Hitler, Stalin, Mussolini, Hussein, Castro: dictadores. Nadie duda que Pinochet, Franco, Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua lo fueron. Gobernaron sin elecciones, sin libertades y con mano dura. Son las caras históricas del genocidio y de la represión, culpables de actos de crueldad sin precedentes.

Si se aplica la definición oficial del término, una dictadura es un “régimen político en el que una sola persona gobierna con poder total, sin someterse a ningún tipo de limitaciones y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad”. Algunos no pasan el examen.

En la Rusia de Vladimir Putin se llevan a cabo elecciones, hay partidos de oposición, y alguna libertad de expresión. Pero las elecciones son fraudulentas, se gobierna por decreto, reprimen a los opositores, y el poderoso aparato mediático opera como herramienta de propaganda y distorsión. Gracias a maniobras políticas y manipulación, Vladimir Putin baila hace tiempo en la cuerda floja de la autocracia moderna.

El turco Recep Tayyip Erdogan manda en un país dividido y se hizo más fuerte al sobrevivir un golpe de Estado el año pasado. Elegido en 2014, el exprimer ministro y exalcalde de Estambul, a quien algunos medios llaman el ‘Sultán’, ha liderado una época de bienestar económico y progreso. Sin embargo, en el último año, tras derrotar el intento de golpe, ha consolidado su poder expulsando a sus adversarios, señalando a los disidentes, y eliminando cientos de miles de puestos académicos, militares, y judiciales. Más de 100 periodistas encarcelados, diarios y canales de Tv. clausurados. La receta se completó este año con un referendo que transforma el sistema parlamentario en un país donde el presidente toma casi todas las decisiones.

Rodrigo Duterte ganó las elecciones en Filipinas en 2016. Desde entonces, con una bandera anticrimen, ha matado a 7000 civiles con operativos policiales y a través de escuadrones de la muerte. Sus asesinatos de drogadictos, niños de la calle y ladrones han llamado la atención de organismos de Derechos Humanos y de las propias Naciones Unidas, y sus declaraciones de apoyo a Hitler, sus gestos obscenos frente a la Unión Europea y la reciente imposición de la ley marcial tienen tufo a la dictadura de Ferdinando Marcos. ¿Dictador? Formalmente no. Pero el camino está pavimentado.

En Nicaragua el presidente Daniel Ortega, quien luchó personalmente contra la tiranía de Somoza, ha inventado su propia versión de autocracia. Reformó la Constitución para perpetuarse en el poder, y ha acabado con el Consejo Electoral, las Cortes, la Asamblea y manda con su mujer, con la Policía y las Fuerzas Militares. Ni mencionar a Nicolás Maduro, de quien tanto se ha escrito. En Cuba, Raúl Castro hace negocios con empresas americanas desde el mismo asiento en el que su hermano Fidel reinó desde 1959.

Egipto es una caldera que se aleja cada vez de la libertad. Aun en Europa hay señales preocupantes en Hungría y Polonia. Hay preocupación en la Unión Europea por el surgimiento de focos autoritarios que se pueden multiplicar.

Los dictadores 2.0 no siguen los manuales del pasado, ni asumen control total disolviendo el Congreso y tomando las armas. En cambio, mantienen la fachada de elecciones, y la farsa de una prensa libre mientras debilitan a los medios, persiguen las voces disidentes y manipulan las cifras. Se codean con presidentes y asisten a los foros globales. Invierten y exportan y se toman fotos en las urnas. Pero pueden resultar aun más peligrosos detrás de sus disfraces.

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