Casado con una mujer radiantemente hermosa -de esas que despiden sensualidad por los poros-, polvo triste no puede ocultar su amargura y sus pocas ganas de vivir la vida.

Exitoso trabajador, ha logrado amasar una gran fortuna producto de una heredada actividad agropecuaria que le ha permitido diversificar sus actividades a otros campos en los que la suerte también le ha sonreído.

Sus hijos son un dechado de virtudes, amorosos y excelentes estudiantes. Podría afirmarse que tiene una familia ejemplar sin que haya existido jamás fisura alguna que pudiera resquebrajar ese núcleo construido dentro de las más estrictas reglas cristianas en un hogar bendecido por todos los santos y las once mil vírgenes.

Todo lo anterior daría para que polvo triste fuera distinto, ¡pero no! Con el correr de los años se le ve cada vez más achicopalado, cabizbajo y ensimismado con una cara de tragedia holocáustica que no contrasta con la alegría de su mujer, siempre sonriente y con unas inmensas e inocultables ganas de comerse el mundo, en el buen sentido de la palabra.

Por ejemplo, en los paseos a los que asisten, mientras ella reboza simpatía y optimismo y es el centro de la atención, él se nota como ido, melancólico y ajeno a lo que está sucediendo, actitud que se advierte más en las fotografías en las que aparece al lado de ella -siempre deslumbrante- con una sonrisa discretamente coqueta y una mirada cautivadora. Él en cambio, se ve con cara de velorio o como fugado de un campo de concentración.

¿Por qué -se preguntan los amigos de esta pareja- Polvo Triste es así, si lo tiene todo y la vida ha sido tan generosa con él desde cuando nació en cuna de oro?

Nadie se lo explica. Sus hijos se cansaron de querer ayudarle. Lo llevaron donde sicólogos, siquiatras, médium y santeros. Le dieron bebedizos de sanadores expertos, lo llevaron de viaje en innumerables ocasiones, y nada.

A su turno, su esposa optó en una ocasión por abandonarse y afearse, y menos.

Así que decidió volverse más atractiva y entradora, pensando que esa actitud sería contagiosa para Polvo Triste y le haría superar la desesperanza.

Es más, intentó seducirlo con sus encantos para nada despreciables y pese a que logró que se desempeñara con un tres raspado en las artes amatorias, para nada mejoró y por el contrario, el sexo le aumentó su tristeza al punto que dicen que luego de una faena de alcoba despertó al vecindario con exultares gemidos que lejos de ser la culminación del éxtasis resultaron ser un ataque de llanto lastimero en el que le cayeron lágrimas a borbotones.

(Continuará)