Imaginó con anticipación la llegada del hombre a la luna, y empezó pintando a los serenateros que alegraban los fines de semana en la finca de su padre. Es uno de los primeros pintores colombianos en plasmar funerales, con acentos campiranos. Desde hace más de 60 años vive en la misma casa del barrio San Antonio.

Cometas, funerales, músicos que dan serenatas en zonas rurales, hacen parte de su primera etapa artística. Visitar su casa es también un viaje a todas las tendencias que en diferentes momentos han copado su creatividad. Pero ahí también, entre la luz de una mañana de sábado, es posible ver astronautas que suben de sus cuadros como niños encantados en jardines lunares, o la serie de diantres del Pacífico que dibujó para ilustrar el libro del escritor y periodista Flover González.

La Tunda, El Riviel, el Barco Maravelí, el mismo que aparece en el litoral para llevar en sus bodegas a los condenados de la tierra, fueron magistralmente trazados por el lápiz de Bernardino y hoy, sólo esta serie, reclama exposición individual.

Su casa y estudio siempre han sido de puertas abiertas para quien desea aprender las técnicas del dibujo y la pintura. Bernardino habla pausadamente; es generoso y puede recordar todo el movimiento artístico de la ciudad, con nombres propios.

Nació en el barrio San Antonio, a poco andar de donde hoy vive, a cuatro cuadras. Puede recordar todavía cuando salía a elevar cometas con sus amigos, a trepar en las varas de premio. Su padre ayudó a traer piedra del río para la construcción de las primeras edificaciones del vecindario. Los franciscanos organizaban festivales y las monjas salían en una mulita a repartir pan. Sus padres, Eulogio Labrada y Hermelinda Muñoz; ella, de Almaguer, Cauca.

Jugaban fútbol en la isla que se formaba a orillas del río en Santa Rita. De sus profesores de Santa Librada tiene los mejores recuerdos. Siendo el menor de una familia conformada más que todo por mujeres, se aficionó a la pintura al culminar el colegio; le gustaba trabajar en la finca que tenía su padre en la vía al mar. Con azadón, una pala y una hoz para deshierbar, tomaba esa tarea con alegría. Sembraban hortalizas, café, plátano. Su padre traía flores y brevas y Bernardino iba con su canasto por los barrios tradicionales, ofreciéndolos, y también vendía ramilletes de perfumadas rosas en el cementerio. Se fijaba muchísimo en las figuras que hacía una marmolería italiana. “Mi padre preguntó dónde era posible aprender a tallar esas figuras, y el italiano propietario le aconsejó buscarme un cupo en Bellas Artes”.

A la finca familiar iban músicos a dar serenata, la misma que se prolongaba de viernes a domingo. Su padre pedía tres gallinas para el sancocho; afinar los instrumentos era todo un ritual. El aguardiente se hacía en alambiques propios. De ahí tomó el maestro Bernardino Labrada sus primeros bocetos, pues pintaba a los serenateros, así como dibujaba a los dolientes de entierros.

Esos funerales, también tocados por el grupo pictórico de los Bachués, conformaron en la imaginación de Bernardino unos cuadros de costumbres que perviven con su magia hasta hoy. Ahí el ataúd de tablas humildes, iluminado por cirios; mujeres que llevan mantillas sobre la cabeza, el sacerdote, la procesión que se desgaja a lo lejos como un aguacero.

Entre sus alumnos se cuentan Juan Fernando Polo, Herney Ocoró, Braulio Lucumí, Homero Aguilar, Virginia López, Nancy Labrada, Jorge Montealegre, Fabio Delgado, Edgar Álvarez, Gustavo Londoño, Óscar Collazos, Mario Piedrahíta, Ernesto Buzzi, Fred Andrade, José Claros Caicedo, Guillermo Ruiz, Virginia Aristizábal, Silvia Rivero, Patricia López, César Santafé, Fabio Delgado, Héctor Fabio Oviedo, Maricel Labrada, María del Pilar Labrada, Nancy Labrada, Guillermo Orozco, Ever Astudillo, Phanor León, Yadira Astudillo, Jorge Hernán Benítez, Berta Cecilia Botero, Óscar Muñoz.

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