El tiempo pasa. No en el cine, donde es capturado por la eterna juventud del celuloide. Este caso sin embargo es distinto. Hace 40 años, Jean-Louis Trintignat, un apuesto actor francés, interpretó con Anouk Aimée una película inolvidable sobre el amor de una pareja en su madurez. Un par de viudos aún jóvenes con hijos, que son a pesar de la penas y del tiempo nada más que un hombre y una mujer que reencuentran el amor. 40 años después un Jean-Louis Trintignat octogenario interpreta otra historia de amor, con Emmanuelle Riva, esta vez conmovedora y cruel, porque si en la mediana edad el amor le devolvió a su personaje los deseos de vivir, en la vejez el amor es la manera como enfrenta la muerte del ser amado. Ambas películas, ‘Un hombre y una Mujer’ y ‘Amour’ ganaron en su momento la Palma de Oro en Cannes y el Oscar a la Mejor Película Extranjera en Hollywood. Son idénticas. Claude Lelouch y Michael Haneke, sus directores, confirman el aforismo de que el amor es eterno, mientras dura.La historia de Georges y Anne, en ‘Amour’, es una historia corriente. Nada extraordinario pasa en esa rutina matrimonial de tantos años. La vida tranquila de una pareja de profesores de música retirados, con una hija lejana, que se acompañan sin decirse más que trivialidades porque las palabras ya no son necesarias para comunicarse. Sólo un mensaje de Anne cuando un infarto comienza a destruir su cerebro: no me dejes sola. Para cumplir esa promesa la única solución posible es acompañarla en la muerte, luego de que la rutina agobiante de la enfermedad, vuelve imposible la convivencia. El amor es aquí la negación a aceptar el derrumbe del ser amado. Arrastrarlo a su final. Morir con él.De lo que se habla es de la soledad de la vejez, un tema que con el transcurso del tiempo empieza a interesarnos a todos. De cómo las parejas afortunadas son las que logran permanecer unidas en una lucha contra la soledad, cuyas manifestaciones externas de cortesía son la última forma como se expresa el amor. Y cuyo precio es la imposibilidad de sobrevivir sin el otro. Georges, un anciano incapaz de velar por Anne, una enferma terminal, la asfixia en su lecho con una almohada y se suicida. Es la versión de Romeo y Julieta protagonizada por un par de octogenarios. Romeo no se suicida por amor, dice en una frase memorable ‘El Hombre Elefante’, de Bernard Pomerance, se suicida por egoísmo, porque ante la muerte aparente de Julieta, no se siente capaz de vivir sin su amor. Igual Georges.La obra es casi una pieza de teatro. Se desarrolla todo el tiempo en el mismo lugar, un elegante apartamento parisino, seguramente para desvirtuar la idea de que la situación de abandono es resultado de la pobreza, como sucede tantas veces, y su interés no son los escasos diálogos sino los silencios inmensos. Una paz doméstica sin sobresaltos que se parece mucho al aburrimiento, donde la novedad es la inminencia del fin. La maestría del director y de los actores, que han arrasado con todos los premios cinematográficos, es haber hecho que el cine se parezca a la vida real y poner a los espectadores, de una sociedad próspera y envejecida, inermes ante la muerte, enfrentados a su propio final. Solos. Encerrados. Dejando de puertas para afuera al mundo entero que quizás podría ayudarlos. Unos egoístas obligados a matar lo que aman. El tío Baltasar, contemporáneo de los protagonistas, dice que hay cierta perversidad en el título y que si ese es el amor, mejor que no lo quieran a uno.