Algo muy particular tenían las canciones que interpretaba a quien muchos conocieron como Papi Blu, apodo que le puso un día, y sin saber por qué, su entrañable compañero de cantatas el inolvidable Gerardo Arellano.

Y es que Fernando Gamboa, heredero del romancero de su tío abuelo el vate Isaías Gamboa, no tenía esa voz atronadora que inundaba los escenarios y acallaba a sus colegas del bel canto, sino que sus interpretaciones absolutamente pulcras y entonadas las hacía sin gritos ni aspavientos y sin ínfulas de ser capaz de alcanzar un do de pecho y desafiar los pentagramas.

Por el contrario, este barítono, como lo fueran Sinatra y Elvis Presley -para que sepamos de quién estamos hablando- cautivaba los auditorios y lograba hacerse oír sin necesidad de recurrir a ensordecedores parlantes.

Papi Blu tenía ese ángel que hacía que su música acariciara, diera paz y que cosechara tanta admiración como aplausos.

Discreto, modesto, callado, comprensivo, amable, generoso, sonriente, ni tan bohemio como pudo haber sido, ni tan zanahorio como parecía, fue un gran arquitecto incluso de su propio destino.

Egresado en la época dorada de la Universidad del Valle, ejerció la docencia durante muy poco tiempo pero la decencia durante toda su fructífera existencia. Magnifico diseñador, trabajo con Financo, Lago & Saenz, Clínica Versalles, entre otras y de él son infinidad de proyectos de casas, fincas y conjuntos residenciales.

Pero ante todo, fue un arquitecto-psicólogo, porque quienes fueron sus clientes terminaron siendo sus amigos, pues les supo interpretar sus más recónditos sueños plasmados en unas acogedoras viviendas con calor humano que hoy perduran, todavía vigentes a pesar del paso de los años.

Paralelo con lo anterior se entregó cada vez más a la música a la que consagró sus últimos años cuando a una enfermedad de esas que matan en poco tiempo le batalló durante varios lustros en los que las baladas y los boleros con su magistral guitarra, le prolongaron milagrosamente su existencia.

Me cupo el honor de ser su amigo y muchas de las armonías que pergeño en las teclas son de su autoría y fue huésped de honor en mi programa de televisión.

Precisamente finalizando el año pasado cuando reuní en el recital ‘MFPiano y sus amigos’ en Chipichape, no pudo faltar Papi Blu. Ya estaba muy vencido pero sacó fuerzas no sé de dónde y de la mano de su melliza del alma y de sus hijos Alejandro y María Paula y sus tres nietecitos, salió de la clínica directamente al centro comercial y cantó la que sería la última presentación en público de su vida con aquel bolero que termina diciendo, “Y sin embargo sigues / unida a mi existencia / y si vivo cien años / cien años pienso en ti”.

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Posdata. No voy a salir en defensa de Ramiro Varela con quien he tenido más desacuerdos que acuerdos habida cuenta su difícil temperamento, que borra con el codo lo que escribe con la mano. Pero es justo que se le escuche y que de resultar inocente frente a la acusación de acoso laboral que le han hecho se le dé un despliegue similar al de ese señalamiento.