Cuesta trabajo imaginar la maldad que puede haber detrás de un ser humano tan pulcramente presentado, como Jorge Noguera. La sentencia de la Corte Suprema de Justicia mediante la cual lo condenó a 25 años de cárcel muestra en detalle el comportamiento de un hombre, un muchacho en ese momento, que puso al servicio de los paramilitares y en concreto de ‘Jorge 40’, los servicios de inteligencia del Estado. Jorge Noguera, perteneciente a una de las familias tradicionales samarias, fue capaz, según las pruebas de la Corte, de tramar el asesinato del catedrático barranquillero Alfredo Correa De Andreis, que le significó la condena por homicidio. Lo que ha vivido Colombia no sólo es inverosímil, sino que pone en evidencia que el mal convive entre nosotros más de lo que se cree. Y la crueldad humana también. Las revelaciones de la Corte aparecieron en el mismo momento en el que había retomado el libro del juez Baltasar Garzón, ‘El alma de los verdugos’, sobre las atrocidades de la dictadura Argentina. En un esfuerzo de 600 páginas, Garzón intenta entender las máquinas de terror y de muerte en que se pueden convertir los seres humanos cuando actúan poseídos por demenciales cruzadas. De allí su obsesión por castigar penalmente, sin consideraciones espaciales o temporales, a aquellos individuos que cometen crímenes de lesa humanidad. Para el juez Garzón no hay razones de derecha ni de izquierda que justifiquen o expliquen cierto tipo de comportamiento criminal. Todos son igualmente despreciables y merecedores de los peores castigos posibles y es el castigo ejemplar lo único que puede darles alguna tranquilidad a las víctimas. En esa misma línea actuó la Corte Suprema de Justicia con la condena de 25 años a Jorge Noguera. “Morirán cuantos sean necesarios”, dijo el general Videla cuando asumió la tarea de no dejar ni una huella de los movimientos de izquierda ‘postperonista’ en la Argentina de los años 70. Similar obsesión guió con toda la fuerza del horror a los paramilitares colombianos que lograron aceptación social y respaldo desde algunas instituciones del Estado, como se ve en el Expediente Noguera. La Corte fue drástica. Coincide con posiciones de penalistas que defienden la justicia universal como el juez Garzón, que no tranzan ni aceptan delitos que llevan implícitas unas responsabilidades individuales que hay que castigar duramente, como ha sucedido en Colombia con Jorge Noguera, el ‘Gordo’ García o Salvador Arana, quienes por sus crímenes pasarán décadas encerrados en La Picota. La infiltración paramilitar llegó hasta la Central de inteligencia del Estado y logró ponerla a su servicio con lo que se confirma que sin duda hubo un momento oscuro en el país en donde la ilegalidad empezó a mandar y de manera desbocada. Los muertos siempre son tozudos, pero especialmente cuando quedan sin sepultura ni duelo, sin una relación cierta de su destino como ha sucedido mayoritariamente en Colombia. “A unos les queda la amargura, a otros, una soberbia quebrada por el temor a una Justicia tardía, y a muchos más, la vergüenza de una cobardía rayana en la complicidad”, dice el juez Garzón. Menos mal que empiezan a aparecer cada vez con más frecuencia, señales de que esa complicidad felizmente, empieza a formar parte del pasado.