¿Qué está pasando en esta sociedad en la que cada rato la sal se corrompe?Debe generarnos una profunda reflexión la solicitud que va a hacer Estados Unidos para que se extradite el general Mauricio Santoyo, antiguo jefe de seguridad de la Presidencia, quien había sido comandante del Gaula de Medellín y del cuerpo élite antiterrorista de la Policía. Según la Justicia norteamericana, él debe responder por cargos de narcotráfico, en una operación que involucra a paramilitares y a la oficina de Envigado, y por haber cobrado cerca de cinco millones de dólares a cambio de darles a los delincuentes información clave para secuestrar, extorsionar y asesinar a personas.Lo más fácil sería decir ahora que la culpa de esa vergonzosa situación la tiene el expresidente Álvaro Uribe, por no haberse percatado de que su seguridad estaba en manos de semejante personaje, y por haber premiado a Santoyo enviándolo de agregado policial a Italia al final de su gobierno. O que recae sobre Martha Lucía Ramírez, ministra de Defensa de la época, por haber permitido que el director de la Policía de entonces, general Ernesto Gilibert, hubiera puesto a responder por esa responsabilidad al entonces coronel Santoyo. O que los culpables son los siguientes directores de la Policía, generales Teodoro Campo y Óscar Naranjo, o el penúltimo ministro de Defensa de Uribe, hoy presidente de la República, Juan Manuel Santos, quien, junto con Naranjo, recomendaron en el 2007 el ascenso de Santoyo a General. O que los culpables son todos ellos… ¿Pero qué tal que los responsables fuéramos todos nosotros?Es que en esta sociedad nuestra hay una grave crisis de valores. El presunto culpable de corrupción no es sólo Santoyo. En la Policía, la corrupción abunda: no es sino hablar con habitantes de barrios populares en distintas ciudades del país (he escuchado historias similares en Bogotá, Medellín y Santa Marta) y se entera uno de cómo los delincuentes se pasean haciendo sus fechorías como Pedro por su casa, mientras que los policías se hacen los de la vista gorda. ¡Y en la contratación y en las obras públicas, ni se diga! ¡Son una vergüenza los chanchullos de los Nule; y el llamado Carrusel de la Contratación en Bogotá, en la alcaldía de Samuel Moreno, que dio al traste con la imagen de honestidad que tenía la izquierda; y las carreteras por las que se pagan millonadas, se construyen al mínimo costo y se desbaratan al poco tiempo! ¡Todo eso para no hablar del robo a la salud, de la corrupción de la Justicia, y del atraco a los departamentos y municipios a los que les han entrado billones en regalías, pero ni siquiera han sido capaces de construir acueductos y alcantarillados apropiados!Todo eso es, ni más ni menos, que resultado de esa atroz concepción de que lo que vale en la vida es tener dinero, sin que importe cómo se obtiene ni de dónde proviene… Entonces, así, desembocamos en la moral del “todo vale”.¡Y por supuesto que hay que establecer filtros y controles idóneos de selección de personal en las entidades públicas! ¡Y claro que debe haber juicios y castigos ejemplares para los corruptos! Pero, ante todo, debemos volver a que, desde la cuna, los niños se acostumbren a oír que hay valores sagrados como el honor, la dignidad, la lealtad, la honestidad y el respeto a los derechos de los otros.En ese momento, casos como el del General Santoyo, si se comprobara su culpabilidad, serían una verdadera excepción.