La exitosa política de seguridad de Uribe tenía cuatro pilares: a) la voluntad política de derrotar a los grupos armados ilegales, b) la cooperación ciudadana con las autoridades, c) la sofisticación de la inteligencia y d) el aumento de la capacidad aérea, tanto para bombardeos como para las operaciones helicotransportadas. Estas columnas han venido erosionándose sistemáticamente desde que Santos se embarcó en las conversaciones con las Farc.

Lo primero que se vino abajo fue el férreo deseo de derrotar a las guerrillas. Santos prefirió pactar con ellas en lugar de someterlas y, después, cuando se le venía encima el tiempo del premio Nobel, hacerlo a cualquier costo. Sin esa voluntad política de ganar, las FF.AA. quedaron sin norte. Y con la JEP y la Comisión de la Verdad, diseñadas para someterlas y humillarlas, sin moral de combate.

Más adelante se desmotaron los mecanismos de cooperación ciudadana. Hoy la gente no solo no tiene incentivos para ayudarle a las FF.MM. y la Policía Nacional sino que, al minarles su imagen con la repetición constante de acusaciones en contra de militares y policías, encuentra razones para distanciarse de ellas.

Y rápidamente se frenaron los bombardeos. En julio de 2015, Santos ordenó suspender todas las operaciones aéreas contra las Farc. Después, recortó presupuesto y horas de vuelo. Y más recientemente, con los ataques por la operación en Caquetá donde murieron adolescentes de las Farc, apareció el miedo a ser objeto de nuevos cuestionamientos. Ocho meses tuvieron que pasar para que esta semana se usara ese poder aéreo contra el Eln.

Por último, el aparato de inteligencia de las Fuerzas Militares ha sido sometido a un ataque sistemático en el que siempre está presente la revista Semana, bajo la dirección de Alejandro Santos. Basta recordar el montaje del caso Hacker, sin el cual su tío no habría sido reelecto. Entre una cosa y otra, han despedido generales, oficiales y suboficiales de inteligencia y contrainteligencia. No sé si algunos miembros del sistema de inteligencia han cometido abusos e, incluso, actos ilegales. No conozco sentencias judiciales que lo comprueben. Si eran culpables, merecido lo tienen. Pero su desvinculación a la carrera, para tratar de apaciguar a periodistas y a radicales de izquierda, es injusta, viola su derecho a la defensa, vulnera su buen nombre y trunca su carrera militar.
Así no deben ser tratados los soldados y policías de Colombia.

Además, no sirve para tranquilizar a las hienas. Esta andanada contra la inteligencia tiene un doble propósito: la venganza contra las unidades responsables de los principales golpes a la guerrilla y la intención de dejar ciega y sorda a las FF.MM. Si de paso se puede dañar al partido de Gobierno, tanto mejor.

Sin inteligencia, y sin contrainteligencia, las Fuerzas no son más que un montonera de hombres armados. Ojalá el Gobierno lo entienda.

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