En un aparte de la Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, que trata de una mujer dueña de tierras y ganados en un pueblo miserable sin río, cuyas hijas languidecen en una soltería sin fin, porque según Bernarda, dominante, orgullosa, ningún hombre del pueblo es digno de ellas, su criada de toda la vida le reprocha ese encierro y le sugiere que vayan a otra parte. Bernarda dice no, y la criada replica, claro, como en otra parte ellas son las pobres.

Para pobres los ricos de Popayán, decía un chusco que no tenía un centavo. Y es que la riqueza es algo relativo, sobre todo en una sociedad muy pobre como la colombiana. O la española en tiempos de Bernarda Alba. Según la Cepal, la pobreza en Colombia llegó en 2020 a 34,1% de la población, cinco puntos superiores a antes de la pandemia. Son 17 millones de personas, con ingresos inferiores a los necesarios para cubrir sus necesidades básicas. Es lo que se denomina pobreza monetaria, diferente de un nuevo concepto, difícil de poner en cifras, denominado pobreza multidimensional, que trata de medir el índice de bienestar.

Según el Dane, en Colombia una familia con ingresos entre 900.000 y cuatro millones mensuales pertenece a la clase media. O sea, por debajo de eso pertenece a la clase de bajos ingresos (pobres) y por encima de eso a la clase de altos ingresos (rica). Solo el 10% de los hogares gana más de 4 millones mensuales, y solo el 2% tiene ingresos superiores a los diez millones mensuales.

El objetivo principal de la reforma tributaria propuesta por el gobierno con el enternecedor título de Ley de Solidaridad Sostenible, es gravar las rentas de trabajo o pensionales que se consideran altas y ampliar la base tributaria a personas con ingresos hasta 2,5 millones. Se busca recaudar 25,4 billones, de los cuales 16,8 billones los aportarán las personas naturales, más 10,5 billones por concepto de IVA que pagan principalmente esas mismas personas. O sea, la van a pagar un grupo que podríamos llamar ‘ricos de solemnidad’, de altos ingresos en las estadísticas, pero de ingresos medios en la realidad, sin capacidad de ahorro, llenos de deudas, quienes ocupan ahora el papel de los ‘pobres de solemnidad’ de antaño, que no podían permitirse que se les notara la pobreza.

Con un agravante, la solidaridad que consiste en subsidios para los pobres, tiene sus problemas. Un estudio de Planeación Nacional indica que, en lo referente a subsidios de servicios públicos, tan solo 10% de los usuarios se encarga de financiar los servicios que recibe casi el 80% de la población. El restante 10% pertenece al estrato 4. Es decir, los estratos 5 y 6 subsidian a los 1, 2, y 3, donde hay gente en condiciones de pagar sus cuentas: 4,8 billones el año pasado según la Superintendencia de Servicios Públicos.

De la reforma tributaria, se prevé destinar casi 10 billones de pesos al año en nuevo gasto social permanente, de los cuales 7,6 billones corresponden al Ingreso Solidario, 0,4 billones a programas de primer empleo y matrícula cero; y1,5 billones en la compensación del IVA. Una economía basada en subsidios, en la cual los ‘ricos de solemnidad’, que serían pobres en cualquier otra parte, subsidian a los más pobres, como fórmula solidaria para alcanzar la prosperidad, en una sociedad con una atroz concentración del ingreso no solidario.