El pasado 17 Obama anunció un acuerdo con Raúl Castro para la reapertura de relaciones diplomáticas entre los dos países y el canje de un cooperante norteamericano, detenido arbitrariamente en La Habana, por tres espías cubanos condenados en los Estados Unidos. De paso pidió el fin de las restricciones comerciales a Cuba.El momento explica en buen parte el acuerdo. Por un lado, los Castro son un par de octogenarios que ven cómo su proyecto colapsó económicamente y que se encontraban definitivamente asfixiados por la caída del precio del petróleo. Cuba recibe entre 110 y 115 mil barriles diarios de Venezuela y vende una parte sustantiva, para unos ingresos de 3,5 mil millones de dólares que ya no tendrá. Tampoco hay posibilidad alguna de que Rusia, su soporte hasta la caída del muro de Berlín, los apoye. Aún si Putin quisiera estar interesado en subsidiar de nuevo a Cuba, también la economía rusa tendrá un par de años muy malos. Así que los dólares norteamericanos, que ya le dan un alivio enorme con los 2 mil millones anuales en remesas que hoy llegan a Cuba, son la única esperanza de un país en ruinas.No deja de ser curioso entonces que sea precisamente en este momento en el cual Obama extiende un salvavidas a los Castro. Y lo hace a cambio de nada o, si se quiere, solo a cambio de la liberación del citado cooperante.Pero ocurre que, por otro lado, Obama, que llevó a los demócratas a la peor derrota en más de 50 años en las recientes elecciones y que es sumamente impopular, parece decidido a huir hacia delante, a no quedar paralizado por la nueva mayoría republicana y a dejar un legado histórico ‘progresista’ aún en contra de la opinión mayoritaria expresada en las urnas. Debe advertirse que, sin embargo, en este caso su decisión pareciera tener una mayoría de respaldo popular.La expectativa de quienes apoyan el acuerdo es que el cambio de la política norteamericana impulsará la apertura política y el futuro regreso de la democracia. Los detractores sostienen que el giro solo permitirá que el régimen cubano sobreviva y se fortalezca y, en el mejor de los escenarios, se torne en un sistema como el chino, con capitalismo de Estado, partido único, sin democracia y con severas restricciones de derechos y libertades.En términos pragmáticos, las medidas de Estados Unidos contra Cuba no habían conseguido el cambio del régimen. Tales medidas, no sobra advertirlo, nunca constituyeron un bloqueo y fueron siempre porosas. De hecho, hoy por hoy los Estados Unidos son el quinto socio comercial de Cuba y le venden alimentos por más de setecientos millones de dólares. Y, como dije, las remesas enviadas a La Habana son la segunda fuente de ingreso después del petróleo venezolano. En cualquier caso, esas medidas se habían constituido en la excusa para que los Castro posaran de víctimas y justificaran la miseria de la isla y la tiranía. Al menos ese discurso no existirá más.Pero las palabras de Raúl Castro sobre el acuerdo no dan pie a la esperanza. No hubo en ellas ni un asomo de apertura política o de un cambio en la política de restricción de los derechos humanos. El riesgo, por tanto, es que el régimen, que parecía a punto de colapsar, sobreviva. Y que otros en el Continente reafirmen, como vienen haciéndolo, que desmontar la democracia no tiene costo internacional alguno.***Para todos mis lectores, entre ellos críticos y detractores, mis deseos sinceros para que tengan una muy feliz Navidad junto con sus familias