Buscando tema para la columna descubro que la dificultad está en elegir uno entre tantos y tan urgentes. Comienzo con el primero: el caso de Buenaventura, en donde ahora es usual la presencia de funcionarios del gobierno y de candidatos presidenciales. Según el informe más reciente de Human Rights Watch, andar por la calle equivocada es suficiente razón para morir picado en trozos. Y, sin embargo, hasta hace muy poco se empezó a hablar de ello, más allá de una que otra denuncia en el pasado. No sé cuál fue el disparador. Si una voz aislada, la de la comunidad o el documental de la BBC de Londres. El caso es que no es de extrañarse que las noticias sobre nuestra realidad nos vengan desde afuera. Los sucesores de los paramilitares llegaron a Buenaventura luego de que estas organizaciones participaran en un proceso de desmovilización hace diez años. Ahora ‘Los Urabeños’ y ‘La Empresa’ son los principales grupos con presencia en el puerto, los mismos que controlan la circulación de los habitantes, reclutan niños, extorsionan a comerciantes y participan en actos aberrantes de violencia. ¿Por qué Ciudad Juárez y los actos atroces que ahí ocurren han sido narrados desde la crónica, el reportaje, el testimonio y la ficción, mientras que Buenaventura, que en mucho se le parece, apenas empieza a aparecer en los tabloides con la frecuencia e intensidad que el asunto merece? Tengo una teoría: los colombianos a menudo no vemos lo que no queremos ver. Al no saber lidiar con la realidad que no nos gusta, preferimos negarla, hasta cuando se nos estalla en la cara. Si Colombia pasara al diván, con seguridad necesitaría cuatro sesiones semanales de al menos cinco años para empezar a mostrar un ligero cambio. Recuerdo a un reciente alcalde de Medellín y su reacción frente a un reportaje internacional sobre la ciudad: en ese momento armó un gran escándalo pues el documental “dañaba la imagen de los paisas”. Entonces me impresionó que más que preocuparse por el fondo de la problemática planteada, en donde quedaba en claro el drama del sicariato infantil en las comunas, la angustia estuviera en “verse mal desde afuera”. Sigo con el segundo: las mujeres atacadas con ácido. También lo cubre la prensa extranjera que habla sobre machismo, pero olvida mencionar que la mitad de los atacados son hombres. Repudio en las redes sociales y una primera dama que sale a pedir condenas mayores para quienes incurren en estas prácticas.En ambos casos tenemos gestos: Palabras de la primera dama. La visita de algún candidato en campaña. Sin que sean claras las medidas a largo plazo, pues mañana habrá otra urgencia, así como otra declaración de un funcionario, la indignación ciudadana y la hoguera de varios periodistas focalizarán su energía en repudiar algún otro crimen, masacre, feminicidio, genocidio o cualquier otra de las tantas formas que toma la violencia en este país. Y entonces, con la misma velocidad con que se enciende la llama de la indignación, esta vuelve y se apaga para dar espacio a una siguiente escena de terror, a otra historia macabra, más intensa que la anterior, más sangrienta o triste, con otros elementos sociales, culturales y políticos que renueven nuestra indignación, siempre atenta y a la vez fugaz, siempre dispersa e inútil, en una especie de teatro itinerante del horror. Toda mi solidaridad hacia Natalia Ponce. Toda mi solidaridad hacia la gente de Buenaventura. Lamento mencionar dos eventos profundamente tristes, y no a tantos otros que están ocurriendo. No me caben en este espacio. Y mi atención me falla. Porque quizá lo que ocurre es que la realidad sí nos duele, nos duele tanto que nos lanzamos repudiar, dos segundos antes de volvernos sobre todo lo bueno que hay a nuestro alrededor, apenas el tiempo suficiente para tomar un poco de aire, antes de volver a sentir la punzada de una nueva infamia de último minuto que nos haga olvidar la inmediatamente anterior, en una suerte de amnesia tan macondiana como siniestra.