A esta hora sabremos quién es el nuevo Presidente de Colombia. A esta hora, hemos pasado de la felicidad a la tristeza, del amor al odio, de la desesperanza a la ilusión y muchos hasta hemos llorado. Lloramos porque nos duele el país, porque sentimos miedo, porque volvemos a estar rotos, dañados, cansados, atemorizados.

Podría enumerar una decena de sentimientos que desde diferentes orillas nos han acompañado los últimos 6 meses:  tristeza, desesperanza, hartazgo, ilusión, odio; y este último es el que más me ha estremecido.
El relato del odio se ha servido de nuestras bajezas para acallar la discrepancia. Mientras los políticos y estrategas lo alimentan para marcar posiciones, falacias y mentiras, los ciudadanos les compramos la oferta y jugamos el juego de los experimentos sociales. Somos el laboratorio de Frankenstein que sigue cayendo en las fauces de los prejuicios y el dolor.

Por mi esencia conciliadora me resisto a creer que no tenemos un chance como país, que este punto de quiebre no nos permite ver más allá de nuestros errores y que Colombia siga sin tender puentes entre eternos enemigos. En ese sentido hace algunos días apoyé de la mano de un grupo de intelectuales, empresarios, exministros, expresidentes de las cortes, militares y activistas, un acuerdo nacional por la reconciliación. Un salvavidas que, en aguas turbulentas, asqueantes y oscuras pudiera darnos luces sobre el camino que tenemos que recorrer en medio del disentimiento.

La propuesta se inspira en el gran encuentro democrático que realizó España hace 45 años en ‘el Pacto de la Moncloa’ donde las fuerzas políticas y sociales se concertaron para generar bases de acuerdos y aterrizar las demandas de modernización del país tras la dictadura de Franco.

Con sus luces y sombras, ese gran acuerdo fue definitivo para deconstruir las radicales diferencias de los españoles y ha sido el paradigma mundial del diálogo y la convivencia democrática que les permitió andar el camino de la integración de la UE, y en nuestro caso, sería la válvula de escape para tramitar tan variadas diferencias.

Ya hemos probado varias recetas y las vías se agotan: usamos la guerra y no funcionó, intentamos la paz y aún tenemos dudas en la implementación de los acuerdos, vamos a las urnas, pero luego de una campaña tan sucia quedamos más maltrechos y descosidos. Colombia necesita montarse en el bus de un gran acuerdo nacional, el nuevo gobierno deberá avanzar en ese camino y como demócratas tendremos que legitimarlo. Ya nos pusimos de acuerdo el pasado 29 de mayo en votar por el ‘cambio’ representado en dos candidatos y hoy tenemos un nuevo Presidente; el cambio no pasa por un tercero, viene de nosotros y ahora nos tocará solidificarlo.

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