Cada semana en Colombia hay una excusa para que el radicalismo y la violencia verbal se apoderen del debate nacional, mientras lo realmente importante pasa desapercibido.

La división nacional del fin de semana que terminó corrió por cuenta del libro nuevo de Juan Manuel Santos y de la pancarta de una senadora que con la excusa de dividir a la JEP entre víctimas y victimarios, se convirtió en una triste apología al rencor, la venganza y el odio. Eso que tanto sobra en Colombia.

Santos lanza libro hoy defendiendo su legado, su proceso de paz y evocando su Nobel que, guste o no, lo ubica en un podio privilegiado del poder y la autoridad global. A Colombia la miran desde afuera con asombro por estar dividido tras un proceso de paz. Es decir: afuera sorprende ese rifirrafe interno.

El mundo está hecho por políticos con determinación que le apostaron a cambios y se jugaron sus vidas y reputaciones por seguir convicciones de reconciliación y armonía y así en Colombia las peleas abunden, el proceso de paz afuera es aplaudido y sus defensores y gestores son admirados.

De igual manera la JEP se ha convertido en el caballo de batalla de un segmento de la política nacional que con la excusa de los guerrilleros en el Congreso, están minando un tribunal diseñado para que se conozcan las verdades del conflicto en Colombia: las de los militares de los falsos positivos y las de los guerrilleros por igual. Por la JEP pasan víctimas y victimarios con el objetivo de contar lo que hicieron y por qué lo hicieron, quién les pagó, por qué, cuándo, cómo y dónde. Todo eso que los líderes paramilitares se llevaron a las gélidas cárceles estadounidenses donde siguen pagándole a la justicia, y ¿a la verdad?

“La verdad asusta”, me dijo la presidenta de la JEP, Patricia Linares, en Noticias Caracol cuando le pregunté si a alguien le interesa desprestigiar la JEP para tapar verdades. Con el afán o no de ocultar verdades e impidiendo el trabajo del tribunal diseñado en el marco de la negociación histórica entre el Estado y las Farc, el país sigue por la senda de la división entre la paz y la guerra, el conflicto y el terrorismo y, lo peor, el pasado y el futuro. Como si a alguien le conviniera ese discurso guerrerista que destila odio e impide mirar y revisar lo verdaderamente importante.

Mientras revisamos las objeciones a una ley que estaba discutida y aprobada por la Corte Constitucional, en el Chocó la muerte arrecia, el Amazonas lo están acabando para meter ganado y cultivos y los guerrilleros reinsertados -muchos de los cuales ya tienen bebés y otras vidas- esperan a ver qué pasa para decidir si le hacen caso a unos espantosos que los invitan a volver a la guerra.

Estamos perdiendo el foco. Colombia tiene que hablar de construcción, de cuidar el medio ambiente, de frenar miserias y matanzas de líderes sociales, de cómo proyectar un país hacia los desafíos del futuro, de cuidar el agua y lo construido en el proceso de paz. Lo demás es el pasado. Y al pasado se le mira solo para tener la certeza de jamás volver.