En política internacional, el mes de agosto que termina fue negro para todos. Atentados terroristas en Barcelona (España) y Turku (Finlandia) además de otros asiáticos y africanos; el Medio Oriente y su conflicto palestino israelí de nunca acabar; Venezuela cada día más dictatorial; Corea del Norte nuclear y belicoso; Turquía persiguiendo el sueño imperialista otomano; Irán desafiante; Damasco asegurando su dominio asesino... Y como si fuera poco, en Estados Unidos el estallido de una conflagración racial revela al mundo -horrorizado- las profundas divisiones que aún subsisten en su sociedad, magnificadas por la errática administración de Donald Trump.

En efecto, este agosto fue bien negro y emproblemado para el mundo, en especial para el llamado “Trumpismo”. Lo cierto es que desde que asumió su cargo el pasado enero, Donald Trump ha dicho todo y su contrario en los términos y momentos menos adecuados, con arrogancia pasmosa y una absoluta seguridad en sí mismo. Él se cree todo permitido: regaña, insulta, difama, amenaza y no concibe la posibilidad de equivocarse. Ya se sabe que nunca reconoce sus errores (que son muchos) y trata de justificarlos como sea. Por lo tanto, los analistas no toman en serio sus declaraciones convencidos que las cambiaría a su antojo y según sus conveniencias. Es un gran oportunista.

Con Trump a la cabeza de la primera potencia, el futuro del Planeta se vuelve imprevisible y asusta. Últimamente, durante este complicado mes, los sustos se han acumulado y se tornaron violentos. Veamos.

Después de amenazar con intervenir militarmente a Venezuela, Corea del Norte, Siria, México y otros; de repudiar acuerdos tan consolidados como Otan, Nafta o los climáticos de París y de pelear con una líder del calibre de la alemana Angela Merkel, los enfrentamientos “trumpistas” comienzan a generar graves consecuencias. El primero surgió a raíz de las manifestaciones registradas en la ciudad de Charlottesville donde grupos nazis y del tenebroso Ku Klux Klan organizaron desfiles agresivos, armados de banderas con cruces gamadas y antorchas para protestar contra la supresión de la estatua de un líder sudista, amigo de la esclavitud de los negros en 1802. Fueron confrontados por otro desfile antirracista que llegaba a neutralizar la protesta. La situación se tornó violenta y causó la muerte de una manifestante antirracista. ¡El horror! Sin embargo, en vez de correr a calmar los ánimos y mostrar un liderazgo urgente en tan sensible asunto, Donald Trump demoró un par de días para manifestarse y cuando lo hizo, condenó a racistas y antirracistas de la misma manera, insinuando una imperdonable equivalencia entre ambos bandos. Obviamente las críticas llovieron sobre su cabeza y él se dio a la tarea de justificarse, como siempre, sin pedir excusas. Entretanto, quiso contentar a sus críticos expulsando de la Casa Blanca a Steve Bannon, su estratega de cabecera, ultraderechista ‘rasputiniano’, de muy malos agüeros.

Otro gran momento negro para Trump en este mes fue la publicación de su decisión de prolongar la presencia militar norteamericana en Afganistán, después de 16 años de infructuosa guerra (con 2400 soldados americanos muertos y billones en pérdidas materiales), a pesar de sus promesas en su campaña electoral de retirar las tropas americanas definitivamente de ese país. Otro compromiso incumplido olímpicamente y otra gran frustración para muchos de sus seguidores.

En tales condiciones cabe la pregunta: ¿Hasta cuándo podrá sostenerse la teoría del “trumpismo”?