En esta semana, el Gobierno de Estados Unidos sacó a la luz pública 2800 archivos, guardados por décadas, sobre el asesinato en 1963 del presidente John F. Kennedy, dando pie a un renacer de antiguas teorías de conspiración sobre su muerte. Nadie duda que la muerte a tiros del joven Kennedy a manos de Lee Harvey Oswald, con su mujer al lado, partió en dos la historia política de ese país.

Los memorandos publicados recientemente dan nuevo aire a la investigación más famosa del Siglo XX, aunque hasta el momento no parecen resolver las dudas principales: ¿Qué pasó exactamente en Dallas ese 22 de noviembre? ¿Actuó solo el asesino? ¿Cuántas personas dispararon al Presidente y por qué algunos dicen que hubo encubrimiento? Y lo más interesante:¿ Por qué han sido secretos los archivos durante más de 50 años? La leyenda de Kennedy no muere, y la curiosidad por su vida y temprana muerte es una de las obsesiones nacionales en Estados Unidos y el mundo. A lo largo de cinco décadas de encuestas Gallup sobre el tema, el 61 % de los americanos aun creen que Oswald no actuó solo, y los escépticos apuntan a la mafia, al Gobierno Federal, la propia agencia de inteligencia CIA, y a Fidel Castro como culpables.

Aunque es posible que nunca se sepa la verdad, expertos y aficionados han pasado varias horas en los últimos días buscando claves entre los recién publicados reportes de campo, cables y resúmenes de entrevistas de docenas resultado de investigaciones del FBI, CIA y el Congreso. Los hallazgos son diversos: la evidencia de un intento desesperado por conectar al asesino Oswald con Cuba y el comunismo. La prueba de que los exiliados cubanos ofrecían hasta cien mil dólares por la cabeza de Fidel Castro y veinte mil por la del ‘Che’ Guevara. También quedó en evidencia la preocupación del gobierno de la entonces Unión Soviética sobre la muerte del Presidente, dejando libre a “cualquier militar irresponsable” que quisiera lanzar un misil hacia Moscú. Y que el propio FBI intentó apagar los vientos de conspiración buscando pruebas que convencieran al público de la versión oficial sobre un asesino solitario.

La publicación de estos archivos le ha correspondido nada menos que al presidente Donald Trump, dueño temporal de la llave de los Archivos Nacionales de Estados Unidos, y reconocido ‘conspirador en jefe’. El mismo hombre que empezó el rumor de que Barack Obama había nacido en África, y que circuló durante la campaña presidencial una foto adulterada en la que aparecía el papá de su rival Ted Cruz con el propio Lee Harvey Oswald. El que acusa a las fuerzas oscuras de interceptar ilegalmente sus conversaciones, y que afirma que millones de votos electorales fueron robados por la campaña de Clinton. Y nadie duda que Trump se está gozando el momento. Desde su cuente de Twitter ha liderado una campaña de expectativa digna de Hollywood, incluso al mantener archivados unos 300 documentos, con una orden de última hora y con el argumento de proteger la seguridad nacional. Al parecer se tratan de testimonios de informantes que podrían estar aun vivos. Su apetito por lo dramático y su habilidad con las redes sociales se combinaron para crear un gran suspenso en Washington, ciudad de chismes e intrigas.

Los expertos en teorías de conspiración calculan que los americanos se creen una teoría por año. Y la afición por adoptar explicaciones que apunten a intenciones malévolas, fuerzas ocultas y objetivos dañinos, no es nueva. Tiene sus orígenes en la historia de ese país, como asegura Richard Hofstadter en su ensayo ‘El Estilo Paranóico en la Política Americana’. Según el autor se manifiesta principalmente entre la extrema derecha, que ve fuerzas dedicadas a romper con el status quo. Es verdad que más recientemente, tras la victoria de Trump, se ha ampliado el número de paranóicos de izquierda. Pero en estos días de incertidumbre política, resulta tentador y conveniente reabrir casos como el de Kennedy, y sus equivalentes en otros países, que sirven siempre para distraer la atención de los líos más reales e inmediatos.

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