Mañana se firma la paz luego de cincuenta y dos años de guerra con las Farc y se desata, así, cerca del setenta por ciento del nudo ciego de la violencia en Colombia, una violencia que trajeron los españoles con la Conquista y que, después de la Guerra de Independencia, generó en el siglo XIX ocho guerras civiles que desembocaron en la Guerra de los Mil Días; que tuvo una pausa de 44 años, más o menos teñida de violencia, creció a partir de 1947, estalló el 9 de Abril de 1948 con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, invadió los campos de muerte, tuvo otro receso a raíz del plebiscito de 1957 que creó el Frente Nacional y, siete años después, renació transformada con la fundación de las Farc.Mañana, pues, debería ser un día de alborozo para Colombia, como lo es para la comunidad internacional, que no cesa de felicitar al país por su logro. Sin embargo en esta, nuestra nación ensangrentada, que entre una violencia y otra, bien puede completar los ochocientos mil muertos y los ocho millones de víctimas, las encuestas han mostrado que han aumentado un poco los partidarios de no aprobar los acuerdos que ponen fin a la guerra, es decir, que ha empezado a cundir la desconfianza sobre si sí somos capaces de construir un futuro en paz.¿O será que es, precisamente, la perspectiva de vivir sin matarnos la que nos asusta y, por eso, no la queremos experimentar? ¿Será que nuestra adicción a la violencia ha llegado a tal extremo que nos aterra desprendernos de ella? ¿Será que nuestra fractura como seres humanos ha alcanzado tal punto que, para nosotros, la vida de los otros, distintos de los miembros de nuestro más reducido entorno, no vale nada? ¿Será que no nos importa, porque no nos toca directamente, que en las zonas de guerra maten a diez, a veinte o a mil? ¿Será que de creernos tan buenos ya estamos convirtiéndonos en monstruos?Ojalá que no. Ojalá que todavía nuestro corazón sea capaz de sobreponerse y de ordenarnos hacer hasta el último esfuerzo para que no vaya a haber más huérfanos, ni más viudas, ni más madres que pierdan hijos por esta guerra; ni más mutilados, ni más secuestrados, ni más heridos, ni más incapacitados, ni más desaparecidos, ni más mujeres violadas, ni más pueblos masacrados. Ojalá todavía quede algo de bondad en nuestro corazón anestesiado por la violencia, algo que resucite y, como Lázaro, sea capaz de levantarse y andar para mover multitudes que respondan con un rotundo Sí en el plebiscito del domingo, y ¡Paren ya esta guerra!No podemos dormirnos. Debemos salir todos muy temprano a votar Sí. Y llevar a vecinos, amigos y conocidos a hacer lo mismo. Debemos ser conscientes de que es imposible, como quieren hacérnoslo creer, que si gana el No, se renegocie con las Farc y se consiga una paz distinta. Y es imposible porque este gobierno no tendría capacidad política para hacerlo, desaparecerían los actuales garantes internacionales, de inmediato los jefes de las Farc tendrían que clandestinizarse y regresar a sus frentes, se reanudaría su financiación por medios ilegales, los mandos guerrilleros que han buscado la paz serían sustituidos por los que le han puesto reparos a ella, y el Ejército tendría que combatirlos. Entonces volvería a incendiarse el país de violencia. Y la comunidad internacional se llevaría las manos a la cabeza y le pediría a su gente: ¡por favor, no pisen esa tierra! ¡Y razón tendrían!Por eso, lectores, dejemos que el domingo nazca la paz. No la matemos, ¿si?www.patricialarasalive.com