Los dos puntos comunes a los reclamos de los jóvenes que han salido a protestar en las calles son educación y trabajo. Ese reclamo válido ha estado revuelto, como un cóctel molotov (y nunca mejor usado el símil) con elementos explosivos que provienen de la subversión política, la delincuencia común, el oportunismo electoral y la respuesta desproporcionada de las fuerzas del orden. El resultado ha sido catastrófico: muertes, violencia, destrucción de la propiedad pública y privada, pérdida de empleos, cierre de empresas y el derrumbe de la ya maltrecha imagen internacional de Colombia.

Los elementos explosivos del cóctel se pueden controlar con medidas extraordinarias de emergencia, que combinan el ejercicio de la autoridad legítima para hacer respetar los derechos de la comunidad y el diálogo, para que ese ejercicio no desencadene más violencia. Y acciones concretas para reparar inequidades. En esas estamos.

Pero el reclamo fundamental de la educación y el empleo, no es asunto que pueda arreglarse de emergencia. Ambos requieren medidas de largo plazo si no quieren ser simples paliativos para aplazar la siguiente explosión. La pandemia primero y el paro nacional después, desnudaron las inequidades de la sociedad, disfrazadas con el manto de la informalidad laboral, que no requiere de altos niveles educativos ni de muchos ingresos para sobrevivir. Una definición de rebusque puede ser: una persona poco educada que sobrevive con pequeños oficios y pocos ingresos, que dependen de que la sociedad esté abierta para generarlos. El encierro y los bloqueos, taparon ese camino, con las consecuencias conocidas.

No hay nada más costoso y complejo que una educación de calidad, en el mundo de hoy. Por eso son tan costosos los colegios y las universidades privadas que viven de sus matrículas. Y por eso es tan grande el déficit acumulado de la universidad pública, para la cual la matrícula cero de sus estudiantes de estrato 1,2 y 3, que son la inmensa mayoría, es solo una pequeña parte de sus costos. Si el Estado cubre ese valor, es un alivio para las familias. Pero deja intacto el déficit universitario. Las inversiones que hay que hacer para obtener una educación de calidad en un mundo dominado por la tecnología y aumentar la cobertura, requieren de plata, buena administración, mucha imaginación. Y tiempo.
Lo de crear empleo estable, productivo y bien remunerado (que depende de los empresarios), es tarea ardua que requiere de inteligencia, constancia, preparación, oportunidades, conquista de mercados internos y externos; un contexto legal y administrativo favorable con una estructura de servicios públicos y transporte eficiente (que dependen del Estado). Y tiempo.

Y tiempo es lo que no hay. La realidad social de la Colombia de hoy es que nos está dejando atrás el tren del bienestar por culpa de la corrupción, la concentración del ingreso y la incapacidad del mundo político de interpretar las necesidades de la gente. Labor de romanos enderezar ese entuerto. Claro que se pueden crear con la ayuda de la sociedad civil y dineros tanto privados como públicos, programas de capacitación para pequeños oficios y trabajos ocasionales, en labores de baja complejidad, para dignificar a la gente, aumentar el consumo y disminuir el desempleo. Es una bienvenida y urgente solución de emergencia para una emergencia, que no debe dejar en el olvido el problema real.