Quizás el presidente Santos se hizo la reflexión que aparece como título de esta nota apenas dijo que iba a poner a los ricos a chillar, e inmediatamente comenzó a echar reversa por temor de haber afectado “la confianza inversionista”: El Tiempo del día siguiente aclaró que los ricos que van a chillar son los que no pagan impuestos, no los que religiosamente los pagan, y después se anunció que para estos últimos habría incentivos y recompensas. Un empresario me dijo ese día que al paso que iba el gobierno en su recogida de velas, “los ricos van a terminar chillando, pero de alegría”.Lo que el episodio revela es que Santos no se ha ubicado políticamente donde quiere y está buscando un sitio propio por ensayo y error lo cual puede dar lugar a situaciones chistosas como la que se discute. Esa búsqueda pública de nicho comenzó desde el día de su posesión. En la fiesta inaugural, entre chorros de agua, luces de colores y bailarinas anunció que iba a ser un presidente de los pobres; y en esa misma semana se dieron a conocer medidas que sorprendieron a todos y muchos, en los dos bandos, lamentaron haber apoyado al candidato equivocado. En ese momento comenzó la luna de miel que ahora principia a mostrar señales de agotamiento y es necesario un reposicionamiento de la imagen del Presidente. El expresidente Uribe y sus leales escuderos le están haciendo parte del trabajo. Se quejan por Twitter y en las columnas de El Tiempo de que se ha ido por un camino diferente al que ellos hubieran querido que tomara y gobierna sin tener en cuenta ni obedecer a Uribe. Esto le ha convenido a Santos, excepto en lo que se refiere a la seguridad ya que hay una percepción de que la seguridad se ha venido deteriorando porque el Presidente no está personalmente encima de la Fuerza Pública exigiéndole resultados y porque ha desatendido a los gremios y a grupos privados que colaboraban en la estrategia de “seguridad democrática” imponiendo en sus territorios su propia versión particular de dicha seguridad.Los fabricantes de imagen de Palacio y los tejedores de la historia oficial no pierden de vista eso, pero la preocupación de Santos y de su equipo de asesores en las últimas semanas ha sido dónde ubicar al presidente en el espectro político. Cuando dice que no le preocupa que lo vean como traidor a su clase, Santos no quiere decir que va a ingresar al Polo, sino que haber disfrutado desde chiquito del poder y del privilegio familiar, como los Roosevelt o Alfonso López Pumarejo, no le impide trabajar para establecer las bases de una sociedad más justa. Se ha puesto del lado de los sindicatos, de los campesinos, de los desplazados, y quiere contar con el pueblo (mayorías en el campo y en los estratos 1 y 2 de las ciudades). Con ese talante liberal, al mismo tiempo que suscita recelo entre los ricos, no logra que lo adopten los pobres. Lo ven como alguien distante pese a sus esfuerzos y buenas intenciones. No ha podido establecer con ellos una relación afectiva, como aparentemente lo hizo su antecesor, a quien por eso mismo le creían sin beneficio de inventario y estaban dispuestos hasta a perdonarle sus excesos. A Santos, por el contrario le exigen y lo recriminan por no entregar lo que ha ofrecido, aunque evidentemente esté trabajando para hacerlo. Sin ser el caso igual, en Chile le sucede algo parecido pero más grave a Piñera (ver Eugenio Tironi, ¿Por qué no me Quieren?, Uqbar Editores).