Venimos de dos semanas agitadas por cuenta de las revelaciones de The New York Times, que encendió las alarmas por el posible retorno a unas políticas que han probado ser nefastas: presión indebida e incentivos a las tropas por resultados militares que incluyan bajas humanas, acompañadas de un menor porcentaje de certeza exigida a la hora de ejecutar una incursión eventualmente letal, con el correspondiente riesgo de que civiles inocentes puedan ser presentados falsamente como ‘positivos’.

De esos ya tuvimos 10.000 casos en Colombia. 10.000 madres cuyos hijos jamás regresaron, y cuya memoria fue para siempre puesta en entredicho bajo la distorsión de nuestro anti-estado de derecho: aquí todo muerto es culpable hasta que no se demuestre lo contrario. La sospecha, como sucedánea de la verdad.

Pero la lección que debería estar aprendida de sobra, esa vergüenza nacional que deberíamos estar empeñados en no repetir, puede naufragar bajo el peso del negacionismo, la miopía o la alineación con unas causas electorales, montadas sobre la obsesión de retornar al estado del conflicto anterior al Proceso de Paz.

Pero ante el horror de los falsos positivos, la noticia alentadora: el país cambió. Hoy late una nueva ciudadanía -altos oficiales incluidos- que no calla ni se asume indiferente ante esta tragedia nacional irrepetible. Y aún si el país callara el mundo mismo, que ve en Colombia un laboratorio de paz para los nuevos tiempos, levanta la voz para advertir: “Nunca más”.

La reacción de los columnistas de Semana en respaldo a Daniel Coronell, revela -en medio de todo- un ejercicio autocrítico y ético que marca precedente.

Con Daniel Coronell, como había pasado ya con Jorge Ramos y Carmen Aristegui, se inaugura la era del periodista-medio en América Latina. Reporteros cuyo compromiso con la verdad y cuya relevancia internacional rebasa los límites y los alcances de los medios tradicionales. Sus lectores los seguirán a donde vayan. Así que no son ellos quienes pierden al ser silenciados, sino los medios que se aferren al pasado.

Por la misma vía, los medios tradicionales que integren y cobijen estas voces potentes ahora y en el futuro; aquellos que ejerciten la autoreflexión y admitan incluso su falibilidad, estarán más cerca del verdadero sostén de su existencia futura: los lectores.

Por eso, en medio de tantas razones para la desesperanza, alienta saber que ciudadanos de todos los espectros políticos repudian de forma tajante los falsos positivos y las condiciones que los facilitan. Voces capaces de decir a sus líderes militares y políticos, firme y en alto: la seguridad sí, pero no así.

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