El debate científico sobre el consumo de la chicha en Colombia tuvo poco de científico. Como era una bebida popular y las borracheras con chicha eran monumentales, se consideró que contribuía al embrutecimiento de la población. Se prohibió en 1947 por ley de la República impulsada desde el Ministerio de Higiene, dirigido por el médico bugueño Jorge Bejarano. Las borracheras siguieron. Coincidió esa prohibición con el auge de la cerveza Bavaria, bebida considerada más saludable. Las borracheras siguieron. Ese conflicto entre productores artesanales y la naciente industrialización se repetiría por todas partes, siempre perdiendo los primeros. En el caso de la chicha sin embargo había un elemento nuevo: el interés oficial por la salubridad pública.

El cuarto tomo de la Historia de la Medicina en Colombia, iniciativa seria, documentada y muy valiosa de Tecnoquímicas, producto de un equipo interdisciplinario de las mayores calificaciones académicas, lujosamente editada, cuenta esa historia y muchas más. Abarca desde 1918 a 1975, quizás el período de mayores transformaciones en el manejo de la salud en Colombia. En esos años se pasa del médico tradicional, con conocimientos adquiridos en los libros, a los grandes avances científicos, a una revolución en la manera de enseñar la medicina en contacto con el paciente, y a la socialización de los servicios de salud.

Así como las generaciones anteriores de médicos ejercían su oficio liberal e independiente, con métodos franceses, lo sucedido en el Siglo XX tiene la impronta norteamericana. Allí van a estudiar los médicos que van a ser los líderes de la salud pública desde los años 40. Por cuenta de las reformas propuestas por Abraham Flexner, un educador que no era médico, desde principios de siglo se comenzó a reformar la enseñanza de la medicina en Estados Unidos, volcada hacia los análisis de laboratorio, el contacto directo con el paciente, la prevención y el novedoso producto de todo aquello: el hospital universitario.

Es una historia política. Cada paso que se da en Colombia es producto de grandes transformaciones sociales que pusieron como prioridad de la agenda pública, la educación y la salud del grueso de la población; dejan así de ser patrimonio de los pocos privilegiados que podían pagarlas. La Revolución en Marcha del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, de 1934 a 1938, es quizás el hito más importante de esos cambios. Y una vez desatados, es imposible detenerlos. Todos los gobiernos sucesivos, independientemente de su filiación política avanzan en el proceso de mejorar las instituciones públicas de salud, venciendo resistencias de los gremios médicos que veían una amenaza en la creciente socialización de la medicina. Cuando termina el libro, en 1975, se crea el Instituto de Seguros Sociales. Otro hito, hoy desaparecido.

Mención aparte merece el papel que desempeña la Universidad del Valle en ese proceso. Dicen los autores que lo que el distinguido grupo de médicos que creó la Facultad de Salud de Univalle y el Hospital Universitario, en los años 50, con los criterios flexerianos, fue un modelo nacional y latinoamericano a seguir. Fundamental el aporte de las fundaciones norteamericanas Kellogg y Rockefeller, que iba a tener una final tan abrupto y absurdo. Lástima grande que este cuarto tomo se anuncie como el último, cuando hay todavía tanto que contar.