En el Libro de los Seres Imaginarios, de Jorge Luis Borges, publicado por primera vez en 1957 por el Fondo de Cultura Económica de México, el poeta se permite ‘crear’ animales que sólo estaban en sus sentinas oníricas, diantres que a través de la palabra alcanzaron en su poesía la carnadura de bestias recién creadas, piafantes desde las orillas del sueño, allá donde es posible encontrar serpientes voladoras, dragones de seis cabezas que hablan arameo, escriben en sánscrito y pueden quemar con su voz aldeas del tamaño de Alaska. Hace ahí un registro de animales soñados también por otros escritores.Este libro se llamó inicialmente, “Manual de Zoología fantástica”, y en él aparecen asnos de tres patas, animales soñados por Edgar Allan Poe, Kafka, Lewis, así como los ángeles de Swedenborg, animales de espejos y esféricos, el ave Roc, el Bahamut, el basilisco, el centauro, el Cien Cabezas, el Devorador de Sombras y el Gallo Celestial. Sin contar el Golem, el Grifo, y los antílopes de seis patas.“Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres”, señaló Borges. El libro de los seres imaginarios contiene la descripción de ciento dieciséis monstruos que han poblado las mitologías y las religiones. Algunos, como el Golem, la Esfinge y el Centauro, pertenecen al mundo de la metafísica o de la literatura; otros son ya célebres en la invención humana, como los gnomos y las hadas. “Los animales gloriosos que pueblan este hermoso libro, escribió Carlos Mastronardi, son reales en cuanto los engendra la admiración, el temor o el apetito de magia que alienta en los hombres”. Ese mismo apetito de magia que cita Mastronardi, es el que nos lleva a degustar y ponderar la crónica por encima de la noticia, a arrellanarnos, quitarnos los zapatos, aflojar la corbata, para sentir que estamos vivos, de la mano de la prosa agradable de un reportero que nos trae hasta la casa el perfume del campo, el azul de las estrellas sobre la aldea que duerme, y en la que, como en las tablas del teatro, se desenvuelve la comedia humana.Así describe Borges al Asno de Tres Patas:“Plinio atribuye a Zarathustra, fundador de la religión que aún profesan los parsis de Bombay, la escritura de dos millones de versos; el historiador arábigo Tabarí afirma que sus obras completas, eternizadas por piadosos calígrafos, abarcan doce mil cueros de vaca. Es fama que Alejandro de Macedonia las hizo quemar en Persépolis, pero la buena memoria de los sacerdotes pudo salvar los textos fundamentales y desde el siglo ix los complementa una obra enciclopédica, el Bundahish, que contiene esta página:“Del asno de tres patas se dice que está en la mitad del océano y que tres es el número de sus cascos y seis de sus ojos y nueve el de sus bocas y dos el de sus orejas y uno su cuerno. Su pelaje es blanco, su alimento es espiritual y todo él es justo. De las nueve bocas tres están en la cabeza y tres en la cerviz y tres adentro de los ijares... Cada casco, puesto en el suelo, cubre el lugar de una majada de mil ovejas, y bajo el espolón pueden maniobrar hasta mil jinetes. En cuanto a las orejas, son capaces de abarcar a Mazandarán. El cuerno es como de oro y hueco, y le han crecido mil ramificaciones. Con ese cuerno vencerá y disipará todas las corrupciones de los malvados”.