, entre otras, así es que ahora procede Bukele.

En septiembre de 2021, la sala constitucional de la Corte Suprema de ese país ordenó al Tribunal Supremo Electoral (TSE) “permitir” que el actual presidente participará en las elecciones consecutivas al actual mandato.

Todo ello a consecuencia de la absurda "interpretación" de un artículo de la Constitución que precisamente la prohíbe. Mejor dicho, el articulito que antes han sacado de la chistera otros embaucadores como él.

Dictaduras eran esas del siglo pasado, insistirán los defensores que le han salido en estos días al tirano salvadoreño en ciernes. Las de Somoza, Stroessner, Videla, Pinochet, Bordaberry y compañía (sí, Castro también). Sujetos peligrosos a los que aún se les reza en altares y se les mantienen veladoras encendidas. Tiranos que llegaban dizque a instaurar el orden a punta de ejecuciones sumarias y demás crímenes.
Esos con los que sembraban terror, dentro y fuera de las mazmorras.

En algún momento eso pareció quedar atrás. Vinieron las caídas, o las partidas de tipos así. Un aire de frescor nos invadió. América Latina pareció entrar en la auténtica modernidad que significa el respeto por las instituciones.
Pero el diablo, aparte de ser puerco, no duerme. Y, además, se las ingenia. Así, por esa vía, llegó esta nueva fórmula tan efectiva de hacerse a todo sin pegar un tiro.

Bueno, esa es una indulgencia en todo el sentido de la expresión. Tiros pegan Daniel Ortega y Nicolás Maduro, por poner ejemplos. Digamos que lo hacen a la sombra, en la equivocada pretensión de pasar de agache.

Otros, en cambio, encubren sus responsabilidades mirando para otro lado o exigiendo pruebas cuando se les señala. Se atreven hacerlo porque saben que no hay justicia para ellos. Por la sencilla razón de que ellos son la justicia, de la que se apropiaron. Y son el Parlamento. Y son el día y la noche. Sobre todo, la noche, como Bukele.

Por eso este hombre no sorprende. Eso era él hace mucho, desde su candidatura: un emperadorcito con ínfulas de salir del diminutivo. Por eso mismo habrá que esperar cosas peores salidas de su mesianismo y de todo lo que acompaña esa condición que terminan siendo estos nuevos dictadores, dioses de cartón.

El Salvador pasó décadas atrás por las bayonetas como único argumento de gobiernos de facto. Ahora entra en esta nueva etapa donde se ofrece todo a cambio del nulo respeto por el estado de derecho. Casi nada.