Gota a gota el presidente electo, Iván Duque, va completando su gabinete; nombres que confirma con breves frases justificatorias con trinos desde su cuenta de Twitter. La señal parecería clara: busca dejar atrás el típico comportamiento de los gobernantes atados a compromisos de campaña y las cuotas políticas para conformar un equipo que le asegure gobernabilidad legislativa. Está actuando con una independencia mayor de la prevista, dejando entrever que por lo menos en el arranque no se está comportando como un títere de su mentor, el presidente Uribe.

Hasta ahora, salvo dos nombramientos, el canciller Carlos Holmes Trujillo y la ministra del Interior Nancy Patricia Gutiérrez, ninguno de los cargos tiene un origen político. Estos dos, además del ministro de defensa Guillermo Botero, son los más cercanos al presidente Uribe. Los demás nombres claramente fueron escogidos por el propio Duque, incluso después de realizar entrevistas personales cuando estaban en juego varios opcionados como ocurrió con la cartera de Minas. El perfil es común: cuarentones como él, con post-grados en el exterior y recorrido en el sector empresarial. Con esto Duque deja claro que valora más el perfil técnico que el político y se libera de compromisos y transacciones con partidos; no reclama respaldos reafirmando una independencia que le puede resultar muy útil a la hora de gobernar y tomar decisiones guiado por su propósito de campaña de modernización del país a partir de una combinación publico privada. El tema social y de post-conflicto sigue en suspenso.

Con el gabinete hasta ahora nombrado reconfirmaría también su voluntad de luchar contra la corrupción, sobre la convicción de verla asociada a intereses y artimañas de la clase política –el tome y dame con los contratistas-, lo cual implica una suposición fuerte y es relacionarla exclusivamente a las actuaciones del sector público sin raíces en el sector empresarial, lo cual no es cierto. La corrupción tiene buena parte de su origen en el sector privado y los intereses de los particulares en capturar el Estado para sus beneficios, como se ha visto últimamente con la máquina perversa trasnacional de Odebrecht.

Con estas decisiones Duque estaría además buscando dejar sin argumentos el anti uribismo radical que no le ha dado ni siquiera el beneficio de la duda al juzgarlo como una débil marioneta de su jefe político. Sus nombramientos reabren eso sí la vieja polémica de las relaciones entre la política y la técnica -entre políticos y tecnócratas- vigente en las democracias del mundo. Si esta movida le da resultados, Duque va a poder nivelar el terreno para avanzar en su propósito repetido en campaña: lograr la tan pregonada unidad de los colombianos, respetando sus diferencias pero buscando identificar temas de interés común poniendo al frente un equipo ejecutor. Esa es su gran apuesta.

Sobra decir que para sacarla adelante no basta con la postulación de ministros no contaminados con los viejos vicios de la política. De por medio está la vieja estructura estatal administrativa, pesada y burocrática, que bloquea sistemáticamente intentos de cambio. Es aquí donde juegan un rol clave las dinámicas sociales revitalizadas y exigentes con una ciudadanía vigilante frente a las urgencias del país que trascienda la mirada aislada de tecnócratas encerrados en oficinas en Bogotá.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla