Por alguna extraña razón que yace en nuestro inconsciente colectivo, al colombiano común y corriente le resulta irresistible la idea de hacer show. El ser ‘pantalleros’, ‘faranduleros’, escandalosos y, como decimos en el Valle, chicaneros, es algo que viaja en nuestro ADN.

Montar show y practicar el sagrado ritual del drama por cosas que no lo ameritan es, creo yo, una expresión de identidad. Ese parroquialismo candoroso que nos caracteriza es una forma de reconocernos y encontrarnos en medio de este tiempo globalizado, hiperconectado y cosmopolita.

Tal vez es una manera de reclamar el reconocimiento de los demás. Y quizá también sea una expresión vergonzante de cierto complejo de superioridad con el que intentamos disimular los muchos déficit que hemos acumulado como sociedad a lo largo de la historia.

La naturaleza nos dio también un arma poderosa y con denominación de origen -la misteriosa ‘malicia indígena’-, que nos ha permitido convertir el show en un eficaz instrumento de manipulación política.

Su efectividad es innegable. Un show bien montado es suficiente para movilizar a una sociedad cada vez más polarizada que prefiere indignarse antes que pensar. Y resulta muy fácil y barato montarlo, si a esa sociedad le basta con escuchar ‘celebrities’, ‘influencers’ y ‘fake news’ para hacerse una idea de la realidad.

En fin, nos gusta la payasada, qué se le va a hacer. Por eso no me sorprendió ni me indignó -como a tantos-, el pintoresco numerito que montó el Gobierno para recibir las primeras vacunas contra el Covid-19 y poner a andar su ambicioso plan de vacunación.

Hubo ceremonia de recibimiento con aplauso presidencial a un congelador y grandes caravanas al estilo Hollywood, pero también cajas con vacunas manipuladas riesgosamente por coteros profesionales; además, una gira relámpago del Presidente y su gabinete a la Costa Caribe; discursos, selfies de ministros con la V de la victoria, alcaldes y gobernadores desesperados por un video; agendas de vacunación cambiadas para esperar que un Ministro llegara a la foto.

Aún no entiendo cómo se les olvidó incluir una papayera, la cortada de cinta, la instalación de una placa y la bendición de un obispo.
Por eso me divirtió mucho, el miércoles en la noche, ver a los corresponsales de medios internacionales intentando explicar cómo -después de todo eso- el Gobierno salió a reivindicar una gran victoria: en la primera jornada se logró vacunar a … ¡18 personas!

Previamente, el Presidente había hecho un sensato llamado para que la vacunación no se politizara. Pero después tuvieron que salir sus amigos a pedirle lo mismo a él. ¡El exótico show de nuestro folclorismo tropical en su máxima expresión!

Pero ese no es el punto. Hoy, las 50.000 vacunas que llegaron ya están distribuidas. Y lo que importa ahora son los números.

La meta es vacunar a más de 35 millones de personas en diez meses, algo que según las cifras oficiales no hemos hecho nunca. Así que necesitaremos más vacunas y menos show para superar este enorme reto.

Según los expertos, para cumplir esa meta, de aquí a finales de marzo ya tendremos que estar por encima de 100.000 vacunas aplicadas por día. Y en mayo habría que estar cerca a las 200.000 diarias.

Pero también dependemos de que las farmacéuticas, que ya incumplen las entregas a países desarrollados, aquí sí nos cumplan.

Si se logra salvar esos 35 millones de vidas, este show y los que vengan estarán justificados. Yo espero que el Presidente pueda lograrlo. Es muy mezquino desear lo contrario en función de un cálculo político.

Y entiendo que a muchos no les guste, pero no me inquieta pensar que habrá más folclor. Este país está acostumbrado a bailar esa melodía salsera de “la foto, el video, la chicanería...”.