“Se agotó el tiempo. Estos puntos deben estar resueltos antes del [23 de marzo]. De no ser así, los colombianos entenderemos que las Farc no estaban preparadas para la paz”, dijo el Presidente un día después del escándalo por el proselitismo armado de la guerrilla en Conejo, Guajira. Agregó que devolvería a La Habana a los miembros de las Farc cogidos in fraganti. Llegó la fecha y el ultimátum de Santos no se cumplió. No se paró de la mesa. No devolvió a Cuba a los guerrilleros. Les permitió continuar con su ‘pedagogía’ aunque esta vez, por si las moscas, sin presencia de los medios de comunicación. Peor, premió a la guerrilla con un viaje de su hermano Enrique a La Habana y con, nada más ni nada menos, una entrevista con John Kerry, secretario de Estado de los EE.UU. Pero el problema no es el incumplimiento del plazo. Todos lo esperábamos. Es lo se constata del manejo del episodio:a) La palabra presidencial está desvalorizada. No genera confianza entre la población y no produce ni respeto ni miedo entre la guerrilla. Santos acostumbra desdecirse y recular, una y otra vez. Como no cumple lo que dice y como sus advertencias no tienen consecuencias, muchos le consideran mentiroso y en todo caso nadie le cree. Las ‘líneas rojas’ del proceso se han traspasado múltiples veces. Tantas que ya nadie sabe cuáles son. Es el extremo de su principio moral de actuación: “Solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”.b) Santos erosiona la credibilidad y la capacidad de negociación de su equipo. El Presidente se salta a sus negociadores cuando estos defienden con firmeza sus posiciones y las Farc se endurecen. Esta vez envió a su Enrique, como antes lo había hecho al menos un par de veces. Y en materia de justicia designó a Cepeda y Henao. Si se cierran a la banda, las Farc tienen la garantía de que Santos no solo no respaldará a su equipo sino que designará un tercero que transija.c) El Presidente no castiga a las Farc por sus errores: los premia. En este caso doblemente: con la visita de Enrique y con la de Kerry. d) Santos concede en exceso y antes de tiempo. Por cuenta de eso se ha quedado sin mecanismos de presión: si primero suspendió los bombardeos y después toda acción militar contra las Farc, más adelante paró las fumigaciones. Después suspendió las extradiciones y pidió que se excluyera a la guerrilla de la lista de organizaciones terroristas. La lista sigue. Ahora es la entrevista con Kerry. No existe más el ‘coco’ de los Estados Unidos. Entre una cosa y otra, ya no tiene con qué presionar a la guerrilla. e) El Presidente se amarró a la mesa y las Farc lo saben. Está hipotecado. Toda su apuesta política está en La Habana. El resto de su gestión, con pocas excepciones puntuales, se mueve entre la mediocridad y el desastre. Y sus índices de reprobación en las encuestas solo lo deterioran más. Santos cree, con razón, que solo tendrá algo de reconocimiento público si firma la ‘paz’ con las Farc. La guerrilla, zorra astuta, lo entiende y lo explota. Sabe perfectamente que Santos nunca se parará, sin importar qué pase. Eso hace al Presidente absolutamente débil en la mesa e incapaz de presionar con credibilidad.Coincidimos en que es mejor un buen acuerdo que firmar a la carrera cualquier cosa. Pero el proceso va a cumplir seis años. Y se puede prolongar indefinidamente. Excepto que, claro, de nuevo Santos vuelva a ceder.