“Además de presentar riesgos en el plano biológico, el embarazo en la adolescencia trae consigo eventuales riesgos que ponen en desequilibrio el bienestar integral y las expectativas de vida; ocasionan eventuales deserciones o discriminaciones en los contextos educativos y sociales; vinculación temprana al mercado laboral; mayores probabilidades de ingresar a cadenas productivas de subempleo u otras formas inestables de relación laboral; tensiones familiares y emocionales, reconfiguración o aceleración de los proyectos de vida.”Esta cita se encuentra en un documento Conpes aprobado la semana pasada, el cual toca un problema donde Colombia ocupa uno de los peores puestos de América Latina. Los padres adolescentes deben interrumpir sus estudios, realidad que invariablemente les lleva a conseguir empleos precarios y a caer en la trampa de la pobreza, donde es altamente probable que sus hijos también abandonen su educación por las mismas causas, en un círculo vicioso difícil de romper. Desde la década de los 70, el embarazo adolescente ha sido considerado un problema social y de salud pública que merece ser atendido para procurar un mejor desarrollo individual y una mejor calidad de vida. Esta realidad resulta tan sabida como decir que el agua moja. Y, sin embargo, una de cada cinco mujeres en Colombia, entre los 15 y los 19 años, está o ha estado en embarazo. ¿Por qué? Porque son pobres, porque carecen de comunicación con adultos que les orienten, porque sufren de violencia sexual, porque no tienen educación, o bien, porque lo han elegido. Y sí. La verdad es que miles de mujeres al año, deciden ser madres. Lo hacen porque no tienen un proyecto de vida. Y no lo tienen porque en sus vidas no parece haber un futuro hacia dónde mirar con esperanza. ¿Y por qué? Porque son pobres, porque carecen de comunicación con los adultos, porque sufren de violencia sexual, porque no tienen educación, o bien, porque lo han elegido. Perdón que me repita, es que es un círculo vicioso. Si no se tiene nada y el amor de un hijo parece ser la cura a todos los males, como en esos comerciales de Johnson y Johnson donde todo es color de rosa, al igual que en las telenovelas y en los cuentos de hadas, el resultado son madres de 15 años. Si se cree que la planificación sólo se usa para el sexo ocasional, si se considera que “los hijos son la materialización del amor” --idea que puede ser cierta para buena parte de las mujeres, pero que requiere de unas condiciones mínimas para salir bien-- no cabe esperar otra cosa que compartir la pobreza, “quitarse el pan de la boca”, tener “alguien por quién levantarse cada mañana”, o esperar que el hijo, en efecto, “traiga el pan debajo del brazo”. A estos clichés tan arraigados a la maternidad femenina y ampliamente difundidos por los medios de comunicación, se suman los estereotipos de género, donde las niñas y mujeres en América Latina siguen teniendo una noción de inferioridad frente al hombre y un legado de obediencia que se transmite de generación en generación. Por todo lo anterior, es un motivo de celebración que Colombia cuente con un Conpes integral, donde se asume el problema del embarazo adolescente ligado a una perspectiva de oportunidades, más allá de su componente biológico. Sólo cabe esperar resultados, para que con el tiempo ser padres a los 14 ó 16 años deje de ser algo “natural”, y mucho menos aspiracional.